«Solo mueren aquellos a quienes se les olvida». Si hay alguien que vuelve esa máxima en verdad absoluta es Aniceto Molina y la cumple palabra por palabra. Porque cinco años han pasado desde que el padre de la cumbia sabanera dejó este plano para volverse inmortal en cada canción que ha seguido y seguirá sonando.
Este 2020, el colombiano que más ha querido al país cumpliría 81 años, sin embargo, su camino cambió y se detuvo el 30 de marzo de 2015. Pero en El Salvador y en el resto de Centroamérica no hay fiesta navideña ni de Año Nuevo sin la auténtica voz de Aniceto, sin sus liras pícaras, sin su «sí, sí, sí, sí… no, no, no», y su risa que hacen recordar «aquellos diciembres», como cantan Los Falcons, otro grupo colombiano.
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Aniceto está tan presente como siempre, avivando con su música como cuando estuvo en 2014 en San Miguel o como en cada canción que le dedicó a El Salvador por el cariño que hubo entre el Tigre Sabanero y el público cuscatleco.
En homenaje a ese personaje que desde pequeños nos acompañó al escuchar sobre Josefina y el baile que puso cuando vivía en la sierra, su versión inolvidable del «Año Viejo» o sobre el gallo de Manuela, les recordamos las canciones que le regaló a este país, y también les dejamos sugerencias de «playlist» en las plataformas de «streaming» para bailar desde temprano en estas fiestas.
El Salvador en las letras de Aniceto
El cariño que el cantante y compositor colombiano desarrolló por el público salvadoreño fue mutuo. Esta relación se cultivó por años y se fortalecía con cada canción que Aniceto escribía pensando en El Salvador, retomando los nombres de sus municipios, sus comidas, retratando sus vivencias tras las innumerables visitas que hizo desde 1982, cuando pisó por vez primera suelo cuscatleco.
La primera canción que menciona al país, aunque no es dedicada, fue «La zorra», una canción muy a su estilo de trabalenguas en la que cuenta la historia de la zorra, el zorro y los hijos; en medio de estrofa y estrofa deja salir «San Miguel, La Palma, Cojutepeque».
«La mariscada» y «El peluquero salvatrucha» vinieron después. «Yo quiero una mariscada y la quiero de El Salvador, allá me voy a buscarla porque allá sabe mejor. Cuando llegue a San Miguel voy a las playas de El Cuco, allá me voy a comer mariscada con cusuco», cantaba.
«El peluquero salvatrucha» es una de sus composiciones con más doble sentido o «jocosa», como él decía, sin embargo, también fue una de las canciones que le causaron polémica al ser censurada en un concierto por relacionarse con una pandilla. Su intención nunca estuvo más alejada, para él la palabra «salvatrucha» era una especie de gentilicio.
«Ah, ja, ja, ja… Un peluquero de San Miguel se ganó la lotería y mandó a parar su casa como él la quería. Él mandó a parar su casa de dos pisos… Puso una peluquería, en el piso de arriba. Puso otra peluquería, en el piso de abajo. Y un letrero bien grandote que decía: Se mutila arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo, arriba y abajo. Se corta pelos arriba y abajo. Se hacen trencitas arriba y abajo», canta Aniceto
Con esa misma naturalidad y apego por lo salvadoreño, nació «El garrobero», una historia de un hombre que duda de su paternidad y pone a prueba la genética a la espera de que «si sale siendo mío lo que quiero que haga es lo siguiente: quiero que toque acordeón, así como su papá. También que sea mujeriego, así como su papá. Pero que no tome ron, así como su papá. Que sea bueno y bien sincero, así como su papá. Que vaya pa’l Salvador… así como su papá… Y coma mucho garrobo para poderlo bautizar: el garrobero, el garrobero, el garroberoooo… Ah, ja, ja, ja».