Representar la voluntad del pueblo en la Asamblea Legislativa nunca fue del interés de ARENA, el FMLN, Rodolfo Párker y su PDC, ni de algunos azules, entre otros. La repartición de escaños fue pensada maquiavélicamente para sostener el sistema instaurado por el poder fáctico.
Un modelo con el que los políticos se protegieron, con el que hicieron los negocios de su vida beneficiando con leyes y decretos a sus patrones, quienes, ni lerdos ni perezosos, incrementaron sus ingresos con dinero proveniente de los impuestos, por lo que parte del juego fue manipular las fórmulas electorales, cocientes y residuos, y así asegurarse de llenar el Palacio Legislativo de títeres, robando así hasta la representatividad real del pueblo.
Por eso un candidato lograba la diputación con menos votos que otro, con el único sentido del favorecimiento privado.
La acción valiente del presidente Nayib Bukele, con las reformas para reducir diputados, tiene como único objetivo rescatar «la casa del pueblo», quitándole el pastel a areneros y efemelenistas, y devolviendo la representatividad a los salvadoreños.
¿Es eso concentrar poder, como espeta la oposición? Por el contrario, ahora, todos los candidatos a diputados de todos los partidos políticos pelearán el voto en igualdad de condiciones, sin ventaja alguna. Es el pueblo el que decidirá quién quiere que lo represente y no el poder fáctico. Nuevas Ideas estará en el mismo cuadrilátero electoral que ARENA, el FMLN y todos los demás, y tendrá que conseguir los votos necesarios para mantener la mayoría en el Palacio Legislativo.
¿A qué le teme entonces la oposición? Simple: a otro repudio de los salvadoreños. Claro, hasta en sus encuestas salen con menos del 4 % de las preferencias. Ni siquiera unidos logran más que eso, ni para diputados, mucho menos para presidente. Saben perfectamente que no lograrán los votos, ya que las reformas no les permitirán los «regalitos» que obtenían antes.
ES ESQUIZOFRENIA POLÍTICA, SIN DUDA
Es entonces que se comprende por qué alguno que otro diputado de oposición prefiere retirarse o correr por una alcaldía, pues, sin haber realizado elecciones, ya se dan por perdedores. Como bien dijo el presidente Bukele en el evento de colocación de la primera piedra del nuevo hospital Rosales —por cierto, otro cumplimiento más de promesa—: «¿No dicen que tienen el apoyo del pueblo? ¿No dicen que estamos haciendo mal las cosas? ¿No dicen que el pueblo está enojado con el Gobierno? Bueno, entonces ellos van a ganar».
Las reformas para reducir diputados y municipios son técnicas, bien pensadas, para permitir el ordenamiento que este país siempre necesitó desde 1992, y eso debe comprenderlo el pueblo salvadoreño.
Son acciones urgentes si queremos que el desarrollo económico y social avance a paso veloz en todo el territorio, después de tres décadas de letargo y saqueo tricolor y rojo.
El presidente Bukele ha dejado clarísimo que es inaudito tener tantos municipios en 21,000 kilómetros cuadrados e igual representatividad legislativa. El ahorro, como resultado de estas reformas, permitirá al Gobierno tener más dinero para obras que impacten directamente en la sociedad.
Las municipalidades que serán distritos seguirán funcionando tal cual, con todas sus legislaciones, con todos los servicios, con las mismas tasas, pero con más obras para la población, pues los recursos serán mejor distribuidos, administrados y fiscalizados.
Claro, con estas reformas se acabaron los privilegios y las prebendas de los que han estado acostumbrados, los políticos areneros y efemelenistas, entre otros.
El circo de marionetas llegó a su fin. Bien hecho, Nayib. Por eso el verdadero pueblo salvadoreño te respalda.