En El Salvador, recorre el espíritu de un tiempo que abre una puerta hacia el futuro. En el sentido más amplio, se hace historia y resuena más con el fervor de la conmemoración de la independencia, en la que se resalta el papel de la soberanía, la libertad y esperanza en el futuro.
Las últimas encuestas recalcan que al menos el 94 % de la población aprueba que Bukele busque una reelección; está facultada luego de la resolución de la Sala de lo Constitucional que, ejerciendo sus funciones de máximo intérprete, habilita este proceso. La aceptación, el apoyo y el acompañamiento del pueblo han sido una constante en todo el período presidencial, solo hace falta ver cualquier evaluación o encuesta. Sí, puede tomar cualquiera y en cada una se constata lo mismo.
La etimología de «democracia» es el poder del pueblo. Donde reside la soberanía y el destino de cada país es en su pueblo. Es este el que debe sentirse representado y ser partícipe del rumbo que quiere. Es así como, en ningún momento en la historia, la gran mayoría quiere y se siente identificada con un proyecto político. El rumbo de la polis lo está apoyando la mayoría de los ciudadanos de estos 21,000 km2.
Hay también una minoría que se cree «iluminada» por un designio de clase o estatus, que se resiste a entender una patria donde la mayoría, realmente, es la que decide dónde quiere ir. Ese es su más grande falta, no comprender ni el sentir ni el pensar de las mayorías. Ese elitismo disfrazado de «razones» que solo tiene como finalidad mantener el «statu quo» que desde la Colonia solo han cambiado las herencias. Pueden disfrazarse de cualquier color y adjetivo, menos de democráticos, porque de entrada no reconocen el sentir de las mayorías.
Estos se apoyan en organizaciones internacionales que jamás vieron a El Salvador para ayudarlo, no estuvieron atentas ni apoyaban cuando la norma era vivir con 15 asesinatos diarios. Ahí, nunca mostraron interés más que para venir a dar alguna charla si el administrador de turno o algún grupo los invitaba. Pero ahora que el país se está librando de uno de sus episodios más terribles y trágicos, piden a las potencias que intervengan, ya no tienen reparo en disimular ni en sus vínculos con esta élite salvadoreña que se resquebraja.
Imagine, lector, cómo dentro de los mismos grupos de férrea oposición se coordinan. Aquellas naciones que han manifestado sentir, incluso, que somos un patio «delantero» les llaman a declarar en «comisiones oficiales» sobre nuestros propios asuntos. Claro, solo aquellos lacayos de la élite pueden llegar, ni siquiera por decoro dan paso a otra versión. Ahí en ningún momento se preocuparon en hacer etnografía en aquellos barrios que ya no sufren el flagelo de la delincuencia organizada para entender mejor el fenómeno que está ocurriendo. Es más, inclusive, pregonaron más su preocupación por el vacío del «rol social» que tienen las pandillas que por las comunidades que las sufren. No han siquiera mostrado interés en preguntarle a la gente: ¿cómo se siente hoy? ¿Qué cosas hace hoy que no hacía hace cinco años? ¿Qué hace ahora por las noches?
Quedan al descubierto, no le van a preguntar a las mayorías, saben que no gozan de legitimidad y su discurso está hecho de paja, aunque traten de perfumarlo con aliados que han hecho estragos o que simplemente jamás han ayudado a cambiar sociedades para bien.
Hablan de una falsa deriva autoritaria. ¿Autoritaria? No solo hay legalidad en el ejercicio del Ejecutivo, hay también una legitimidad en esta al reconocerse el respaldo. Autoritario sería imponer aquella visión de menos del 3 % de la población por encima de cualquier anhelo popular. Eso sí sería autoritario. El ejercicio de la fuerza de parte de estos pequeños grupos no se corresponde en ningún respaldo.
Las mayorías populares de las que tanto habló monseñor Romero por fin están viendo una luz luego de un largo período de violencias y agresiones. Ahora, empieza a sentirse la libertad de transitar a cualquier hora, de llegar a más lugares, de no sentirse amenazado. Falta mucho y llevará mucho trabajo, pero así se empieza a escribir una nueva página de la historia. Nos costará, pero dejaremos ese capítulo de violencia y de los dictados de unos cuantos.