Una mujer desnuda en una bañera llena de leche que se acaricia el abdomen con la mano izquierda, pero su intención es llegar un poco más al «sur»; otra mujer, vista desde arriba con los senos expuestos y los pezones como volcanes, mientras sus manos están a punto de acariciarlos. Unas mujeres más, de espaldas, a horcajadas o recostadas con su sexo a plenitud.
Todo un mundo de feminidad, sexualidad y sensualidad construido con acuarela por Bárbara Zavaleta, una artista de la escultura en metal, pero que ahora se atreve a plasmar en lienzos no solo su buen trazo y manejo de la técnica, sino un cúmulo de deseos, temores e ideas libertarias sobre la intimidad femenina.
«El cantar de los cantares» es el nombre de la muestra que reúne 19 obras de la artista y aunque toda la exposición de piel que contienen los cuadros parece contrastar con el nombre de ese pasaje bíblico, Bárbara explica que su propósito es que las mujeres se sientan plenas, orgullosas de sus cuerpos y -como señala el también llamado Libro de Salomón- celebren la vida y el amor.
«Me gusta hablar de temas que son importantes para una mujer, que normalmente no se dicen o no se tocan. Por ejemplo, el tema de la sexualidad, de la sensualidad, del sexo, del placer. Entonces, el “Cantar de los cantares” (la exposición) está dedicado a eso», dice.
Bárbara comparte que el tema femenino siempre la ha marcado. Aunque esta vez fue más lejos y literalmente se desnudó en algunos de los cuadros. Se le ve recostada plácidamente con los ojos cerrados y los senos al aire, mientras los brazos descansan libres a cada lado de su cabeza.
En otro cuadro está sentada, sin una prenda encima y las piernas dobladas hacia al cuerpo (como en cuclillas), en posición sugestiva. Y aunque no hay definición de su sexo (como lo hace de forma realista en otras piezas de la exposición), su parte íntima la ha recreado con rojo y morado denotando intensidad, colores que también ha usado para una parte de sus muslos abiertos.
«Esta es la última pieza que hice de la serie. Es un autorretrato en el que, incluso, la paleta cambió. […] Para mí es emblemática. No solo rompí con el color, rompí con los marrones, morados de los otros cuadros. Es una explosión de colores, más llamativos, más vivos y también la fuerza de la mancha y la acuarela nos permite eso», dijo.
La artista confiesa que, además de su autorretrato, la pieza «Cantares 4,11» es otra de la más significativas. En esta, la figura femenina (acostada posiblemente en una cama) está pintada de la cintura para abajo. Las piernas están abiertas como alas de mariposa y se unen a nivel de los pies. Una sábana no permite ver el sexo, pero los pliegues de la tela -según la autora- tienen dibujados varios juegos de labios vaginales. «Aquí hay unos, aquí otros y aquí otros», señala Bárbara con su índice derecho.
«Cada pieza cuenta una historia totalmente diferente y es un conjunto de personas reales, de personas que cuentan, precisamente, una historia, muy relacionada a la temática que estoy tocando en la exposición», añade la artista.
En total, tres amigas de Bárbara fueron sus modelos. De ninguna se comparte el nombre ni los rostros a totalidad y como dice ella, cada una cuenta una historia. En el caso de la amiga con las piernas abiertas como alas de mariposa, se trata de una casada hace cinco años, pero con deseos de experimentar con otra mujer, lo que explica el porqué de los labios vaginales desdibujados en la sábana.
«Observo el espejo de mis amigas, de mis hermanas. Algunas amigas me llevan 10, 15 años y sigo viendo el mismo tabú, restricción, insatisfacción, temor a esos temas y el “Cantar de los cantares” es, precisamente eso, una crítica constructiva; pero también un rompimiento social y sacro con lo sensual, con los placeres, con el disfrute».
En el caso del cuadro donde aparece la mujer vista desde arriba a punto de acariciarse los senos y los pezones («Cantares 5,9»), la modelo fue una mujer de 53 años, «gran deportista», pero con «dificultades para tener una relación».
La mujer desnuda en la bañera llena de leche (imagen oficial de la exposición), según Bárbara, no tuvo dificultades para recrear la autocomplacencia. Sabía que iba a posar así y dispuso tiempo y determinación para hacerlo. «Para esa pieza (“Cantares 5,5”) le dije que se pintara las uñas de negro, para ver la ambivalencia de la sicología del color, y trata de la masturbación, porque ella está en ese momento tocándose y ese tema, también, no se habla. Tampoco del erotismo».
En fin, cada cuadro es una vertiente de formas, colores e historias que su creadora ha luchado por equilibrar desde el momento de la conceptualización.
Bárbara creció en un hogar repleto de mujeres: bisabuela, abuela, mamá y hermanas. Cuando tenía 12 años de edad, su madre le habló sobre la intimidad sexual y dice que eso la hizo llorar porque significaba que dejaba de ser niña. Con el tiempo, aprendió que la lección de mamá fue muy buena pues logró desarrollar su sexualidad sin temores ni riesgos.
Ahora que ha cumplido 30 años, medita sobre la falta de información de sus amigas. «Creo que los temas (de mi exposición) hay que hablarlos. Mis amigas también se sienten contentas, a pesar de que no digo abiertamente quiénes son, pero el hecho de exteriorizar una historia que ellas quisieran gritar o comentar y no pueden, entonces, agradecen que lo exponga».
Biblia familiar
En el salón donde expone Bárbara hay una biblia y unas rosas secas. La biblia era de sus abuelos y fue con ella donde aprendió de religiosidad, del Cantar de los cantares y hasta de pintura porque el ejemplar posee coloridos pasajes bíblicos.
«Una noche con tormenta, llegaron unos españoles y mi abuelo les dio posada. En agradecimiento le dejaron esa biblia y veía esas imágenes y me emocionaba no solo por la historia que me contaban en el catecismo sino los colores de las pinturas. Para mí, los temas sacros siempre han estado en mi vida personal».
Políptico de frutas
La sexualidad femenina se ha asociado a frutas y Bárbara Zavaleta retoma esta idea con un políptico. La pieza central es una composición con frutas coloridas, deliciosas y con mucho aroma. Hay gajos jugosos de mandarina que se unen y emulan la forma del sexo femenino, una papaya cortada a lo largo con sus semillas oscuras al centro, un higo partido en forma de flor y un trozo de granada con sus semillas rojizas y húmedas.
La obra es complementada por otras piezas más pequeñas (cuatro) con los mismos tipos de frutas pintadas con acuarela y óleo. Lo curioso de estas otras creaciones es que se elaboraron sobre bases redondas de algodón puro que, según la artista, representan hostias. «La granada aparece en la biblia, el rojo, la humedad, la delicia. Agregué las frutas porque el Cantar de los cantares habla del placer por los sentidos, el olor, el sabor, el tacto».