Un nuevo día empezaba, aún los rayos del sol no deslumbraban, aún no se escuchaba la primera plegaria desde la mezquita, aún había paz y tranquilidad.
Era el lunes 6 de febrero de 2023, fecha que apuntaba a ser un día especial para los estudiantes, para reencontrarse con los compañeros de grado, con los maestros.
Las vacaciones habían terminado y el nuevo semestre empezaría esa mañana. Para otros suponía ser un día común de trabajo, de comercio, de tareas del hogar, pero el frío del invierno ameritaba quedarse en cama un momento más.
Aún era temprano. Algo cambió esa mañana. El reloj marcaba las 4:17 cuando la tierra se sacudió. Un estruendo, un relámpago, el sonido de algo quebrándose y todo va en aumento.
No hay tiempo para reaccionar y asimilar lo que está pasando. Las estructuras sucumben ante la fuerza, ante lo imaginable, todo cae. En cuestión de segundos, de la tranquilidad no queda nada.
Un terremoto de 7.7 grados golpeó a 10 provincias al sureste de Turquía y el norte de Siria. Un movimiento telúrico con el efecto de la explosión de 500 bombas nucleares, señaló el director general del Departamento de Terremotos y Reducción de Riesgos de la Agencia de Gestión de Emergencias (AFAD) turca, Orhan Tatar.
Es la peor catástrofe en 100 años de historia turca y nadie, ni la población ni los políticos ni rescatistas ni los científicos estaban preparados para lo que se viviría.
El pánico, después de esos segundos, fue inevitable, edificios completos cayeron y otros más lo harían seguidamente, la tierra aún se movía.
No había tiempo que perder, las personas todavía en su asombro salieron a las calles con lo que tenían puesto. Lamentablemente para muchos era demasiado tarde.
Adana, Gaziantep, Kilis, Malatya, Ayıdaman, Dıyarbakır, Osmaniye, Şanliurfa y el epicentro Hatay y Kahramanmaraş conformaron la zona afectada.
Son ciudades muy pobladas, representantes de asentamientos históricos, cultura, comida, turismo, pero nada de eso sería lo notorio esta vez.
Llegó la mañana a Estambul. Eran las 7:30 de la mañana y mi teléfono se ha llenado de mensajes de familiares y amigos que preguntan mi situación. La noticia era ya mundial. Habrá sido un temblor que no pasaba del susto, pensé.
Sin embargo, los noticieros nacionales empezaban a mostrar imágenes desgarradoras, apartamentos y carreteras destruidas, mezquitas, escuelas, hospitales dañados y los afectados yacían fuera, en medio del frío y la incertidumbre.
A mi mente viajaron esas imágenes difíciles que nos dejaron los terremotos de 2001 en El Salvador. Las horas transcurrían, el ambiente era cada vez más tenso, caótico. Miles de personas atrapadas entre los escombros, mientras familiares y voluntarios trataban de rescatarlas.
No había energía eléctrica ni agua potable. Los supermercados estaban cerrados, había hambre y frío. La carrera contra reloj iniciaba. La situación no podía ser más difícil cuando la tragedia llegaba nuevamente. Un segundo terremoto sacudió el territorio a las 13:24.
Todos fuimos testigos del caos a través de las cámaras de televisión y de los celulares que captaban los momentos críticos. Todo parecía sacado de una película del fin del mundo, tan surreal. El presidente Erdoğan declaró el cuarto estado de emergencia, lo que significaba que con urgencia se necesitaba la ayuda internacional.
Así los aeropuertos de Estambul, Ankara y Adana recibían a las brigadas de rescate. El Salvador fue uno de los 70 países que se solidarizaron. Mis dos banderas unidas ante la adversidad. El pueblo turco y la comunidad internacional empezaron a movilizarse en la recaudación de agua, víveres, ropa de invierno, frazadas, productos de higiene.
Otros se organizaron en la preparación de alimentos. El Gobierno desplazó al cuerpo militar, al policial y a los bomberos para apoyar la logística y el rescate. También se instalaron tiendas de campaña provisionales.
Poco a poco llegaba la ayuda, aunque no tan rápido como hubiésemos querido. Las estadísticas no dejan de incrementarse. Detrás de cada cifra hay una historia de dolor y luto, como la de ese padre, Mesut Hancer, que sujetaba la mano de su hija de 15 años, ya fallecida. Aguardaba allí para recuperar su cuerpo. Era ya el tercer día. Miles de personas trabajaron en la zona. Rescatistas, voluntarios, mineros, personal de salud ejecutaban una labor sobrenatural, durmiendo pocas horas y de nuevo a tomar los equipos y seguir la labor.
El cansancio era notorio, pero su esfuerzo trajo noticias llenas de esperanza para todos. Son los verdaderos héroes. Bebés, ancianos, mujeres, embarazadas, hombres, familias reunidas, todos con una historia de supervivencia y también de dolor. Ellos son los milagros, son la esperanza de vida en medio de los escombros. Para Deniz Dal y su hijo todo cambió cuando los rescatistas salvadoreños dieron con su ubicación y los sacaron exitosamente después de 150 horas.
«Me gustaría agradecer a todos lo que se esforzaron. Saludo sinceramente a todos de corazón. Pero un agradecimiento especial al equipo de El Salvador», expresó la ciudadana de Kahramanmaraş.
Así, muchos rescates desafiaron la brecha de la sobrevivencia y las condiciones climáticas. Como el de Necla Camuz y su bebé de 10 días de nacido, que fueron rescatados al cuarto día. Su hijo lleva por nombre Yagiz, que significa «valiente».
Día 11. Neslihan Kılıç, una joven de 30 años, fue sacada de los escombros con vida después de 258 horas. La esperanza sigue.
¿Se pudo evitar tanta destrucción?
Si bien los terremotos son eventos impredecibles, la seguridad de las viviendas y de sus habitantes no. Mucho se pudo hacer para evitar el impacto de la destrucción. Según datos oficiales, más de 11,000 edificios entre antiguos y recientes se vinieron abajo.
En sus ruinas quedan claras las fallas de construcción y los materiales de baja calidad utilizados. Ante el clamor del pueblo turco por explicaciones, las autoridades han emitido más de 130 órdenes de arresto contra constructores, promotores, arquitectos y financieros por no cumplir la legislación.
Muchos han sido detenidos en aeropuertos cuando trataban de huir hacia otro país. Más de 45,000 fallecidos, 13 millones de afectados, más de 100,000 heridos, un millón de personas sin hogar, son las cifras oficiales (hasta el momento) que provocaron a su paso los terremotos. Son números que quedarán en la historia y mente del pueblo turco. El dolor jamás podrá cuantificarse ante tanta pérdida. Como mamá de dos niños es inevitable no sentir el impacto. No puedo imaginar la angustia y el dolor de todas estas personas.
He vivido en esta nación los últimos nueve años y se me hace un nudo en la garganta al ser testigo de todas esas historias desgarradoras que deja a su paso el terremoto. Pienso qué haría yo durante una situación similar.
La preocupación es inminente, ya que el último terremoto en Estambul fue hace 24 años. ¿Estará el Gobierno preparado esta vez? ¿Habremos aprendido la lección después de este 6 de febrero? Hay que estar preparados.