A los 15 años, aquel adolescente escuchó hablar a sus padres de las noticias que acaparaban los principales titulares de televisión y las portadas de los periódicos. Seguramente tenía en mente los vaivenes económicos desde 1992.
Corría 1996 cuando la decisión de privatizar las pensiones de los salvadoreños estaba tomada por el Gobierno del arenero Armando Calderón Sol. Antes de él, la banca nacional había sido vendida a extranjeros por su antecesor y dejó millonarios réditos a sus negociantes locales, encareció los créditos y dio paso a las más despiadadas prácticas usureras.
Calderón Sol había logrado que nadie gritara en las calles por lo que estaba a punto de ocurrir con el sistema previsional, pues los líderes sindicales de todos los sectores estaban más preocupados por la venta de Antel y la privatización de la telefonía, como si ese patrimonio fuera más importante que el de las jubilaciones de los empleados, de nuestros padres o abuelos.
Desde entonces, el dinero propiedad de cada trabajador público y privado fue puesto en manos de empresarios, quienes consiguieron millonarias ganancias para su lucro, sin que las cuentas individuales tuvieran rentabilidad alguna; por el contrario, fueron golpeadas por altos intereses que aún se nos descuentan.
Hecha la ley, hecho el robo.
Los que dicen ser «representantes de los trabajadores» nada hicieron o nada intentaron hacer cuando el IVA fue impuesto por Cristiani y ARENA en 1992; cuando después Calderón Sol lo elevó del 10 al 13 % y luego el Gobierno de Francisco Flores lo extendió a los alimentos, las medicinas, los lácteos y las verduras.
Tampoco hubo mayor revuelo cuando el 30 de noviembre de 2000 El Salvador amaneció con la noticia de la dolarización, una acción decidida en un «madrugón» por los diputados hermanos de ARENA, FMLN y Rodolfo Párker. La vida salvadoreña se encareció más y golpeó directamente el bolsillo de las familias más pobres y la clase media.
Y qué decir de la entrada de las generadoras y distribuidoras eléctricas y los altos costos de la energía en cada hogar; de la creación de pozos privados de agua para las familias pudientes y sus familiares y amigos mientras la gran mayoría recogía agua en barriles y cántaros, comprada a pipas privadas; la galopante corrupción que ha robado miles de millones de dólares a toda una nación; la paupérrima situación de la salud y la red hospitalaria, así como de los centros escolares; la falta de oportunidades para los jóvenes, sin una cultura de prevención y sin una apuesta real por la seguridad.
Toda esa verdad, desde 1992, recorría la mente de aquel joven, como un largometraje siniestro. Lejos de su mente se encontraba un punto en el tiempo en el que aquellas decisiones perversas de entonces sobre la economía, la salud, la educación y la seguridad de los salvadoreños llegarían a ser su principal preocupación.
Los salvadoreños demostraron su hartazgo y dijeron no más. El 3 de febrero de 2019 decidieron imbuir de poder para los destinos de la patria a ese joven de gorra hacia atrás que daba esperanza y mostraba la decisión de arrebatarle el país a los mercenarios y mercaderes que se sentaron en la silla presidencial.
A sus 37 años, Nayib Bukele tomó las riendas de un país con la balanza desequilibrada, con muchos desaciertos intencionados de los gobiernos de ARENA y del FMLN. Asumió la presidencia con la gallardía de un estadista y la valentía de poner fin a la fatídica alternancia de areneros y efemelenistas que se repartieron el botín a su antojo. Su máximo desafío era iniciar el camino para revertir 30 años de partidos políticos corruptos que desfalcaron las arcas del Estado y exprimieron el bolsillo de los salvadoreños. Treinta años de entregarle miseria a la gente, de sumergirla en burbujas de inseguridad y subdesarrollo.
Tres años han transcurrido desde el 3 de febrero de 2019, tres años de cruenta lucha del presidente Bukele contra los poderes fácticos y sus secuaces para cambiar todo en favor del pueblo. Mucho se ha logrado, falta mucho por hacer, pero mientras los salvadoreños le den su respaldo, el camino continuará hasta que El Salvador llegue a ser una nación diferente en beneficio de todo un pueblo.