La cultura de violencia es aquella en la cual la respuesta violenta ante los conflictos se ve como algo natural y normal. Algunos elementos característicos de esta cultura se manifiestan en el maltrato, la intolerancia, la falta de diálogo. Cada ser humano está influenciado por una cultura bélica, y esto no es irreversible, existe el potencial y las posibilidades de cambiar la situación forjando una cultura de paz.
La aceptación social de la violencia es también un factor importante, donde tanto niños como los agresores pueden aceptar la violencia física y psicológica como algo inevitable y normal.
La violencia y la intolerancia social son un fenómeno que afecta a todos los países, pero principalmente a los subdesarrollados, ya que hay una mayor cantidad de conflictos que no han podido resolver y existe desigualdad en la sociedad. La cultura de violencia la podemos interpretar como un conjunto de valores y antivalores que obliga a las personas a evadir la responsabilidad de corregir su propia condición. La violencia solo es la consecuencia de un conflicto mal abordado; en una cultura de paz se hace a través de un diálogo.
La cultura de paz se puede promover a través de fomentar la solución pacífica a los conflictos mediante el diálogo y el consenso, lo cual significa que todos estamos obligados a contribuir en la construcción de la cultura de paz. Esta cultura debe fundamentarse en valores universales de respeto a la vida, la libertad, la justicia, la solidaridad y la tolerancia. En un país como el nuestro, acostumbrado durante décadas a vivir y convivir en una cultura de violencia, resulta todo un desafío que requiere de todo un proceso para resolverlo. La ex primera dama y activista política estadounidense Eleonora Roosevelt decía: «No basta con hablar de paz, uno debe creer en ella y trabajar para conseguirla».
La cultura de violencia se manifiesta también en diversos comportamientos familiares, laborales; la forma de conducir un vehículo o su motocicleta; en las expresiones verbales y en la forma en que se aborda cualquier conflicto; también en la actitud intempestiva que adoptamos en la euforia de un partido de fútbol, en los gritos de las masas; la baja autoestima y los sentimientos de desesperación; el consumo excesivo de drogas y alcohol, o en problemas de salud mental como esquizofrenia o trastorno mental.
La violencia en cualquiera de sus manifestaciones provoca muchas muertes cada día; particularmente mujeres, niños y jóvenes sufren lesiones, discapacidad o problemas de salud como resultado de la violencia. El comportamiento violento en niños y adolescentes puede incluir una gama de comportamientos exclusivos, arrebatos de ira, agresiones físicas.
Muchas investigaciones han llegado a la conclusión de que hay una interacción compleja o una combinación de factores que lleva a un aumento en el riesgo de un comportamiento violento en niños y adolescentes. Por ejemplo, hay señales de alerta en la violencia infantil que deben ser evaluadas, y los padres y los maestros deben tener cuidado de no minimizar estos comportamientos en los niños, como ira intensa, ataques de furia, impulsividad extrema, frustrarse con facilidad. Si se le identifican estas conductas, debe ser llevado a una evaluación completa y comprensiva por un profesional de la salud. El tratamiento oportuno puede ayudar al niño a controlar ese tipo de conductas. Los esfuerzos se deben dirigir a reducir dramáticamente la exposición del niño o adolescente a la violencia en el hogar, la comunidad y los medios de difusión.
Es evidente que la violencia fomenta la violencia. No cabe duda de que la violencia es producto de la evolución cultural y educativa donde se moldea al individuo desde la familia, la escuela y la sociedad. Esos hábitos violentos no son una enfermedad; por tanto, para revertirlos es necesario un cambio cultural y educativo.