Si una cultura hizo de lo divino una cotidianeidad, esa es sin duda la cultura griega; las fuerzas del deber, el destino, las leyes de la tierra y del cielo se conjugaban en armonía y ponían en qué pensar a las gentes, actuar en favor del estado, honrar a los dioses o seguir los dictados del corazón.
Si algo nos legó el teatro griego fue su sentido formador. Es precisamente con Pericles (495 a. C.- 429 a. C.) en que este género artístico se convirtió en un elemento primordial para educar al pueblo, que hasta ese entonces conocía lo esencial para el día a día, leer, escribir y contar. El teatro se convirtió en un medio que permitió el acceso al conocimiento para todos los ciudadanos de Atenas. Hacia el siglo V a.C. se orquestaban funciones auspiciadas por los ricos de la ciudad, las tragedias y las comedias constituyeron toda una escuela en la que se ejercía un verdadero sentido democrático de la educación, ya que las obras de teatro fueron un canal de la expresión de la opinión pública y de las corrientes de pensamiento político de esa época.
Cabe mencionar además que el teatro clásico griego tiene como antecedente las Grandes Dionisiacas, festividades atenienses en honor a Dionisio y organizadas por Pisístrato a inicios del siglo VI a.C. A través de los mitos presentes en cada historia, el ciudadano griego veía retratadas sus propias realidades, el teatro era una especie de espejo que hablaba al alma, evocando ironía, el absurdo de la existencia o el dolor, ante las vicisitudes del destino. Es a través de las risas y las aflicciones que el alma se purificaba por medio de la katharsis y en la que, con obras como «La toma de Mileto», las personas recordaban con angustia la caída de la ciudad, del año 493 por parte de los persas.
«Antígona», tragedia griega escrita por Sófocles, narra cómo Antígona se reúne con su hermana Ismene, ya que desea enterrar al hermano de ambas, quien había muerto en las afueras de la ciudad de Tebas a la que había traicionado, motivo por el cual, el rey Creonte, prohibía darle sepultura, deseando que el cuerpo del desgraciado fuera devorado por los perros y que las aves de rapiña hicieran con sus carnes un festín.
Ismene, temerosa de la situación, rechaza la propuesta. Antígona es entonces sorprendida por un guardia motivo por el cual es llevada ante Creonte, quien enfurecido la condena a ser enterrada viva en una cueva en la que su hermana finalmente compartirá con ella su misma suerte. Aparece en la historia el prometido de Antígona, Hemón, quien era hijo de Creonte, en un principio a favor de las decisiones de su padre, pero finalmente buscando el perdón para su amada. Entra en la trama también el adivino Tiresias, quien trata en vano de convencer al monarca de que perdone a Antígona. Creonte por su parte se retracta demasiado tarde. Para ese momento, Antígona está muerta e Ismene corre la misma suerte. Hemón, su hijo, decide también quitarse la vida, situación que lleva a Eurídice, madre de este, a seguirle también. Creonte ha sucumbido a las ironías del destino y, como si fuera poco, la tragedia es la continuación de una historia ya pactada: Antígona es la sangre de Edipo, quien perdió los ojos, misma ceguera que padeció también Creonte.
La obra está cargada de un gran simbolismo en donde destaca la figura del rey Creonte como imagen de autoridad, virilidad y omnipotencia dentro de la historia. Representa también la figura patriarcal propia de la cultura griega y quien dentro de la obra menciona que mientras él viva no mandará una mujer, así como en un arrebato de cólera llega a considerar a Antígona como una esclava.
El papel de Antígona, por su parte, representa una forma de reivindicación de los derechos de la mujer, que desde su rol es quien desafía la autoridad patriarcal de Creonte. Ella es de forma simbólica el ánima, esa convicción de principios que sigue los dictámenes de su corazón antes que las leyes del mundo. Es ella quien desea darle digna sepultura a su hermano por amor y dignidad.
Hemón está inicialmente a favor de su padre, pero en el fondo de su corazón está del lado de Antígona. Representa la liberación del yugo paterno, necesario para romper con la cáscara del hogar y comenzar una vida en libertad.
Ismene, por su parte, simboliza la fidelidad, la solidaridad, la causa, ya que como hermanas y gotas de la misma sangre, yacerán una junto a la otra en la tumba.
Tiresias es la voz de la conciencia, anciano adivino y ciego, la ceguera es a fin de cuentas el inicio de la verdad, tal cual la padeció Edipo, padre de Antígona. Este adivino previene al rey Creonte sobre su accionar y sus consecuencias. Advertencia que le hace finalmente recapacitar y en un último instante de la obra se da cuenta de su error, demasiado tarde, todos han muerto: Antígona, su hermana Ismene, su hijo Hemón y finalmente ante el dolor de la pérdida de su primogénito también se quita la vida, Eurídice, esposa de Creonte. Solo y desconsolado, aprende la lección y al igual que su antecesor Edipo rey, vive la misma tragedia.