Hay un motivo ineludible por el cual escribí este artículo. Es, ni más ni menos, que el de refutar a los que todavía creen que el mundo solo puede ser blanco o negro. Refutar, además, a quienes se sorprendían cuando el actual presidente de la república decía que no era de izquierda ni de derecha, y argumentaban que eso era imposible y que debía, por fuerza, ubicarse en uno de los extremos.
Y es que las ideologías tuercen tanto la mente de las personas que, como si fuese un raro caso de daltonismo, sus seguidores han llegado a creer que el mundo solo es de dos colores, el de ellos y el de aquellos con quienes siempre han jugado a ser antagonistas. Tanta es la ideologización de esos individuos que, además de ver el mundo de esa manera, parece que solo piensan con un lado del cerebro.
Al observar con detenimiento esa equivocada manera de ver las cosas, no es descabellado que algunos consideren que seguir una ideología es como si la razón sufriera hemiplejía, que es como si los que antes eran normales sean después como dóciles borregos encerrados en corrales.
Por otro lado, creer que todo el mundo debía tener ideología fue también un craso error que nos hacía difícil imaginarnos o ver como normal a alguien que no tuviese una. Sin embargo, los nuevos liderazgos del país nos han demostrado que estas no son necesarias y que, al contrario, hunden a la sociedad en conflictos y divisiones.
Está claro que tanto el Gobierno como los diputados de Nuevas Ideas, lejos de ser de izquierda o de derecha, han decidido enfrentar a esas ideologías al punto de casi exterminarlas aduciendo, con justa razón, lo perniciosas que han sido.
Contrario a seguir esos desfasados preceptos, la nueva clase política se ha decantado por el humanismo, no como una doctrina o una ideología, sino como una actitud con la que revisten e impregnan sus proyectos poniendo el bienestar de la gente como objetivo final en todo lo que hacen.
Al decir que han abrazado el humanismo como una forma de gobernar, me refiero al sentido estricto de la palabra que encierra la excelsa dignidad humana y el carácter racional del hombre, que enfatiza su autonomía, su libertad y su capacidad de transformar la historia y la sociedad. No hablo de aquella acepción antirreligiosa que política y maliciosamente podría explotar la oposición. Y hago esta aclaración porque conozco de ellos su siempre malintencionada costumbre de buscar en todo algo con qué atacar al adversario. Para ser humanista no hay que ser antirreligioso, es todo lo contrario, el mismo santo Tomás de Aquino, llamado doctor de la Iglesia, hizo del humanismo su doctrina.
El hecho de poner el bienestar y el desarrollo de las personas como objetivo primordial de todas sus acciones hace, y hará siempre, que sea el humanismo lo que define a la actual administración.
Es una forma original de establecer una identidad y diferente, además, a la de aquellos cuyas acciones dicen todo lo contrario de lo que pregonan.
La experiencia acabó por demostrarnos que las ideologías no son lo mejor que le puede suceder a un país.