Sería falso decir que el arte de escribir corre por mis venas desde mi niñez, pues aún recuerdo a mi maestra con la regla de metro y las palmas de mis manos rojas castigadas con el madero por no cumplir con alguna que otra plana o simplemente por estar mal hechas. Eso sí, en mi adultez sí puedo afirmar que estoy enamorado y apasionado con escribir y que, a pesar de mi recorrido, aún no domino el arte ortográfico y me delata de vez en cuando.
La pasión de un periodista se alimenta con el deseo de saber auscultar los acontecimientos y adquirir un olfato aguzado con el afán de cazar siempre la noticia. Ello ha sido mi humilde aspiración en estos últimos años, y me parece feliz que sea de ese modo y no de otro; que el inefable azar me haya llevado por esos caminos.
De adolescente me atraía el trabajo que ofrecía la radio como medio de conexión con otras personas, y en esencia quería desempeñarme como un buen locutor o un entusiasta programador de música. No sabía que mi trabajo llegaría a ser el escritor de las noticias.
En 1987 dejé el refugio en Santa Tecla y, junto con mi madre, nos mudamos a la colonia Amatepec, al oriente de San Salvador. El hecho de pasar de un refugio a un hogar propio era un paso en el camino de la superación. Sin embargo, en lo personal, mi panorama seguía siendo sombrío. Había cumplido 15, edad propicia para estar matriculado en noveno, pero, al contrario, solo había obtenido el certificado de quinto grado de básica.
Un año más tarde me inscribí en la escuela para continuar, y comencé a trabajar por la tarde en una pizzería doméstica que se llamaba Land’s, de la zona de Soyapango, frente al centro comercial Unicentro. Allí laboré como lavaplatos, mesero, pizzero y cajero. No llegué a ganar más de 200 colones al mes (hoy, $28.85). Ese oficio lo ejercí hasta 1994, cuando me gradué de bachillerato en Contaduría. Durante mi tiempo en el pequeño restaurante, el alcohol, la marihuana y la cocaína desfilaron frente a mis ojos; drogas en las que se refugian comúnmente los jóvenes y que yo rechacé. Mi vida en plena sobriedad y lucidez me la trajo mi fe en Dios y el temor a convertirme en un infeliz adicto.
Al terminar mi bachillerato, me fui de ayudante de Armando. Y es que mi hermano, ese hombre que anduvo combatiendo en las filas de la guerrilla, para ese momento ya incorporado a la vida civil, se había convertido en un eficiente albañil, y me propuso su ayuda económica, pero con la promesa de que me dedicara a estudiar Ingeniería Civil. Sabía que era una carrera de grandes costos económicos para nosotros, así que solicité una beca que nunca obtuve. Comprendo a mi hermano. Él soñaba que, si yo llegaba a ser ingeniero, nuestro futuro como socios en la construcción sería mejor.
Al ver frustradas las posibilidades de la beca para la ingeniería, me matriculé en la Universidad Tecnológica de El Salvador para estudiar un técnico en Periodismo, y así completar nuevamente la idea de llegar un día a la cabina de una radio. Mi hermano, fiel a su promesa de solidaridad, me pagó las primeras cuotas, pero después de tres ciclos de estudio logré la exoneración de las mensualidades y otros derechos de pago. Mi familia me apoyó con los gastos de mi transporte y alimentación. Y ese fue el inicio en los afanes del periodismo, al menos en la etapa de estudiante.
Mis primeras notas las escribía con lapicero en páginas amarillas de papel bond, y eran temas del ámbito nacional que obteníamos de la asistencia a la conferencia dominical que ofrecía monseñor Fernando Sáenz Lacalle, arzobispo de San Salvador en ese tiempo. El hecho consistía en que, después de celebrada la misa, a eso de las 9 de la mañana, el religioso atendía a periodistas de los medios nacionales y extranjeros, quienes le pedían opinión de acontecimientos de interés público acaecidos durante la semana en el país. A esa actividad asistíamos los estudiantes para dar nuestros primeros pasos. La dinámica sigue dándose hoy.
El otro ejercicio de redacción lo hacíamos viendo el programa del Canal 12, la «Entrevista al Día», dirigida por Mauricio Funes, un acucioso y sagaz periodista del momento, después presidente la república en el período de 2009-2014. Escribíamos las notas retomando la temática de la entrevista y, al llegar a la clase, el profesor Elías Valencia nos pasaba a la pizarra para evaluar y aprender de la vieja afirmación pedagógica error-ensayo.
El Lic. Valencia, que aparte de dar clases en la universidad, también era el director del «Co Latino», me reclutó junto con mi compañero Iván Escobar para formar parte de la plana del vespertino. A esa sala de redacción llegue en julio de 1996, y fue la primera vez que utilizaba la computadora para escribir la información noticiosa. Allí me emocioné, como todo novato de la prensa, al ver mi primera publicación acompañada de mi nombre. Pronto me adapté a mi nueva responsabilidad como reportero del área o fuente policial y judicial, pero igual aprendí a escribir sobre otros temas. En menos de cinco años llegué a coordinar a la plana y viajé en misiones de prensa a México, Perú, Colombia, Cuba, Bélgica y a toda América Central.
Mi ciclo en el «Co Latino» se cerró a finales de 2003, y solo meses después, a inicios de 2004, exploraba un nuevo campo para mí: el periodismo deportivo. Pasé a formar parte de la plana de «El Gráfico», un periódico deportivo que salió a público justo el día que yo iniciaba en esta otra etapa.
Tenía poco conocimiento de la crónica deportiva, pero me encontré con buenos maestros. Trabajé bajo las órdenes de Cristian Villalta hasta inicios de 2007, momento en que regresé brevemente a mi primera escuela, el «Co Latino». A principios de 2008 me llamaron de «La Prensa Gráfica» para que prestara mis servicios en el área deportiva. En los inicios estuve bajo el mando de Carlos Molina, fallecido en 2011, y luego bajo la coordinación de Mario Posada, con quien mantengo una sincera amistad.
He trabajado 24 años en el periodismo salvadoreño, y en los últimos he estado un día o varios días con sondas y aparatos respiratorios en un hospital, y al siguiente, entrevistando a Jorge «Mágico» González, amalgamando cáncer y trabajo. Pero ¿qué sería lo meritorio si no fuera difícil el vivir?
Aún pienso en la cabina de radio y en que mi voz se escuche en todo el país, pero es un sueño que todavía está a la distancia. Ahora me suele pasar que ni mi familia logra comprender en ocasiones la pronunciación de mis palabras por las secuelas de las cirugías. Sin embargo, aún albergo un sueño, y para Dios no hay imposibles. Para muestra, un botón: «Diario El Salvador» me abrió las puertas.