El entrenamiento sabatino de la selección mayor concluyó con un trabajo de definición para los delanteros. Ahí estuvo Jorge González Lemus, el hijo de Mágico.
Tras esa ronda de labores, Mágico decidió irse de la práctica. Antes había visto cómo su hijo había tocado con fineza el balón en un par de ocasiones, en los ejercicios planteados por el asistente técnico, Mauricio Cenfuegos.
Mágico siempre trata de estar cerca de la Azul, como aquel metido benigno que sabe estar, pero ahora tenía otra razón para hacerlo: la presencia de su hijo, que juega en los niveles formativos de Cádiz, el equipo que firmó una relación amorosa eterna con Mágico.
«Suelo acercarme de vez en cuando. Vengo a hacer un poco de gimnasio o caminar, hacer un fondo. Mi hijo está trabajando con el miramiento que está queriendo tener el profesor Hugo. Está ahí y eso a cualquier jugador lo tiene que motivar. Ilusiona a cualquier jovencito. Todo transcurre con normalidad y calma. Eso le va a servir a él para desarrollarse como jugador. No sabría decirte a qué nivel anda él, aunque no me lo creas, no lo puedo catalogar como jugador del 1 al 10. No he tenido la oportunidad de verlo jugar», dijo el Mundialista de España 1982.
Mágico no se complica con el tema futbolístico relacionado con su hijo. Confesó que no lo presiona y lo deja ser en la cancha y en cualquier otro ámbito de la vida. «Trato de no ser punzante con mi hijo en ningún aspecto, trato que no sea por mí que esté o deje de estar en algún sitio y en el fútbol menos, porque no es mi manera de ver las cosas. En el fútbol como en todo, uno tiene que tener ética. Como padre, aunque quisiera, hay veces en las que tenes que dejar ser. Pero a cualquier padre les gustaría que a su hijo le anden saliendo bien las cosas. No hay que comer ansias y mantenerse con lógica. No presiono a mi hijo y trato de decirle las tres o cuatro cosas que puedan ser convenientes», dijo González Barillas.