Ha sido notorio cómo portadas, columnas, post y muchos «expertos» en materia salieron hablando, coordinadamente, sobre cómo El Salvador caería en impago y la economía estaba por desplomarse. La idea se difundió, no solo aquí, en casa, sino internacionalmente. Esos medios de larga data pero con poca credibilidad auguraron lo peor. Se creó la narrativa del desastre, pero El Salvador demostró que pasó todo un año y eso no ocurrió; pasó el momento de pagos de deudas de hace 20 años y tampoco se incumplió. Se demostró que era solo una narrativa más de intereses plegados a quienes dictaban el quehacer público del pasado.
No deja de ser gracioso cómo de repente surgieron figuras como expertas sobre El Salvador y antes jamás habían escrito una palabra sobre nosotros. Los columnistas de oposición salvadoreños que escribían en medios cada vez menos creíbles tuvieron que migrar de plataforma, revenderse y ocupar el renombre de medios internacionales con titulares pomposos e imágenes serias. Así vendieron la narrativa de un país que contrasta con el sentir y pensar de las grandes mayorías.
Chomsky, en «Manufacturando el consenso», ya exponía cómo muchos intereses ejercen el poder para narrativas y usan a «expertos» o «analistas», generan grandes temores y así erosionan la sociedad.
Este pequeño país fue objeto de críticas al optar por tomar las riendas con una política económica propia y por apostar en grande hacia el futuro. También se han vendido narrativas de dictadura que no puede sostenerse, pues en El Salvador el soberano es el pueblo, y por eso hay elecciones. Si un mandato popular en votaciones da mayoría calificada y más diputados en una Asamblea, lo lógico y obvio es que el pueblo necesita un cambio aplastante; es más, rechazaría cualquier acercamiento a la minoría elegida por un sistema de residuos. La dictadura fuera obedecer a esa minoría que la población aplastó. Lo mismo sucede con la seguridad, ha sido una narrativa fallida en la que se intenta entremezclar con dictadura y sometimiento a la población, y nada es más alejado de la realidad que eso. Por fin las comunidades pueden transitar sin el miedo a esos límites imaginarios que la violencia pandilleril delimitaba. Luego de tantos años, los salvadoreños expresan esperanza.
Las encuestas de opinión pública de varias instituciones que incluso han manifestado su oposición a las políticas de Gobierno confirman la evaluación positiva del Gobierno por parte de las mayorías. A pesar de cualquier narrativa con tendencia destructiva, la población ha sentido directamente otra realidad. Esto no debe significar que estamos en un paraíso, sino que vamos en el rumbo correcto para la construcción de la nación del futuro. Es obvio que quienes están detrás de estas narrativas no están contentos. Aun con los datos recogidos por ellos mismos, en lugar de reflexionar ante la dura disonancia entre su paradigma y la realidad, han mandado a cambiar portadas de periódicos; sí, a medio tiraje mandaron a cambiar portadas. Otros intentan explicar que hay trasfondos de esos datos y han llegado a puntualizar que solo las personas que se informan por las vías tradicionales y opositoras están bien informadas.
Ese paradigma en el que se basan prácticamente expone sus ínfulas de grandeza y su consideración plutocrática. Ese paradigma también anula cualquier expresión popular en medios más democráticos; para ellos el sentir y pensar de la población vale poco o nada para sus «narrativas». A pesar de todo, lo bonito es cómo la población misma construye y dinamiza su realidad con un enfoque muy diferente.