Al son del tambor, Nelly Alvarado se desplaza de forma rítmica de un lado a otro. Está vestida con un traje típico colorido como una de las bailarinas del Ballet Folklórico de El Salvador. En 2015, se convirtió en mamá y emprendió una nueva vida llena de cultura, música, biberones y pañales.
Con una pancita abultada de cuatro meses de embarazo, Nelly se vio obligada a retirarse del baile temporalmente mientras esperaba a su primogénito, al que ella asegura haber esperado desde siempre.
«Siempre quise ser mamá y, pues, cuando lo decidí, dejé de bailar al cuarto mes de embarazo. Ya no me cerraban las faldas o se me abría el broche, entonces fue ahí cuando dije Nelly, tenés que dejar de bailar».
Después de seis años, en los que Alvarado ha tenido que hacer mil malabares para disfrutar tiempo de calidad con su hijo, reconoce que la tarea no es fácil.
Entre ensayos, presentaciones, reuniones, expresa que el amor de madre ha sido lo único capaz de hacerla tener tanta energía para suplir las exigencias de su pequeño Carlos Alejandro, quien disfruta pasar sus horas jugando y bailando junto a mamá.
«Es difícil, porque él me dice “¡mamá, no te vayas!” Pero tengo presentaciones los fines de semana y, pues, me tengo que ir. A veces es triste, cuando regreso ya lo encuentro dormido. Mi familia es un gran apoyo. En serio que no sabría qué hacer».
A pesar de lo extenuante de sus jornadas, Nelly agradece que su hijo crezca dentro del ambiente donde ella trabaja, ya que comienza a ver en el pequeño un grado de interés por lo que ella hace, así como un mayor entendimiento de las expresiones artísticas.
«Él es muy feliz al acompañarme. En cuarentena, se animó a tomar conmigo clases de ballet y a bailar música de folclor. Él ya entiende y comprende perfectamente mi mundo, porque me ha acompañado desde la pancita. Ha vivido en medio del arte, baila conmigo, es mi compañero de baile».