El maestro del humanismo Erasmo de Rotterdam solía decir que «la paz más desventajosa es mejor que la guerra más justa». Pues bien, el resonado de estas sabias palabras permite comprender la importancia de la paz en la vida de las personas. No en balde todos los grandes maestros iluminados han basado sus enseñanzas sobre esto, y aún más el hijo del hombre, Dios encarnado, Jesús de Nazareth, lo puntualiza en las bienaventuranzas cuando da doble porción de bendición a los pacificadores.
¿Acaso no es la paz interior lo que todo hombre y mujer buscan? Se puede poseer de todo lo material en esta vida, pero sin paz en la mente carece de sentido. No se puede ni se debe por ningún motivo pretender que la vida es intensa y plena si no hay la libertad de vivir y hacer con la paz como sustento y baluarte. ¡Menuda faena y avidez!
Si bien es cierto que la vida es conflicto y barrera, también es cierto que la racionalidad humana tiene las competencias para volver el conflicto en oportunidad y la barrera en puente escalante. Pues bien, se debe como compromiso con la vida misma buscar esa paz como base de la existencia y de la cotidianidad, buscar esa paz como techo de los anhelos y de la grandeza social.
Ya lo expresaba el gran luchador de los derechos civiles Malcolm X: «No puedes separar la paz de la libertad, porque nadie puede estar en paz a no ser que tenga su libertad». Y eso es precisamente lo que se espera: libertad para tener paz, paz para disfrutar la libertad. Es una realidad dialéctica y necesaria para conseguir los grandes fines de la savia humana y de la esperanza de sociedades más justas y felices.
De tal manera que todo lo que busca mejoría necesita la paz a su peana, que toda sociedad que pretenda alcanzar pacificación en sus ciudadanos debe ante todo crear un ambiente de amor y no de odio, de paz y no de conflicto, de verdad y no de opinión subjetiva. El Salvador es, sin duda, una nación que está resurgiendo de la ceniza, está sentando las bases para su futuro, pero debe tener el cuidado de no crearla con base en el temor, pues entonces ese muro será la misma piedra que lapide la patria.
Es así como se debe, ante todo, comprender menesterosamente que la paz y el amor son piernas de la responsabilidad y que no puede encontrarse paz sin el amor como escudo y sin la responsabilidad como estandarte. Ahora bien, ciertamente hay momentos para la batalla interior y exterior que permitan la calma social, como este momento se está prestando para ello, pero luego se debe crear un nuevo ambiente social, el de la seguridad jurídica y de derechos humanos, que permitan ante todo y sobre todo la posibilidad de ser y hacer, con la garantía de verdad como corona.
¡Esa es la esperanza de todo ciudadano que por fin quiere vivir en paz y progreso! Aportemos todos para ello.