Por siglos, el cacao ha significado para muchas regiones del mundo, y para el país, más que un simple fruto. En su historia están implícitas diferentes actividades espirituales, económicas y gastronómicas que han trascendido en el tiempo.
En El Salvador, los registros acerca de este importante fruto indican que los pueblos autóctonos veían el cacao como un sustento mágico que lo llevó a ser, incluso, una especie de moneda de cambio debido al valor que advertían en él.
Asimismo, se crearon infinidad de leyendas; entre ellas, una de las más famosas: la de Quetzalcóatl, que narra que el dios maya robó el árbol del cacao del paraíso en donde vivían los dioses y lo plantó en pequeños arbustos, con el fin de tener a su pueblo bien alimentado, y así se pudieran dedicar completamente a ser mejores hombres.
Es más, su nombre científico «Theobroma cacao» hace referencia directa a esto, pues significa «alimento de los dioses».
Según una investigación del antropólogo Ramón Rivas, director del Museo de Antropología (MUA), de la Universidad Tecnológica de El Salvador, titulado «Cacao, de bebida de los dioses a delicatessen», tanto en la época prehispánica como posterior a esta (durante la Colonia) muchos pobladores pudientes, principalmente en el occidente del territorio, se convirtieron en productores de esta planta originaria de Mesoamérica. Uno de los referentes históricos más importantes fue la zona que hoy es Sonsonate, específicamente en el antiguo Valle de los Izalcos.
«Mucho antes de que la naturaleza produjera el volcán de Izalco, varias haciendas llegaron a tener grandes plantaciones de cacao, las cuales se extendían por muchos kilómetros a la redonda; y fue la ceniza caliente del incipiente volcán la que destruyó no solo las plantaciones, sino también su cultivo, que se había perpetuado hasta entonces por muchos siglos. Era una plena cultura, específicamente dedicada a este rubro, de la que, primero los españoles y luego los criollos, sacaban mucho provecho, sobre todo por las constantes exportaciones, ya que en un año el árbol de cacao puede producir varias cosechas, que eran enviadas a otras partes del continente y Europa», explica Rivas en su estudio.
En el documento también se menciona que el cacao fue introducido en Europa por Hernán Cortés, en 1528, y se extendió «presurosamente» como una exclusiva bebida (“delicatessen”) para los reyes y la nobleza del Viejo Continente. Más tarde, «su exquisitez alcanzó el común del pueblo».
Dada esa situación, la importancia económica del cacao en la Colonia fue determinante, ya que era uno de los productos del Nuevo Mundo más codiciados por los europeos, por lo que se convirtió en uno de los rubros que por más de 300 años sostuvieron la economía y la productividad
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