El maestro Terrence J. suele decir: «No puedes tomar las opiniones de los demás a nivel personal. Por lo general, lo que la gente dice de ti es un reflejo de sus propios problemas». Este planteamiento es un asunto de suma importancia, pues cada vez más las personas están empecinadas en saber qué opinan los demás de ellos y van acomodando su vida a eso. ¿Se imagina un solo día en el que se viva sin temor a nada? ¿Sin pensar y acomodarse a lo que la sociedad espera? Eso es posible. Solo es cuestión de empezar a liberarse de la cadena mental del qué dirán.
Si se comprendiera que el ser humano es tan único, como ya se ha mencionado en otras columnas, ¿qué comparación podría hacerse? Cuando se sabe quién se es, se vive como tal. Es decir, ¿qué importancia puede tener la opinión de otro si tú sabes mejor que nadie quién eres? Cualquier cosa que alguien diga de ti es sobre él. Cualquier cosa que alguien diga sobre ti es sobre la idea que tienen de ti, pero tú eres más que una idea, eres más que un concepto.
Ahora bien, ciertamente este es un trabajo interior, pero ¿qué sucede con las personas que se encargan de juzgar? ¡Gente que vive de criticar y juzgar! La carta de amor, conocida como la Biblia, dice ¿quién puede juzgar a un hijo de Dios? Además, de verdad, ¿quién cree tener la moral suficiente para hacerlo? ¿Qué ser humano está libre de actos que denigren su pureza como para ser el verdugo de su hermano? No comprendo cómo alguien puede creerse con la potestad de juzgar, ya sea como líder religioso, como líder social, como lo que sea…
¡Es absurdo! El que juzga normalmente lo hace bajo lo que la psicología ha llamado la «proyección»; no es que esté de acuerdo con los criterios psicológicos; de hecho, creo que estandarizar a los seres humanos es mucha soberbia de parte de esa ciencia, pero aun así en esto tiene razón. Normalmente quien juzga proyecta sus demonios internos en el otro o la otra.
Así lo ha visto la filosofía siempre y ha tratado de ayudar a las personas a que sean tan autónomas o libres que no dependan de la opinión de los demás; claro está que quien no depende de la opinión de otro tampoco usa su opinión en contra de otro. Pero es difícil. La sociedad y su cultura de hipocresía y materialismo llevan a que cada vez más verter opinión sobre el otro sea lo más fascinante. La academia, el cine, la moda, el arte, todo encaminado a ver el desperfecto del mundo y del otro, en vez de buscar la interiorización de sí mismos.
De tal suerte que, para alcanzar paz mental es menester un verdadero trabajo interior y de comprensión de su realidad; un ser divino y único no puede temer el qué dirán, no puede construir su camino o autoimponerse barreras mentales en pos de lo que otro diga sobre él. Reconocer tu perfecta imperfección es lo que permitirá que no sufras por lo que piensen de ti; al final, piensen bien o mal, eso no determina la realidad de tu vida ni de tu existencia.
Recuerda: tú eres el protagonista de tu camino, tu carácter determina tu destino y por tal solo en ti está la luz u opacidad de tu vida. Entonces y solo entonces puede ser respondida la gran interrogante: ¿por qué sufrir por la opinión que tienen de mí? Si al final la pregunta y la respuesta dependen de usted, la felicidad y el éxito dependen de usted, la paz mental depende de usted no porque no existan factores reales contrarios, sino porque usted es el que decide aceptar o no el daño que puede ocasionarle la exterioridad y la opinión de los demás.
¿No considera, apreciado lector, que ya es tiempo de liberarse de la opinión injusta de los demás? A fin de cuentas, con lo que digan de usted puede sufrir o tomar las pedradas y construir su casa. Usted decide. Yo le recomiendo que empiece a ser feliz siendo quien es y dejando ser a los demás, sin opinión sobre nadie, solo aceptar y amar la vida, sus circunstancias y sus personajes. Eso, en todo caso, es de verdad VIVIR.