El maestro Leonardo da Vinci solía decir: «Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, así una vida bien usada causa una dulce muerte». Pues bien, la temática tratada este día pareciera fuerte, hasta irrespetuosa, pero eso se debe al tabú que se ha creado alrededor de esta. Es que algo tan natural y necesario se ha vuelto un enemigo para la industria superficial de la belleza y el ego continuo.
Si bien es cierto que la muerte es un proceso natural y necesario para el mantenimiento del equilibrio planetario, también es cierto que esta categoría debe ser sostenida el mayor tiempo posible para que no llegue cuando naturalmente debe llegar. Es decir, muerte violenta o por enfermedad innecesaria. Pero, claro, esta realidad ha sido tomada por el dios del dinero y el ego para crear una industria enemiga de la muerte y el envejecimiento.
Ya lo expresaba el sabio filósofo Epicuro de Samos: «La muerte es una quimera: porque mientras yo existo, no existe la muerte; y cuando existe la muerte, ya no existo yo». Pues bien, vale la pena comprender esta verdad, no somos si ella es y si ella no somos, por lo tanto, es una quimera, un absurdo total el sufrimiento por ella. Más bien de lo que se trata es de comprender la belleza de esta y su interesante experiencia.
De tal suerte que la vida ha de ser un continuo experimentar y amar lo existente, y así estar preparado para experimentar lo que vendrá durante y después de la muerte. El problema fundamental en este tema radica en que la sociedad moderna sabe que sus integrantes morirán, teóricamente, pero experiencialmente la mayoría no lo acepta bajo el pretexto de mecanismo de defensa de ver la muerte en el otro.
Por tanto, es antinatura que la industria antienvejecimiento y anticesación de signos vitales (muerte) se proponga como si fuera la salvadora de la humanidad, a engañar a las personas, en mayor parte mujeres, con el cuento de que se puede alargar la juventud y la vida como si fuera un pecado y un antisentido estas dos categorías expresadas. No se puede considerar algo natural como antinatural o como enemiga de esta maravillosa experiencia.
Irónicamente, hay cada vez más culto a la juventud, belleza física, y repudio a la muerte, pero al mismo tiempo se es cada vez más un mundo violento, donde pareciera que la vida no vale nada; claro, hay casos excepcionales en occidente, como es el caso de El Salvador, donde por fin a la vida se le está dando la importancia debida. Sin embargo, en la mayor parte de las sociedades modernas no importa la vida, pero se engaña con alargarla con productos.
Es así como se ha de considerar a la muerte como esa categoría espiritual necesaria para comprender y amar con intensidad la vida; claro, no para aferrarse a ella, sino para dejarla ir cuando ya se experimentó y amó lo suficiente. Así lo propone el escritor Stefan Zweig: «No basta con pensar en la muerte, sino que se debe tenerla siempre delante. Entonces la vida se hace más solemne, más importante, más fecunda y alegre».
Por lo tanto, aunque no se está proponiendo una apología sobre la muerte como celebración, pues siempre hay algo de dolor para quien se queda (cosa natural también), sí es importante que se vea como lo que es: un proceso natural y necesario para la evolución del ser humano y el equilibrio planetario. No se vea entonces con el morbo y la falsedad de la industria plástica contra el envejecimiento y la muerte, sino como una etapa más de la vida, la sabiduría de la vejez y el descanso ganado de la muerte, sea al final, solo la muerte, no el final.
Así que, querido lector, honre a quien se va, viviendo intensa y responsablemente como el/ella vivió, y recuerde: ¡calma! Solo es la muerte.