Hace dos meses y medio, el Estado salvadoreño se declaró en guerra frontal contra los criminales asociados en maras y pandillas, intensificó la fase de incursión de su Plan Control Territorial y, en suma, pasó a lo que podría denominarse una ofensiva general.
Esa operación policial y militar fue incesante y simultánea a lo largo y ancho del país, logró un promedio de 500 capturas diarias y, en sus primeras 12 semanas, dejó un saldo de más de 40,000 criminales encarcelados.
Durante ese tiempo, a las estructuras terroristas se les incautó una gran cantidad de armas, droga, dinero en efectivo, vehículos, casas y otro tipo de posesiones; fueron erradicadas prácticamente en su totalidad de sus antiguas zonas de control, en las zonas urbanas y semiurbanas, y empujadas hacia las zonas rurales de difícil acceso.
En los hechos, la ofensiva general comenzó a convertirse en una ofensiva final.
Hasta la semana 14 de esa operación, los criminales dispararon muy pocas veces y solo para intentar evadir una captura inminente, como reflejo defensivo y en ningún caso como acción ofensiva deliberada. Para eso ya no tenían ni voluntad ni capacidad, a menos que lo hicieran en plan suicida.
Pero el martes recién pasado, sin que cambiaran las condiciones que los tienen en plena desbandada y en total postración, una célula de criminales remanentes en la zona urbana abrió fuego ofensivo y causó las primeras tres bajas mortales a las fuerzas del Estado. Eso, más que una estupidez temeraria, fue, efectivamente, un paso suicida.
La respuesta del presidente Nayib Bukele ha sido inmediata y contundente: redoblar la intensidad de la ofensiva del Estado con todo el personal, las armas y los medios disponibles.
De hecho, las unidades tácticas especiales de la Policía, apoyadas por el Ejército, tardaron menos de 40 horas en ubicar y neutralizar a todos los involucrados en el asesinato alevoso de nuestros tres héroes azules, capturaron a unos y dieron de baja a los que opusieron resistencia.
Mientras tanto, el despliegue reforzado de toda la fuerza policial y militar a lo largo y ancho del país avanza sin pausa hacia la segura y pronta consecución de un solo objetivo: la derrota total y definitiva de las estructuras criminales que durante tres décadas, y en franca complicidad con los gobiernos anteriores, provocaron tanta muerte y dolor en El Salvador.
La oposición local y la parte de la comunidad internacional que de manera abierta han apoyado y siguen apoyando a los criminales se equivocaron por completo: aquí hay un pueblo y un Gobierno que no retrocederán ni un centímetro en sus conquistas.