No aprender a cerrar ciclos es un difícil problema que este servidor conoce de primera mano, pues soy (para mi infortunio) uno de esos que nos quedamos fácilmente atascados, viviendo en un pasado del que nos es casi imposible salir.
La vida, incluso la del hombre y todo lo que le sucede y le rodea, se rige por ciclos. Por eso, no saber darles a estos el cierre correcto es dañino y, quizá, hasta antinatural. Y cuando digo que es quizá antinatural es porque todo en la vida comienza por nacer, por ese momento a partir del cual las cosas y los individuos comienzan a existir; sin embargo, con el paso del tiempo y de forma inevitable, a todo también le sigue un final, un morir que es parte inherente de la existencia. Es ahí donde, al parecer, las personas como yo tenemos el problema de no saber cómo y cuándo dejar ir.
Cerrar ciclos a veces es doloroso, pero quedarse viviendo en ellos suele ser aún peor y, más que todo, nada beneficioso. Porque un ciclo sin cerrar son situaciones y acontecimientos que pasan a vivir solo en nuestro pensamiento. Esto es así porque todas aquellas personas con las que allí compartimos están viviendo ya sus propias vidas, ajenas totalmente a la nuestra.
A lo largo de nuestra vida nos vemos obligados a cerrar ciclos en muchos aspectos: el ciclo de la niñez, el ciclo de la juventud, el ciclo de estudiante, el ciclo de un noviazgo o de una larga relación de pareja. También en lo profesional se cierran ciclos que incluyen esos dolorosos y, por lo general, económicamente desastrosos despidos laborales, o bien el fin del contrato en un empleo donde quizá estábamos bastante cómodos.
NO SE PUEDE ABRIR UN CICLO SI NO SE CIERRA EL ANTERIOR
El problema de no saber cerrar ciclos radica principalmente en que no es fácil abrir uno nuevo sin antes haber cerrado el anterior, lo que hace, además, que vayamos acumulando un pesado lastre de procesos que no culminaron de manera adecuada, convirtiéndose en algo que no nos permite crecer y progresar como realmente deberíamos. Todo eso afecta también nuestras relaciones interpersonales y el resto nuestra vida social, pues les es complicado a las personas tratar con alguien que de forma repentina se sale de su presente para irse a un mundo que ya no existe.
El no saber cómo dejar ir está íntimamente ligado al concepto o sentido de pertenencia, el cual tenemos a veces muy arraigado en el subconsciente al punto, incluso, de considerar de nuestra propiedad cosas intangibles que otros no tienen problema en ver como pasajeras.
No hay duda de que saber cerrar ciclos es parte de una madurez emocional y una capacidad que, como puede ser innata, también se puede adquirir o fomentar con técnicas que hoy, con la amplia información disponible, están fácilmente a la mano.
No existen estadísticas sobre nosotros, como tampoco hay movimientos anónimos que aglutinen a los que no sabemos cerrar ciclos; sin embargo, somos muchos los que andamos por ahí perdiendo el tiempo, haciendo constantes viajes al pasado, dejando (a veces sin darnos cuenta) de vivir un valioso presente que es donde se construyen los cimientos para un futuro mejor.