A meses de haber conmemorado los 200 años de nuestra independencia, lejos ya de esa algarabía, cabe hacer la reflexión de si después de aquellos acontecimientos conseguimos realmente la tan ansiada libertad.
La interrogante surge del contexto en que se dieron los hechos y de quiénes fueron sus protagonistas.
Se supone que los llamados u obligados a buscar la independencia en ese entonces eran los esclavos o subyugados; sin embargo, quienes lo hicieron fueron algunos terratenientes junto con miembros del clero, donde también había hacendados que igual se beneficiaban de que existiese esclavitud. Partiendo de esa premisa, queda la duda de si realmente buscaban emancipar a un pueblo, o buscaban liberarse a sí mismos del dominio de España, convertirse ellos mismos en los amos y señores y quedarse con el oneroso tributo que ya no tendrían que pagar.
Los acontecimientos subsiguientes nos muestran que los promotores de esa «gloriosa gesta» se aseguraron de conservar e incluso de incrementar su poder y dominio sobre los que presuntamente quedarían libres luego de firmada la independencia y, además, con la ventaja a su favor de que ya no tendrían el yugo del imperio sobre sus espaldas diciéndoles qué hacer. Fue entonces cuando los que eran sus esclavos pasaron a ser los colonos de sus haciendas. Así nació otra forma de esclavitud, esta vez disimulada, que duró por largo tiempo.
Los colonos, que se suponían libres solamente porque ya no llevaban cadenas, vivían dentro de las haciendas soportando una pobreza extrema, sirviendo al patrón por un bajísimo salario, sufriendo no menos de lo que sufrían antes de la supuesta independencia.
La mayoría de los terratenientes creó en sus colonos cierta forma de dependencia, basada principalmente en la misma pobreza, que los condenaba a nunca poder abandonar las haciendas ni ellos ni sus futuras generaciones. Así se aseguraba de tener servidumbre y mano de obra barata por tiempo indefinido.
Utilizaba, además de pagar un sueldo miserable, la estrategia perversa de poner tiendas en el casco de las haciendas para dar fiado a los colonos. Cuando la quincena terminaba, los pobres trabajadores ya debían al patrón todo su salario. Pagaban la deuda y a la siguiente semana volvían a pedir fiado. De esa forma continuaba el ciclo de esclavitud y dependencia que nunca terminaba. Incluso hubo hacendados que acuñaron su propia moneda para que los trabajadores compraran solo allí y en ninguna otra parte.
Esa forma de dependencia es exactamente igual a la que hoy sufren las naciones pequeñas y pobres en su relación con las instituciones financieras internacionales y las grandes potencias, dependencia que no les permite desarrollarse ni tomar sus propias decisiones.
Las intenciones que decían tener esos gigantescos entes crediticios y las naciones poderosas, que era buscar el progreso de nuestros pueblos han terminado siendo una mentira; pues valiéndose del subdesarrollo y la dependencia económica de estos es que han logrado mantener su hegemonía en la región e intervenir cuando se les antoja, incluso en las decisiones que son puramente soberanas.
Como país no nos queda más que procurar nuestra autonomía y poder así sacudirnos cualquier tipo de dependencia, pues es lo único que hará que aquella declaratoria firmada en septiembre de 1821, la cual dice que somos libres, se cumpla a cabalidad.
No podemos volver atrás y cambiar la historia que luego biógrafos y escritores plasmaron a su manera, pero sí podemos de aquí en adelante escribir una nueva.