Este 21 de marzo se celebra el Día Mundial de la Poesía, un formato literario que se adentra en los corazones de los lectores mediante palabras penetrantes, emotivas y profundas.
Según la Unesco, se celebra cada 21 de marzo desde la 30a Conferencia General en París en 1999 para conmemorar a un género literario cuya identidad propia es fácil de identificar entre los lectores, y que es una forma preciada de expresión.
Durante esta conmemoración se recuerda y honra a los poetas, promoviendo la lectura, la escritura y la enseñanza de este arte que se ha practicado a lo largo de la historia de la humanidad en diferentes culturas y continentes.
Algunos poetas salvadoreños reconocidos por su poesía
Alfredo Espino
Alfredo Espino nació en Ahuachapán en 1900, y a pesar de su corta vida (fallecido en 1928), le dejó un legado a El Salvador con su libro «Jícaras Tristes», una de las obras más leídas en el país.

Espino es considerado uno de los autores clásicos de la literatura en Centroamérica y reconocido por sus publicaciones recopiladas por su padre, quien las trasladó a la imprenta y que fue prolongada en un texto del poeta Alberto Masferrer en 1932 mediante el diario «Reforma Social». Dicha recopilación se convertiría en su obra titulada «Jícaras Tristes».
La literatura de Alfredo Espino equilibra el romanticismo y la expresión mesurada, detalla los paisajes que evocan a la imaginación mediante su habilidad descriptiva y percibe a los seres y elementos de sus tierras de una manera tierna.
Espino falleció a la corta edad de 28 años debido a que, en la madrugada de un 24 de mayo de 1928, su corazón dejó de latir luego de haber caído en el vicio del alcohol durante la noche anterior.
Roque Dalton
Roque Dalton, poeta nacido en el barrio San José, en San Salvador, en 1935, es reconocido como uno de los renovadores de la literatura latinoamericana en la década de los 60.

Dalton se destacó por sus relatos breves y poemas escritos en prosa, los cuales estaban equilibrados entre la calidad de su ingenio, amor humanista, su lenguaje e intelecto.
El poeta salvadoreño que marcó la historia de la literatura salvadoreña dejó un legado de obras destacables como «Taberna y otros lugares», «La ventana en el rostro», «El turno del ofendido», «El mar» y «Poemas», todos publicados en la década de 1960.
Dalton fue galardonado en reiteradas ocasiones al Premio Centroamericano de Poesía (1956, 1958 y 1959). También recibió una mención honorífica en el certamen Casa de las Américas en 1962.
Claudia Lars
Carmen Margarita Brannon Vega, mejor conocida como Claudia Lars, nació en 1899 en Armenia. Inició su trayectoria como poetisa desde temprana edad, con la publicación de «Tristes Mirajes» a la edad de diecisiete años.

Claudia Lars fue influenciada por los clásicos españoles Góngora, Quevedo, Luis de León y Fray; también por Rubén Darío.
La poetisa salvadoreña dejó un legado de obras como «Estrellas en el pozo», la cual fue bien recibida por críticos y lectores; «Canción redonda» (1936), «La casa de vidrio» (1942), «Romances de norte y sur» (1946), «Sonetos» (1947) y «Ciudad bajo mi voz», este último, fue premiado en el Certamen Conmemorativo del IV Centenario del Título de Ciudad de San Salvador.
Alberto Masferrer
Vicente Alberto Masferrer Mónico, conocido como Alberto Masferrer, nació en Tecapa (1868), hijo de madre salvadoreña, Leonor Mónico, y del español, Enrique Masferrer.

Su afición por la escritura lo convirtió en uno de los editores del periódico «El Día», en 1923, posteriormente, asociado con los periodistas y escritores, Alberto Guerra Trigueros y José Bernal, fundó en 1928 el rotativo «Patria», del cual fue el autor de la aclamada columna «vivir».
Alberto Masferrer también se dedicó a la literatura y dejó una huella en la juventud de su época, uno de los claros ejemplos, fue Claudia Lars.
Dentro de su amplio repertorio de obras literarias se encuentra su primer libro, titulado «Páginas» (1893). Su legado se extiende hacia obras como: «Las nuevas ideas (1910), «Ensayo sobre el destino» (1926), «El dinero maldito» (1927) y «El minimun vital» (1929) y «Las siete cuerdas de la lira» (1926), en esta última profundizó en los misterios del cosmos, la psicología y las fuerzas sobrenaturales.