El gran maestro Sócrates solía decir: «Nadie puede obrar mal voluntariamente en conocimiento, y los que lo hacen es porque desconocen el bien». Esta sentencia tiene, sin duda, un ideal profundo, pero se puede precisar mejor en la actualidad.
Podría decirse que el que hace el mal no es que no conozca el bien, sino, ante todo, desconoce tener la conciencia dormida y lo que hace lo considera un bien. A lo largo de la historia se observan miles de casos de Estados, empresas o personas que considerando obrar apegados a la religiosidad o a las leyes cometen agravios contra otros o contra la humanidad entera.
Usted mismo ha podido observar en el diario vivir esta circunstancia. ¿Cuántas personas que conoce en su trabajo, en su familia, entre sus amistades, obran mal creyendo que hacen un bien? La vida, como tal, siempre nos impulsa al bien personal y común, pero el deseo —que no es más que apego— nos empuja hacia situaciones límites en las que, probablemente, terminamos dañando a otra persona.
De ahí que es importante comprender dos aspectos que podrían cambiar totalmente el mal que experimentamos a diario en el mundo y en nuestro amado país.
En primer lugar, el apego es un tipo de deseo que nos une a un concepto, una idea, un bien material o persona, y nos aprisiona o, mejor dicho, nos aprisionamos voluntariamente.
Es decir, que nos volvemos esclavos de nuestra propia propiedad y entonces carecemos de la voluntad necesaria para tomar una decisión que no estropee nuestra paz y felicidad.
En segundo lugar, tener una consciencia dormida; es decir, una alteración tal que mantenemos adormecida la capacidad de razonar nuestra propia existencia, y por tal nuestra capacidad de elegir y decidir bajo la voluntad de un ser libre.
Ya lo decía el maestro Thomas Moore: «Los hombres suelen, si reciben un mal, escribirlo sobre el mármol; si un bien, en el polvo».
Es cuestión de consciencia, de un despertar, que cuando se da la vida cambia de forma estrepitosa y nunca más vuelve a su estado anterior, pero si a su estado natural; es decir, el del bien. Solo conociendo estas verdades es como realmente el mal deja de tener cabida en la mente, en el cuerpo y en el anhelo humano.
De tal suerte, que el obrar bien, más que de enseñanzas religiosas o enseñanzas de valores institucionales, se trata de un despertar de la consciencia, una verdadera revolución, pues muchas veces lo que era bien en un tiempo recae en mal en otro y viceversa.
Solo un constante ejercicio de observar cada obrar y su intención es como se puede día a día tomar las decisiones más sensatas para uno y para los demás. El filósofo griego Epicuro lo expresaba de la siguiente manera: «Según las ganancias o los perjuicios, hay que juzgar sobre el placer y el dolor, porque algunas veces el bien se torna en mal y otras veces el mal en un bien».
No se debe ni se puede considerar «a priori» un acto, si no ha sido sopesado en la balanza de la consciencia y la razón. Este es el que dictaminará que el obrar carezca de vicio y solo así se logrará comprender cómo el vicio nace de la ignorancia.
Cuidado, pues, de seguir cayendo en la trampa autoimpuesta del obrar según las reglas, que muchas veces son impuestas por personas más inconscientes que uno. Se debe caminar y construir la vida con base en la propia consciencia, pero esta debe estar siempre en constante revisión, y solo así se podrá tener seguridad de que solo aquello que me hace bien debe ser lo que he de ofrecer al otro.
Al final la regla de oro que ha estado presente en todas las culturas y las espiritualidades sigue teniendo vigencia: no hagas aquello que no quisieras para ti.
El ser humano y nuestro país, ahora con todas las transformaciones que se están suscitando, tienen la gran oportunidad de hacer una minuciosa revisión de la consciencia individual y colectiva; alcanzando así la insaciable sed de verdad y justicia que no solo dictamina los dinteles constitucionales o religiosos, sino, ante todo, el gran anhelo humano de vivir en paz y fraternidad.
Así, la voluntad-elección-decisión-bajo consciencia que sea la fórmula de la nueva nación y el vicio se destruirá así mismo, en la medida en que la ignorancia deje de tener cabida en las vidas de todo salvadoreño.