La pandemia tiene arrinconados a los países australes de América Latina, donde ni la política permisiva de Uruguay ni los confinamientos obligatorios de Argentina han impedido que lideren la tasa mundial de mortalidad por covid-19, al igual que su vecino Paraguay.
Quince meses después de que el virus apareció en la región, esos países atraviesan hoy el peor momento de la crisis sanitaria.
«La carga de los servicios, incluyendo para pacientes graves y en unidades de cuidados intensivos, sigue siendo muy alta en la mayoría de los países del Cono Sur», advirtió Sylvain Aldighieri, gerente de incidente para covid-19 de la Organización Panamericana de la Salud (OPS).
La excepción es Chile, donde se observa «un descenso gradual de los nuevos casos».
El funcionario alertó sobre la presión que agregará «el inicio de la temporada de invierno austral, que históricamente ha coincidido con la temporada de enfermedades respiratorias agudas», y exhortó a las autoridades a aplicar y vigilar con rigor las medidas de salud pública.
El predominio de la variante brasileña del virus y el aumento de la movilidad podrían explicar el agravamiento, coinciden expertos.
En Uruguay «la gente no cree» en la gravedad del virus, afirmó a la AFP el intensivista Francisco Domínguez. «Hasta que no tiene un pariente acá adentro, no cree».
De ocupar titulares internacionales por su modélica gestión de la pandemia, pasó a coronar el ránking de decesos por 100.000 habitantes en los últimos 14 días, con 22, según datos del jueves de AFP a partir de cifras oficiales.
Detrás figuran Paraguay, con 19 muertos, y Argentina, con 15. Colombia, Brasil y Perú continúan la lista. Como referencia, Estados Unidos registra 2,5.
Con 3,6 millones de habitantes, Uruguay muestra hoy valores «históricos» de ingresos de pacientes covid a cuidados intensivos (CTI), dijo a la AFP Julio Pontet, presidente de la Sociedad Uruguaya de Medicina Intensiva.
Para mantener andando la economía, el presidente Luis Lacalle Pou preconiza la «libertad responsable» de los ciudadanos y se ha negado a confinar a la población pese a la presión del gremio médico y sectores de la oposición o la sociedad civil.
Un ritmo intenso de inmunización -28% de la población completamente vacunada y 47% con una dosis- no ha redundado claramente aún en la curva de contagios y muertes, como sí está ocurriendo en Chile.
Esta campaña ya alcanzó a los jóvenes uruguayos. Florencia de Britos, de 19 años, el miércoles hacía la larga fila en un vacunatorio móvil en el departamento de Canelones (sur), una iniciativa gubernamental pensada para inocular a habitantes de zonas más pequeñas o de difícil acceso.
«Obviamente que no me voy a retirar», dijo a AFP. «Siempre me quise vacunas».
Hastío
El hastío se hace notar en Argentina tras un 2020 de horarios acotados de salida, toques de queda o confinamientos totales, que más recientemente se han alternado con cortos períodos de flexibilización.
«Estoy enferma de los nervios, tuve que acudir a un psiquiatra porque no puedo estar encerrada», se lamentaba Nadia Mariella, una jubilada de 73 años, luego de vacunarse en el estadio cubierto Luna Park de Buenos Aires.
El sábado el país empezó nueve días de cuarentena total para enfrentar un nuevo embate, con un promedio diario sin precedentes de 30.000 contagios y 500 fallecidos.
Comportamiento irresponsable, adopción tardía de restricciones más duras, falta de vacunas y las nuevas modalidades más agresivas del virus explican la voracidad de esta nueva ola, según Elisa Estenssoro, parte del comité de expertos que asesora al gobierno de Alberto Fernández.
«Los hábitos de la población no son acordes: reuniones sociales, gente sin barbijo… Hay una parte que cumple y otra que hace negacionismo o rebeldía», sostuvo.
La infraestructura sanitaria está al límite. En Neuquén (suroeste), el hospital Heller, el mayor de la provincia, cerró sus puertas porque se quedó sin oxígeno.
En el hospital Durand de Buenos Aires hay «falta de camas y el personal está agotado», contó el martes el enfermero Héctor Ortiz. «Cuando se liberan es por fallecimientos y se vuelven a ocupar».
El martes, protestas convocadas por las redes sociales bajo etiquetas como #25MRevolucionPorLaLIBERTAD tuvieron lugar en varias ciudades contra las restricciones, que dividen a un país que comenzaba a tener signos de reactivación luego de tres años de recesión agravados por la pandemia.
En cuanto a la vacunación, unos 8,7 millones de los 45 millones de ciudadanos (menos del 20%) han recibido la primera dosis y 2,4 millones tienen la pauta completa, según datos oficiales.
Paciencia
La falta de insumos y vacunas es crítica en Paraguay.
El gobierno de Mario Abdo Benitez extendió un toque de queda nocturno hasta el 7 de junio mientras la movilidad diurna está poco afectada, fundamentalmente con reducción de aforos.
«Hoy estamos pasando por una alta circulación comunitaria, con escasa respuesta sanitaria, con falta de insumos y falta de vacunas», lamentó el epidemiólogo Tomás Mateo Balmelli.
Solo 3% de la población de 7,3 millones está vacunada y las autoridades reconocieron en marzo un 100% de ocupación de los CTI.
Pacientes «están falleciendo en las butacas de hospitales o en las camas, o en pasillos de hospitales y (…) en sus mismas casas», reclamó el experto.
Decenas de personas se agolpan en las afueras de los hospitales para conocer la evolución de sus familiares, imposibilitados de acompañarlos.
Una enfermera, Elizabeth Marín, se encadenó la semana pasada frente a la sede del Ministerio de Salud para exigir una cama de terapia intensiva. «Tiene que haber un lugar para mi papá. Es su derecho», dijo a los periodistas.
El viceministro Hernán Martínez se acercó a la mujer y se comprometió a conseguirle una luego de pedirle «un poco de paciencia». Una paciencia que a menudo resulta letal.