«El poemario «Mi voz no calla», de Yanira Soundy, se divide en tres secciones. Se intitulan «Frente al espejo» (cuatro poemas), «En el espejo» (cuatro poemas) y «Detrás del espejo» (once poemas). Antes de iniciar su lectura, la simple revisión de los subtítulos anticipa una clave simbólica de su trayecto. El más obvio lo aclara al dar la cara en reflejo invertido. En ese instante, la poeta desdobla su calidad de sujeto hablante (“yo”) para visualizar su imagen transpuesta (“tú”) en el cristal que reverbera ante sus ojos. La primera interrogante espera la respuesta que identifique esa dualidad que vive en la poeta. Por medio de un ju-Ego de palabras sin igual, es posible que su nombre propio se invierta desde el inicio: Yanira Soundy = Arinay Ydnuos.
En seguida, ese brotar po-Ético desdoblado emigra hacia el mundo interior que se despliega en sus troncos y en sus ramas, brazos extendidos, hasta llegar a sus manos que escriben. Ya madura y en florescencia (Anthos), el mundo oculto le entrega a la escritora la faz oscura de la Luna, imperceptible para toda aquella persona que no emprenda un viaje similar por el espejo. El espejeo y el espejismo de sí misma». Por Rafael Lara Martínez
En esta ocasión quiero mostrar algunos poemas que revelan importantes momentos en la vida de las personas salvadoreñas. Si bien es cierto la poesía es un espejo, también es la voz del grito que clama justicia, paz, equidad, igualdad, trabajo y verdad.
Cuando escribí varios de estos poemas que forman parte de mi libro «Mi Voz no calla», pude darme cuenta de la indiferencia social y de la desvalorización de muchos ideales, personas y buenas obras. Fue en ese tiempo cuando los políticos cortaron las alas y los sueños de mucha gente trabajadora, que no estaban en esos sitios por razones políticas o por ser parientes de los funcionarios. Simplemente trabajaban para alimentar y educar a sus hijos, a pesar del sufrimiento de estar en medio de ambos bandos. Eran personas técnicas especializadas, que después se convirtieron en simples desempleados.
Hubo superstición, alquimia, adivinación, mandinga, tropelía y mil magos, salmadores, seductores que hechizaron y encantaron poniendo en contra a ricos y pobres. Muchos señores gallardos, otros airosos, impostores, tramposos y mañosos estaban en el hueco de un muro.
El Salvador era el único país que tenía como cielo un sombrero y los rostros de su gente, pintados con muecas de sonrisas.
Las personas artistas y las poetas nos reinventamos sin desesperanza ni renunciamiento, porque somos más que el crepitar de una lámpara o el ruido exterior de las calles. Somos seres humanos que plasmamos nuestros ideales en las obras que creamos. Nuestra visión del mundo siempre ha sido otra, donde nuestra forma de sentir no puede tolerar, sin protesta, el dolor y sufrimiento ajenos.