Rosa Panameño es una mujer admirada en el Centro Histórico de San Salvador gracias a la dedicación con la que desempeña el oficio de lustrar zapatos. Recuerda que tenía 17 años cuando tuvo los primeros acercamientos a este oficio, un mundo que parecía ser dominado por hombres y que aprendió por curiosidad.
Todo comenzó porque ella, siendo todavía adolescente, era vendedora ambulante de periódicos y en más de una ocasión iba a los portales a dejar los ejemplares a los zapateros que se concentraban en esa zona de la capital.
«Ganaba bien poquito con la venta de los diarios, así que mientras esperaba que me pagaran, aprendí viendo el oficio de zapatera, jugando, jugando», dijo entre sonrisas.
LEA TAMBIÉN: Promotora dedica su vida a ayudar a otras mujeres en Turín, Ahuachapán
Todos los días, Rosa viaja desde Apopa hasta San Salvador y desde muy temprano despliega su puesto en el Portal de Occidente, donde los clientes además pueden escoger diversidad de cintas de colores para embellecer su calzado. Aseguró que siempre hay días mejores que otros, pero que pese a todas las dificultades ha salido adelante.
«Mi mayor gratificación es haber sacado a mis hijos adelante, mi casa, convivir con la buena gente, mis fieles clientes y ganar el dinerito necesario para las cosas que uno necesita. Yo cobro $1, $1.50 o depende cómo venga el zapato. Hay buena gente que me da propina», aseguró Panameño.
Amable y con gran sentido del humor, recibe a sus clientes, muchos de ellos leales, quienes la buscan siempre y les lustra sus botas hasta dejárselas impecables. Ella afirmó que el secreto también está en hacer siempre un trabajo de calidad.
«Esta es como una profesión, solo que como no hay estudios uno todo lo va aprendiendo en la calle. Pienso que hombres y mujeres valemos igual y si él puede ¿por qué yo no? Las mujeres somos más ordenadas, más organizadas, trabajamos por un propósito por el hogar, por la familia, por los niños», expresó. Rosa enfatizó que hacerse de su propio lugar en este oficio fue todo un reto, porque desde un principio se encontró con hombres que ponían tropiezos a su trabajo.
«Había hombres normales y otros machistas. Cuando empecé, unos me querían y otros no, siempre había alguien que me decía vos nos hagas caso. Una aprende a convivir, uno aprende a la gente de la calle, es otra cultura» finalizó.