Eurípides de Salamina solía decir: «No desperdicies lágrimas frescas en dolores pasados». Esta evocación sabia permite sentar las bases de la temática hoy tratada, que a ciencia cierta pareciera algo muy sobrado ya, pero que sigue siendo fresco dolor para la mayor cantidad de las personas de este siglo. El no poder soltar el pasado o el recordarlo con culpa sigue siendo, a fin de cuentas, una de las enfermedades espirituales más crueles de la actualidad.
De tal suerte que a medida que se profundiza en este tópico se llega a comprender que tan calado está en la mente y las emociones del ser humano, el recordar, evocar o culparse ante los hechos pasados y que aún marcan gran dolor para sí, ya sea porque el mismo los trae a cuentas o porque otro se los rememoriza. Cosa ya perjudicial en sí misma y aparte con el agravante que de afuera venga tal osadía.
Ahora bien, es necesario dejar claro dos cuestiones que han de permitir subsanar de poco en poco este eufemismo inescrupuloso; en primer lugar, qué sentido posee el evocar algo pasado cuando ya ha sido desbordado para bien o para mal esa circunstancia. Además, cuando el alma ha aprendido del error y se ha asentado en la plaza de la madurez, ya ese pasado carece de autoridad en la vida afectiva y racional del ser humano.
En segundo lugar, nadie tiene el derecho ni la autoridad moral de recordar el pasado de otra persona, ya que no existe un solo ser humano con la perfección tal como para achacar errores del otro y aún más si son pasados. Así lo establece el evangelio de Mateo 7:5: «¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás con claridad para sacar la mota del ojo de tu hermano».
Es así como, abrogarse la verdad de una nueva vida es fundamental para quien realmente tiene la voluntad de vivir el eterno presente, donde habita Dios y su divina misericordia. Por tanto, es de recordar que los errores del pasado son parte de la vida, es de reconocerlos, aprender de ellos y no volver a cometer el mismo; entonces así, y solo así, se ha sentado ya el fundamento de su verdadero olvido y sepultura.
Dios es amor y por tal el amor todo lo perdona, como establecen las Sagradas Escrituras judeocristianas; de tal manera que si Dios mismo le ha perdonado una vez, se ha arrepentido y cambiado, entonces, ¿con qué autoridad se cree para seguirse culpando y sufriendo por ese error del pasado? No es permisible continuar viviendo del pretérito, destruyendo el presente y sus nuevos brillos, con una cosa que dejó de ser ya una realidad.
Por ende, no se convierta en ese escarabajo africano que nace dentro del excremento, vive acumulándolo y pone sus huevos para nueva vida dentro de este. Usted debe comprender que en la medida que mantenga viva la culpa del pasado se está arrastrando en el estiércol sin forma alguna de salir de él. No fraternice con el pasado ni con el error de este, nueva creatura es si se ha arrepentido y vive conforme a los buenos principios de vida.
Pero bien, es a fin de cuentas decisión suya, pero si con sincera motivación desea vivir una vida plena de aceptación y amor propio, entonces ha de comprender que su vida ahora posee el brillo del presente, donde puede crecer, servir, amar, emprender y caminar hacia la paz del alma que solo Dios en Jesucristo puede dar. ¿Se anima? Ya es hora de que vaya tirando el peso del pasado para elevarse espiritualmente por encima de la mediocridad.
Recuérdelo siempre que le sobresalte su pasado, usted no es su pasado, ni su destino determina quién fue ni su origen, sino las decisiones que tome hacia adelante.