El maestro oscuro Arthur Schopenhauer solía decir: «Los primeros 40 años de vida nos dan el texto; los 30 siguientes, el comentario». Pues bien, la vejez da la nota, es decir, lo que se aprendió al leer la vida y al escribirla. Es en los últimos años de subsistencia cuando se comprende lo que significó vivir y se prepara para el próximo sendero.
Si bien es cierto que la muerte es más cercana, también es cierto que se está preparado, pues ya se ofreció todo a lo que cada persona ha venido a este mundo, su destino, misión, vocación y legado. Por ello, no reconocer ni respetar la vejez por parte de las sociedades modernas es, ante todo, un verdadero crimen espiritual y moral, una asquerosidad.
Ya lo expresaba el sabio escritor británico William Shakespeare: «Los viejos desconfían de la juventud porque han sido jóvenes». Esta máxima del máximo representante de las letras anglosajonas posee en sí y para sí una profunda comprensión de la realidad; el viejo sabe lo que sabe porque ha vivido lo que sabe.
De tal suerte que la vejez es el mayor regalo de la sabiduría y es, ante todo, un regalo para la humanidad. Qué privilegio quienes han tenido en sus hogares a sus abuelos y abuelas, pues han podido, si fueron inteligentes, aprender de la vida sin necesidad de pasar por el error. Fortuna magna quienes disfrutamos y amamos a nuestros viejitos.
Por lo tanto, es antinatura despreciar o sentir vergüenza por los ancianos o su estilo de vida, como cada vez más pasa con los jóvenes y adultos jóvenes de hoy; debería ser so pena de exilio social quien maltrata o se burla de un anciano. No solo porque todos vamos para ahí, sino, ante todo, por no comprender la belleza de sus figuras.
Irónicamente, ahora hay más leyes y movimientos procurando por vidas libres y plenas y sin compromiso, pero cada vez más menos respeto real y amor serio por las diferencias y aún más por el contraste de vida entre los abuelos y los demás sectores de la sociedad. Hay que tener propósitos altos y acciones firmes a favor de la vejez.
En lo personal, acabo de enterrar a mi viejita, el ser más iluminado y ejemplificante que he tenido la dicha de conocer, ella fue amada y cuidada, pero ya era tiempo que nuestro Señor la llevara a vivir con Él; ahora me pongo a pensar en la cantidad de abuelos y abuelas sin hogar, sin familia o sin el amor y respeto que amerita su título noble de sabios ancianos.
Por lo tanto, amerita un castigo ejemplar cualquier persona o familiar que no cuide de sus ancianos, cualquier joven que no respete o se burle de los abuelos, y, aún más, un trabajo arduo de parte del Estado para cuido y protección de los adultos mayores sin hogar o en pobreza, cosa que no dudo que este Gobierno tarde o temprano lo hará por su buena voluntad.
Así que, querido lector, honre la sabiduría, el esfuerzo, el legado que han dejado los abuelos y antepasados cuidándolos, dándoles el lugar de honor en la casa y en toda actividad social; que sean quienes nos guíen, aconsejen, expongan su opinión docta sobre la vida y la realidad. Solo así podremos llegar a ser una nación de siglos y exitosa.
Ojalá, querido lector, usted tanto como yo ame, respete y honre la vida de los ancianos, tal como mi familia y yo amamos y cuidamos a ese ser maravilloso, santo y peculiar que fue esa mujer (madre, padre, amiga, confidente, ejemplo de toda mi familia), la matriarca, a quien le mando un beso y un abrazo hasta la eternidad.
Recordemos lo expresado por el gran filósofo griego Demócrates: «Cuando los malos sirvan de ejemplo y los buenos de burla, todo estará perdido». Sin duda, esto ya es una realidad tristemente y todo se está perdiendo; pero yo le agregaría: «Si la vejez sirve de guasa para los jóvenes de hoy, todo está descalabrado».
Y como dijo el poeta inglés Robert Browning: «¡Envejece conmigo! Lo mejor está aún por llegar».
Te amo, Tolita, cuida de mí, de mi esposa y mi familia extensiva, desde la eternidad.