En las esquinas de un barrio de Bogotá, militares retirados armados y vestidos de camuflado vigilan cada movimiento. Financiados por comerciantes cansados de la inseguridad, estos escuadrones reviven el fantasma de los antiguos paramilitares que sembraron terror en Colombia.
Los centinelas, con gorras de calaveras y botas al estilo militar, se niegan a identificarse ante las cámaras. Dicen que trabajan con el Gaula, un cuerpo de la fuerza pública contra el secuestro y la extorsión.
«Estamos nosotros montando seguridad, aquí hay gente armada, pero con la ley […]. No somos ilegales, somos militares pensionados y el comercio nos está pagando», afirmó uno de ellos.
Pero funcionarios del Gaula negaron cualquier vínculo entre la institución y este grupo de seguridad que la AFP observó desde enero en el barrio 7 de Agosto, de la capital colombiana.
«Los civiles no tienen ningún tipo de responsabilidad» en la lucha contra la extorsión, aseguró el coronel Cristian Caballero, comandante del Gaula Militar en Bogotá. Sus hombres «siempre» operan «plenamente identificados», agregó. En esa misma línea respondió el coronel Carlos Téllez, jefe del Gaula de la Policía.
Como en Perú, Ecuador y México, la extorsión azota a Colombia.
Bogotá, una urbe de 8 millones de habitantes, vive en el inicio de 2024 una ola de inseguridad marcada por robos masivos en comercios, actos de sicarios y tiroteos.
«No es un tema de percepción. Bogotá está insegura», dijo recientemente el alcalde Carlos Fernando Galán ante la ausencia de estadísticas oficiales de delitos para 2024.
Durante el conflicto armado, que dejó un saldo de más de 9 millones de víctimas en seis décadas, en varias regiones de Colombia se crearon asociaciones de autodefensas para combatir las guerrillas.
Esos grupos se convirtieron en sangrientos escuadrones de ultraderecha que cometieron 1,166 masacres entre 1980 y 2012, a veces aliados con policías y militares, según el estatal Centro Nacional de Memoria Histórica. La mayoría se desmovilizó en 2006.
En la primera semana del año, un vendedor del 7 de Agosto, famoso por sus talleres de mecánica, fue tiroteado al negarse a pagar una extorsión. De acuerdo con sus colegas, fue víctima de los Satanás, un grupo de delincuentes al mando de un criminal venezolano con el mismo alias.
Los Satanás forman parte de un mapa criminal identificado por investigadores en Bogotá.
La Defensoría del Pueblo alertó el 27 de febrero que la ciudad es epicentro de una disputa entre el Tren de Aragua —organización nacida en Venezuela que crece sin freno por el continente— y el Clan del Golfo, el principal cartel del narcotráfico en Colombia.
Ante el temor que impera, un vendedor de repuestos para automóviles del 7 de Agosto lleva una pistola, ya que los criminales «vienen, llaman a la gente de los locales, les exigen plata y si no [les pagan]» dicen «que los matan», explicó bajo condición de anonimato.
En el barrio grandes carteles se levantan con el lema «¡Yo no pago, yo denuncio!».
Los testimonios recabados por la AFP dan cuenta del miedo que llevó a los comerciantes a financiar un nuevo grupo de autodefensa contra este delito. «Nosotros les pagamos», afirmó uno de ellos, que no quiso ser identificado.