Exponer sobre un tema cada vez más complejo y expansivo como la depresión no es cosa fácil, ya que pareciera que es competencia de psicólogos y psiquiatras, cosa que, si se analiza con el rigor merecido, ahora compete y, siempre en la larga historia de sabiduría popular y mística, perennemente ha pertenecido a más sectores. Más que teorías y estructuras patológicas, la verdad es que creo que los sabios de toda la historia han manifestado aspectos más coherentes y profundos sobre el tópico que hoy corresponde.
El gran maestro de vida Facundo Cabral solía decir: «No estás deprimido, estás distraído. Distraído de la vida que te puebla». Este planteamiento provoca una profunda pasión por la temática, ya que, en realidad, tal como se ha manejado desde la filosofía mística, la depresión no es una enfermedad en sí como lo categoriza la OMS, sino un síntoma de algo más profundo, una distracción hacia la vida y sus circunstancias fascinantes.
De ahí que, lo fundamental es comprender un principio filosófico místico, todo aquello a lo que le damos mayor relevancia, así mismo le damos más fuerza. Pues bien, darle categoría de enfermedad a un síntoma de distracción de la vida es volverlo un objeto más de ciencia, algo, que se sabe, que poco favor ha hecho a la humanidad, sobre todo a las grandes masas, que, por supuesto, pocas veces «gozan» de los adelantos científicos.
Solo cuando se comprende que en la vida se gana y se pierde, se goza y se llora, se duerme y se vela, es cuando las limitaciones o barreras de vida no se convierten en depresión, sino en comprensión espiritual de poder crecer y endurecer lo que es demasiado suave. Cualquiera pensaría que al comentar sobre este tópico solo lo comprende quien lo ha vivido o vive; pues bien, alguien que sabe de este tema por experiencia personal, a nivel incluso psiquiátrico, es que tiene la moral para expresar su postura en este escrito.
Por tanto, en vez de volver tan enclenque el tema de la depresión y su lastimera forma de tratarlo, es mejor comprender de dónde nace, cuál es su detonante y, sobre todo, que su mejor forma de intimar con él es comprendiendo a la persona que lo sufre y llevándole a la penetración de aquello en lo que se ha distraído, poniéndole demasiada atención a lo que carece realmente de importancia existencial para su vida.
De tal suerte que no se busca polemizar o desacreditar la ciencia psicológica (que su mérito posee), al contrario, es solo mostrar otra postura y forma de tratar esta circunstancia, que ha servido a miles de personas a lo largo de la historia desde la visión filosófica mística. Al final, la ciencia debe ser más democrática en lo permisible en sus áreas de competencia. Es más que claro que en el sosiego hay robustez, es decir, plenitud dentro de uno.
No se debe temer ver bajo otra perspectiva aquellas cosas de las que se han tomado como propiedad de algunas ciencias solamente, pues en un mundo tan plural e innovador como el nuestro es más que claro que una palabra de peso sobre diversas áreas ahora la tienen también otros espacios del conocimiento. Pues, todo lo que se hace si detrás de su sapiencia no lleva el componente amor, entonces carece de sentido o como mínimo de verdadera buena intención. ¡Sabiduría ancestral, popular, mística, filosófica!
Por último, «No es signo de buena salud el estar bien adaptado a una sociedad profundamente enferma», un planteamiento místico expuesto por el maestro hindú Jiddu Krishnamurti. Por ende, es reconfortante saber que en la medida que a la persona «deprimida» se le hace comprender que su enfermedad no es más que una distracción de lo importante y una fijación con lo innecesario, solo así podrá salir de ese síntoma de algo más profundo, es decir, su poca aceptación de la realidad y su enseñanza.