Se acerca el final de 2020 y, con él, la Navidad. Por supuesto, esta vez vamos a pasarla de forma distinta. Frente a las cifras de los contagios, el Gobierno italiano ha definido dos reglas para estas festividades. Las restricciones más rigurosas cubren desde el 24 hasta el 27 de diciembre y del 31 de diciembre al 6 de enero (excepto el 4), cuando estará prohibido desplazarse a otros lugares y solo se permitirá que dos personas a la vez visiten a otros familiares. Además, permanece el toque de queda que comienza a las 10 de la noche, algo significativo especialmente en el último día del año, cuando normalmente se espera la llegada del Año Nuevo con amigos o parientes. Está claro que los planes habituales de varias personas se verán perjudicados. Más allá de lo religioso, este es un momento esperado para estar con la familia, pero, sin poder verse o viajar, para muchos no será posible.
Este confinamiento navideño impactará mucho a una categoría específica: los migrantes. No hablo solo de los italianos dispersos por el mundo (más de 816,000 emigraron en los últimos 10 años, según datos de 2019 del Istituto Nazionale di Statistica), sino también de los que proceden del sur de Italia. Históricamente, el sur es menos desarrollado desde el punto de vista industrial y está más atormentado por la falta de trabajo que el norte, a donde muchos sureños se mudan con el fin de estudiar o encontrar un empleo. Al llegar las fiestas, varios quieren «bajar», es decir, volver a sus pueblos o ciudades, cosa que suele ocurrir raramente, ya que ir de un extremo del país a otro puede requerir hasta casi un día de viaje.
Por otro lado, el hecho de que no podamos reunirnos nos afectará a todos. En Navidad, a los italianos, como seguramente les ocurre a los salvadoreños, nos suele unir algo: se come mucho y con mucha gente. Familiares cercanos y lejanos se reúnen para celebrar en varias ocasiones, como la cena del 24 o el almuerzo del 25 de diciembre. Comer es la excusa perfecta para estar juntos; por ello, las comidas suelen durar varias horas y son momentos que unos añoran y otros temen. En Navidad, más que nunca, comer es un placer y un deber: cualquier dieta debe suspenderse en este período.
Nuestro menú suele incluir numerosos platos. Si el 24 frecuentemente se cena pescado, el 25 es dominado por la comida local o navideña. Las especialidades típicas son demasiadas y es imposible conocerlas todas o generalizar: hay una gran variedad. Por ejemplo, en mi zona es común comer tortellini, un tipo de pasta rellena que se suele servir en caldo, y el zampone, una pata de cerdo rellena de carne y acompañada por lentejas que, según la tradición, traen buena suerte. Más «nacionales» son los postres navideños: en particular, el panettone y el pandoro, que son objeto de una especie de rivalidad (¿eres del equipo panettone o del equipo pandoro?). Además, tenemos costumbres diferentes que varían según el lugar y la familia, como jugar al bingo o ir a misa (es muy popular la del 24 de diciembre a la medianoche).
Aunque nuestras tradiciones festivas están muy arraigadas, este año, por el bien de todos, tendremos que cambiarlas. Pero no importa: nos esperarán en la Navidad de 2021, que ojalá sea mucho mejor. Sin embargo, a pesar de que sean diferentes a lo que esperábamos, no dejemos de desearnos unas felices fiestas: «Buon Natale e felice Anno Nuovo!».