La operación militar especial que Rusia desarrolla en Ucrania dura ya seis meses. En este período, hemos presenciado una variedad de fenómenos en los que es necesario reflexionar. En primer lugar, tenemos el drama europeo: síndrome de civilización. Los países europeos más importantes deben su riqueza y su bienestar a su calidad de países coloniales, a su capacidad de extraer de los países asiáticos, africanos y latinoamericanos las materias primas, las riquezas vegetales, los minerales —algunos de ellos preciosos— que sustentan sus poderíos en distintas actividades. En la medida que los imperios coloniales de estos países fueron cayendo y las antiguas colonias se independizaron, todos estos europeos poderosos se vieron enfrentados a la realidad de sus pequeños territorios y sus pequeños recursos naturales.
Europa siempre entendió a Asia como un conjunto de sociedades atrasadas y primitivas, de las que siempre iba a extraer las materias primas necesarias. Un pequeño país como Gran Bretaña fue dueño de un imperio como la India y pudo sojuzgar a China. Francia, en tanto, controló la Indochina. Portugal pudo ser dueño de Brasil, Angola, Mozambique, Guinea Bisáu (África), etcétera.
En el mundo contemporáneo, todas esas fuentes están desapareciendo para los países europeos, y esa dura realidad no resulta fácilmente comprensible para los gobernantes actuales de esos países. Un punto de estas tensiones lo constituye la relación con Rusia que, por cierto, tuvo que aprender varias cosas de Europa, sobre todo durante el período de Pedro el Grande, en el siglo XVIII; pero, la Revolución Bolchevique de 1917 puso a Rusia en los carriles de un desarrollo vertiginoso. Es en este escenario cuando Europa decide entregarse a Estados Unidos, atada de pies y manos para enfrentar, según ellos, a ese insuperable peligro, constituido por la Unión Soviética. Cuando la URSS se derrumbó y se incorporó al universo capitalista, Europa lo entendió como una derrota de sus enemigos y envolvieron a una Rusia débil en sus tentáculos financieros, comerciales, tecnológicos y políticos suficientes para apropiarse de la riqueza rusa. De nuevo se equivocaron, y la operación militar rusa en Ucrania fue una gigantesca llamada de alarma para las cúpulas dominantes de los países europeos.
En Ucrania estalla la guerra entre Eurasia frente a Occidente, la OTAN, Europa, Estados Unidos. Y toda esta fuerza militar, económica, ideológica y política lanzada contra Rusia ha fracasado y Europa ha entrado en un momento de drama histórico. Las cabezas de los gobernantes de esos países europeos, con algunas excepciones importantes, se niegan a entender lo que en verdad les ocurre y siguen actuando como si la correlación de fuerzas los favorece. Se sabe que están decidiendo fijar el precio del petróleo que Rusia vende en el mercado. Este interés huele a locura porque en este caso resulta ser que es el comprador el que le fija el precio al vendedor y, además, Europa ha decidido no comprarle petróleo ni gas a Rusia, de tal manera que no le interesa el precio con el que Rusia venderá los hidrocarburos; pero, al mismo tiempo, estos países europeos, angustiados, están actuando como si fueran los dueños y actores principales del mercado de hidrocarburos en el planeta. Todos sabemos que no es así. Por eso, esta decisión parece delirante porque la proximidad del invierno en Europa está encontrando a esos países sin el suficiente gas para sobrellevar las bajas temperaturas de la época.
Al mismo tiempo, las economías de todos estos países están sufriendo graves quebrantos con alta inflación, alto desempleo, con quiebres en las exportaciones y una ascendente crisis política de los gobiernos.
Los pueblos europeos empiezan a reaccionar y a darse cuenta de que necesitan nuevos y más sensatos gobernantes, realistas e independientes de la voluntad de Estados Unidos.
La operación militar especial en Ucrania no parece sufrir graves retrasos de parte del ejército ruso, que ya controla el oriente de Ucrania y parte de la costa del mar Negro; en tanto que Occidente mantiene un discurso de ayuda y asistencia total a Ucrania en todos los terrenos, pero eso es nada más discurso. En realidad, no está regalando nada a ese país y ya está hablando de asegurar el pago por los equipos y las armas que le proporciona.
La confrontación no es solo militar, es política, económica, ideológica, geográfica. En todos estos terrenos se libra la más intensa batalla para transformar el actual mundo unipolar controlado por Estados Unidos por uno multipolar. Esta es la verdadera esencia contemporánea, y resulta lógico que países como el nuestro que no tienen nada que ganar en un mundo controlado por violentas empresas estadounidenses, tengan que maniobrar hábilmente en las aguas turbulentas de un mundo que desaparece y de un mundo que lucha por aparecer. Esta es la transición geopolítica en la que nos encontramos. No lo hemos decidido nosotros. Son las nuevas realidades actuales las que han generado esta coyuntura. Lo que nosotros sí tenemos que hacer es orientar nuestros pasos para que las mayorías de nuestro país resulten beneficiadas en el nuevo orden por el que se está luchando.
En estas circunstancias, como en todas las circunstancias históricas, siempre hay una minoría poderosa que termina ganando e imponiendo sus intereses a minorías débiles, y esto determina que los países no puedan salir nunca de sus atrasos estructurales, de sus incapacidades institucionales y nunca desarrollen sus capacidades productivas, científicas y tecnológicas, imprescindibles para actuar con éxito en las actuales relaciones internacionales.
Como nunca, nuestro país necesita un timón firme y flexible, una mirada de corto, mediano y largo plazo, una visión regional que fortalezca las amistades naturales de los amigos y vecinos inmediatos y una política latinoamericana para acompañar y ser acompañados en el proceso de construcción de un proyecto para una América Latina unida y compartiendo proyectos comunes.