La poesía como libertad de expresión
DeOpinión
Por Javier Iraheta
Como decía Gustavo Adolfo Bécquer: «Mientras el corazón y la cabeza batallando prosigan, mientras haya esperanzas y recuerdos, ¡habrá poesía!». Es decir, que mientras haya inspiración dentro o fuera de nosotros existirá la posibilidad de expresarnos por medio de la poesía.
La libertad de expresión es sin duda un elemento prioritario para toda sociedad. Tener capacidad de manifestar pensamientos, sentimientos y la visión de vida constituye una garantía que dota de plenitud a los seres humanos. De las variadas formas de expresión, una de las más bellas y poderosas es la poesía.
El género poético viene cargado con el poder de exteriorizar lo profundo de la humanidad, abarcando lo amoroso, religioso, político, la naturaleza, filosofía, tantos temas que encajan en los versos. La poesía es tan buena madre que tiene espacio entre sus brazos para todos sus hijos e hijas.
Sin embargo, en ocasiones se generan barreras mal llamadas «académicas» que intentan frenar el surgimiento y desarrollo de nuevas voces poéticas, volviéndola un don exclusivo de quienes pueden acceder a los estratos eruditos. También están los campos exclusivos para los poetas «famosos» y «dueños» de la lírica.
Se nos ha olvidado que la poesía no es un privilegio, por el contrario, dentro de la libertad de expresión se enmarca como un derecho fundamental. Dicho de otra manera, constituye una forma de mostrar orgullo o un desahogo por la vida.
Lamentablemente, existen voces grises que se muestran disgustadas porque hay poetas neófitos y diversas temáticas que no son de su agrado. El menosprecio por lo nuevo o por ciertos tópicos construye muros innecesarios para la sociedad.
Si bien es cierto que la poesía requiere manejo de la subjetividad y del lenguaje retórico, también es una realidad que solo al adentrarse a los mares de la poesía se dotará cada vez más del manejo del lenguaje poético a los nuevos escritores. De ninguna manera el camino es silenciar voces nuevas amantes de la poesía.
De la misma forma, como hay infinidad de pensamientos, hay infinidad de estilos y colores dentro de ella. Es necesario permitir que la poesía florezca en toda la gama de matices que pueden existir. No vale la pena perdernos de la belleza que pude surgir de la juventud y de las comunidades.
La poesía está a disposición de todos como luz en medio de la oscuridad que puede conllevar la existencia. Puede ser el producto de la inspiración de una ama de casa, de estudiantes del bachillerato, de docentes, de los niños y las niñas, de un obrero… en definitiva, de todos.
En el marco del Día de la Poesía, es un buen momento para que los nuevos escritores asuman el reto de continuar en el mundo de los versos, y para aquellos con experiencia en las letras, que sea una fecha de motivación para constituirse como maestros y guías, en lugar de detractores.
Asumamos una actitud empática con todos los artistas emergentes y seamos respetuosos de la infinidad de posibilidades que puede tratar la poesía.
Gracias a la escritura ¿cuántos cambios se habrán logrado?, ¿cuánta influencia se habrá tenido?, ¿cuántos se habrán salvado?
Gabriel García Márquez dijo: «La nostalgia es la fuente de toda literatura y de toda poesía». Por eso, dejemos pues que nuestras nostalgias se agrupen en estrofas de poesía salvadoreña. ¡Qué la poesía sea de todos y para todos!
«Marta Isabel»
DePoesía
Por Guillermo Funes
«Me dejaste el mundo entero, pero la Tierra sin ti es pequeña».
Pureza y humildad hecha mujer
fuiste el amor excelso que jamás soñé.
La caridad sin límite,
el evangelio que aprendiste hecho vivencia.
Como lluvia bendita regaste mis veranos
y como tibia noche
cubriste mis inviernos.
Nunca negaste nada ni incluso tu miseria,
ni soñaste con mundos
que no eran para ti.
Fuiste madre y esposa, amante y camarada;
y sembraste en tus hijos tu fe,
tu valentía y libertad.
Guiaste mis pasos y compartiste mis ideales.
Apoyado en tus brazos me levanté mil veces
confiado en tu perdón.
Iluminaste con tu mirada mis ímpetus
y desvaríos, corregiste mi andar y mis poemas,
cubriste con ternura mis llagas y derrotas,
porque siempre estuviste junto a mí, incluso cuando traicioné tu amor.
Soportaste erguida
y silenciosa mis equivocaciones.
Con el perdón y olvido entre tus labios,
labios que día a día yo besé,
silenciando tu queja de dolor y santa.
Marta Isabel, fuiste mi bicha, mi cipota y novia.
Mi prieta, mi mujer, mi amante,
y ahora mi dolor, que cargaré por siempre
no con resignación, sino con el coraje y osadía
de seguir siendo UNO, aunque tú ya no estés.
Marta Isabel, Martita mía…
Lo escribimos un día
y cuelga en el respaldo de nuestro lecho:
«Somos uno, nada podrá separarnos»
y yo agrego «ni la muerte».
Te Amo.
«Lo que fui»
DePoesía
Por Mirian Esmeralda Chacón Rajo
La luz de mis ojos se posó en tu mirar,
mis caricias galoparon sobre tu piel
y ahora que tu recuerdo vaga por mi mente,
no sé si aún hay un destello de lo que fui.
Detuve el tiempo al cerrarte los ojos con un beso,
y tu respiración se volvió un suspiro envuelto en la paz
de lo que jamás habías experimentado,
la libertad de ser quien eras entre lo que yo era y lo que fui.
Entre el silencio de la noche y la tenue luz del amanecer,
vuelves a llenar de amargura mi corazón
que te busca en todo lo que tocaste, en cada lugar,
que ahora guarda todo lo que para ti fui.
Olvídate de todo lo que quieras,
pero sé que jamás te olvidarás de todo
lo que un día fuiste a mi lado y de todo lo que yo fui.
Plenilunio
DeCuento
Por Carlos Sibrián
En una casa vieja de gran tamaño, con muchos cuartos, gran jardín y árboles frutales, situada en el centro histórico de una envejecida ciudad, trabajaban nueve practicantes de magia blanca y adivinación, con tanta clientela, que en poco tiempo había adquirido cada uno su coche de lujo, una residencia en sectores exclusivos y educado a sus hijos en los mejores colegios y universidades de la ciudad. La centenaria casona se destacaba entre el vecindario por su decoración gris oscuro, sus lujosas cortinas negras y un mobiliario moderno intensamente rojo. Colgaban de las paredes y de los árboles muchas jaulas, grandes y pequeñas, en las cuales había loras, guaras, pericos, búhos, auroras, monos, ardillas y tacuazines, cada uno con sus ruidos y movimientos particulares. Pero los descendientes de aquellas nueve familias no residían ahí, sino en las lujosas residencias de sus padres, desde donde se desplazaban diariamente a sus sitios de trabajo como ingenieros, abogados, médicos, periodistas o docentes.
Frente a cada cuarto-consultorio de la casona vieja había una pequeña sala de espera, y en la amplia sala trabajaba una secretaria, quien recibía a la nutrida clientela y la distribuía en las pequeñas salas de espera, después de entrevistar individualmente a cada paciente a fin de ir conociendo el tipo de dolencia o inquietud desesperante que los impulsaba a consultar. De cada entrevista, hacía una apretada síntesis en tarjetas que entregaba al especialista mago o adivino, como primeras hiladas de imaginarios tejidos embaucadores que estos solían armar en sus especiales diagnósticos y tratamientos. También trabajaban en la casona un jardinero, dos ordenanzas y un vigilante bien armado.
No obstante, los elevados honorarios de los magos y adivinos por cada consulta y tratamiento, la clientela no disminuía; al contrario, aumentaba frecuentemente, sobre todo por experiencias desafortunadas en el amor, donde los celos, las infidelidades y el abandono eran las causas principales; seguidas de otras, como la envidia, mala suerte en los negocios, desconfianza en el porvenir y muchas más vinculadas al mundo de la superstición. A ello se sumaba, casi siempre, los artificios del mago o adivino por resolver los problemas de sus clientes a paso lento y sostenido.
Por largo tiempo el negocio marchó a las mil maravillas para los nueve magos y adivinos, cobrando elevados precios adicionales por amuletos, talismanes, pócimas, lociones, veladoras, polvos y afrodisíacos, que vendían en sus propios consultorios y en vitrinas situadas en la misma sala, junto a grandes imágenes de santos intercesores, como San Alejo, San Benito y San Simón. Pero tan pronto iban combinando la cartomancia, la quiromancia, la cristalomancia con la oniromancia, la clarividencia, la nigromancia y el uso de la güija el ambiente de la casona se volvió más tenso y contradictorio. Por motivos insignificantes brotaba la suspicacia, la desconfianza y el resquemor entre el personal, y el recelo impulsaba a la animosidad. Hasta las aves, monos, ardillas y tacuazines comenzaron a incrementar sus ruidos y movimientos en las jaulas, azotados por influencias impredecibles.
Un día de plenilunio o luna llena, pasadas las siete de la noche, cuando la consulta había terminado y los magos y adivinos se entretenían usando la nigromancia, comunicándose con el espíritu de los muertos, a fin de averiguar las causas del resquemor entre el personal y del alborozo de los animales enjaulados, uno de los magos entró en trance con los ojos blancos y la voz extremadamente ronca. En forma simultánea, los candelabros de siete brazos, las bolas de cristal, los péndulos y demás accesorios de trabajo rodaban por el suelo y las puertas se cerraban con estruendosos ruidos. Entonces el mago en trance, dijo, entre sarcásticas sonrisas y convulsivos movimientos, que la única forma de romper aquel hechizo era llamando a un experto exorcista que a principios del siglo XX murió y fue enterrado en la misma casona junto a su novia y su hijo. Fue diciendo esto y apareciendo el sacerdote, con sotana negra, el agua que decía ser bendita y demás utensilios usados en los exorcismos.
Y tan pronto comenzó el exorcismo, dos magos más cayeron en trance y las jaulas se abrieron, posándose el búho sobre la cabeza del sacerdote y la aurora sobre una de las magas, al tiempo que encendían todas las luminarias y veladoras, se abrían los distintos grifos del agua potable y los pequeños objetos volaban por doquier. A todo esto, el personal auxiliar (secretaria, ordenanzas, vigilante y jardinero), atemorizado por tantas manifestaciones de ultratumba, luchaba a toda costa por salir de la casona, pero las puertas no se abrían; el vigilante llamó a la policía pidiendo auxilio, y los policías tampoco pudieron entrar. El encierro parecía inexpugnable.
Mientras el cura insistía con su exorcismo, aparece su novia desde el jardín, una monja, con la sonrisa a flor de labio y un ramo de rosas rojas en las manos, que al llegar al ceremonial exorcizante se convierte en furiosa antorcha, con la cual dio fuego al mismo sacerdote, quien gruñía y rodaba inútilmente por el suelo tratando de liberarse de las llamas; detrás de ella venía el hijo de ambos, un menor de cinco años, con otro ramo de rosas rojas en las manos que se transforma también en antorcha enfurecida, dando fuego a su madre e incendiándose el mismo.
En medio de este terrorífico escenario, todos los magos y adivinos entran en trance y luchan unos contra otros lanzándose objetos encendidos y todo lo que encontraban a su alcance, expandiendo en forma ilimitada el mismo terror. Luego, toda la casona agarra fuego, con los magos y adivinos incluidos, y solo el personal auxiliar logró salir por un orificio que el jardinero pudo abrir con un cincel y un martillo en la pared que daba frente a la calle.
Simultáneamente al desastre en la casona vieja, los hijos de los magos y adivinos recibían llamadas en sus teléfonos móviles, y al contestar, aparecía la imagen del búho, del loro o de la aurora diciéndoles: «¡Les llegó el fin a los timománticos!». Y volvían a llamar insistentemente dando el mismo mensaje; si los destinatarios de aquellos misteriosos mensajes, atemorizados, apagaban los teléfonos, estos explotaban al instante. Se dio el caso, muy lamentable por cierto, que la esposa de uno de aquellos hijos, mujer hermosa, coqueta e infiel, entró en trance y también murió por falta de tratamiento.