Así como en su canción Roberto Carlos anhela: «yo quiero tener un millón de amigos», Salvador de La Mancha, escultor, artista y ecologista salvadoreño expresa: «yo quiero tener un millón de bonsáis». Y aunque suene un poco irreal para algunos, para él no lo es, ya que es un proyecto que viene desarrollando desde hace 30 años, aproximadamente.
«Lo inicié con la idea de devolver un poco lo que me da la naturaleza: vida, oxígeno. Se me ocurrió un día, de repente, cuando estudiaba bachillerato agrícola, y dentro de la materia de Biología nos indicaron lo básico de cómo hacer un bonsái», indica La Mancha, mientras comienza a sacar de las jabas de plástico plantas con diversos tamaños, que aunque se ven muy similares, él logra distinguir por especies.
«El proceso comienza de la semilla. Yo preferí hacerlo desde cero porque la característica genética que tiene la semilla no las va a tener las ramas (otra manera de hacer bonsái es a través de un vástago)», explica.
Hasta el momento, Salvador no posee un número exacto de bonsáis creados; sin embargo, calcula que ha creado alrededor de 75,000, de los cuales una parte son de la colección del millón y, otros, son para vender en su «estudio, café, comida, ecología y arte», como le llama a su casa-negocio.
Al pasar frente a su lugar de residencia, por la avenida Monseñor Óscar Romero, en San Miguelito, se puede observar una pequeña mesa con diferentes plantas en exhibición, nada fuera de lo normal en comparación a otra ventas cercanas; pero adentro de la vivienda, literalmente en el techo, es donde ha creado una enorme estructura de diferentes niveles para tener su oasis de plantas.
En cuanto a las especies para crear un árbol miniatura -sin ánimo de menospreciar a otras- prefiere algunos árboles grandes y frondosos como los cortez blanco o los árboles de fuego, y entre los frutales prefiere los aromas de los cítricos.
Paralelo al proyecto de bonsáis, el escultor pretende crear macetas de piedras, aprovechar los accidentes (huecos) de las mismas y trasplantar en ellas los árboles.
«Una planta vive mejor en una piedra que en una maceta, porque la maceta calienta y no es alimento, mientras la piedra sí, porque va ir descomponiendo sus minerales. Por otra parte, la piedra va a durar más que otro material porque estaban antes de nosotros y van a estar después de nosotros, y sobre todo porque los bonsáis van estar en su hábitat más tiempo y sin estarlo estresando con la manipulación».
La responsabilidad de tener un bonsái
Para Salvador, el hecho de tener el millón de bonsáis no es una colección, sino que pretende concienciar al país sobre la necesidad de preservar las especies y la naturaleza.
«Más que la inversión económica es la inversión de cuidarlo, porque cuando lo cuiden su mente y forma de pensar va a cambiar. Dirán: “me voy a morir, pero dejaré un planeta mejor para mis hijos, donde puedan respirar”, porque todo comienza con el oxígeno. Podemos tener todo lo que queramos, pero si no tenemos oxigeno no hay lluvia, no hay agua y no hay alimento», enfatiza.
La Mancha afirma que, aparte de obtener beneficios por mantener las especies, cada individuo que cuide un árbol sería responsable de una vida. «Quien tenga un árbol debe ser consiente que si yo como, él tiene que comer […] Hay gente que dice: “debes de poner esto, te va a dar más frutos”, y no, el árbol ya entendió que el dueño quiere frutos, en ese esfuerzo puede morir porque no tienen las condiciones. Para que el árbol tenga una mayor vigorosidad en sus frutos tiene que haber muchas condiciones, como el terrario, la ubicación del sol, los nutrientes y la compañía en etapas», señala.
La idea a largo plazo
Sobre el proyecto que inició hace tres décadas, Salvador confía en que trascenderá su vida. «Es una relación que nos va acompañar mucho más allá de la muerte, porque el árbol va a quedar».
Su sueño apenas inicia, admite: «Cuando tenga el millón de bonsái quiero hacer instalaciones de arte; por ejemplo, quiero instalarlos en las calles de un pueblo donde la gente pueda conocer los árboles, porque algunos con el tiempo pueden desaparecer. Si llegase a pasar y está en la colección, se podrían tomar y replicarlos en la naturaleza», confía.
También ve la posibilidad de crear un museo de bonsái con todas las especies de El Salvador, que al mismo tiempo sirva como una escuela, donde las personas aprendan a cosechar y a cuidar los árboles para luego sembrarlos en sus terrenos.
«Si logramos hacer el museo, el otro paso sería tomar municipios donde se establezcan lugares ecológicos con la separación de la basura y que los desechos orgánicos se transformen en materia prima, que serviría para enriquecer los suelos de los mismos habitantes que cultivan, y así ser el primer país donde desaparezcan los trenes de basura», declara.