De pequeña, lejos de jugar con muñecas, le gustaba desarmar y armar los carros de juguete de sus hermanos, se escapaba de clases y se iba de escondidas a los talleres de mecánica automotriz que estaban cerca de su casa, en Santa Ana, donde iba a ver cómo reparaban los carros. Le gustaba el olor a combustible y mancharse de grasa. Su sueño era ser mecánica y arreglar carros.
Y ese sueño, Heydi Jeannette Flores Aguilar lo comenzó a cumplir desde los ocho años, cuando, en contra de la voluntad de su madre, se inició en la mecánica automotriz, un mundo tradicionalmente dominado por los hombres, pero ella quería romper esos paradigmas.
Sus primeros años en la mecánica los hizo junto con su papá, quien era motorista de una de las familias cafetaleras de Santa Ana y llevaba los carros a su casa para hacerles pequeñas reparaciones, y en un taller de un vecino que arreglaba buses.
Fue hasta los 14 años que, por fin, tuvo la oportunidad de ingresar como aprendiz formal en un taller, con sueldo incluido, donde comenzó de lleno a aprender la mecánica automotriz hasta poder desarmar y armar motores.
«Mi mamá me decía que aprendiera a echar tortillas, que de eso me podía ganar la vida, pero le decía que no, que yo carros quería arreglar y me decía: “Vos loca estás, ese es un trabajo de hombre”. De escondidas iba a los talleres a aprender, porque mi sueño siempre fue ser mecánica», dice la mujer, madre de dos jóvenes de 21 y 12 años.
En el taller donde la recibieron como aprendiz laboró 17 años, hasta que el propietario falleció, tiempo en el que se especializó en la reparación de motores, con lo que se ganó un nombre en la mecánica y el reconocimiento de los clientes, que en más de una ocasión le hicieron mala cara por el hecho de ser mujer y desconfiaban de que les trabajara sus vehículos.
Con la muerte del propietario también se dio el cierre del taller y por dos años trabajó como secretaria, pero la pasión por la mecánica la hizo tomar valor y abrir su propio taller, con el apoyo de su esposo —quien falleció durante la pandemia por la COVID-19—, al que la siguieron los clientes que ya conocían su trabajo. A sus 45 años y desde hace 14 es propietaria del Taller Flores, situado en la colonia Primero de Octubre, a la orilla de la calle hacia Los Naranjos, donde atiende a sus clientes con la misma calidad en su trabajo.