El ala más dura y radical de lo que una vez fue un partido amplio y con tendencias y corrientes de pensamiento diversas logró lo que siempre quiso: convertir al FMLN en
un partido sectario, disminuido y sin capacidad para el debate.
Los comicios celebrados este año han dejado al FMLN reducido, pero con un sentimiento de celebración que es muy difícil de entender, dada la catástrofe electoral sufrida. Sin embargo, hay que entender el fanatismo de sus dirigentes —los verdaderos, no los que aparecen públicamente— para dimensionar la situación en la que se encuentran.
Para estos radicales es mejor estar solos que mal acompañados. Solían decir cuando los
convocados eran unos pocos «estamos los que somos y somos los que estamos», lo que reflejaba el nivel de sectarismo y de hermetismo que manejaban.
Ahora que el FMLN es una sombra de lo que fue y que solo quedan unos cuantos cientos de militantes, un reducto de fieles y devotos seguidores se puede jactar de que han erradicado las disidencias.
Ya no hay nadie que piense distinto porque o
se fue o fue expulsado. Todas las disidencias han sido erradicadas. Ha quedado la pureza ideológica. Sí, son pocos, pero no hacen falta más, porque este nuevo FMLN vive en un paraíso sin discusiones.
Todos aceptan la voluntad de la dirigencia y no hay cuestionamientos o diferentes posturas sobre un mismo fenómeno.
Aunque se presentaban como un partido de
izquierda, progresista y revolucionario, lo cierto es que en el pensamiento radical y fanatizado de los que ahora quedan siempre existió un conservadurismo férreo, incapaz de administrar las diferencias y las voces discordantes.
El FMLN renunció a su vocación de poder, la que ejerció brevemente que únicamente benefició a un puñado de excomandantes que logró engordar sus billeteras y vio crecer sus patrimonios con el saqueo de las arcas del Estado.
El pueblo salvadoreño emitió un veredicto lapidario: sacó al FMLN de la palestra pública. Ya no hay espacios políticos que proyecten sus propuestas porque ya no habrá diputados efemelenistas en la Asamblea Legislativa ni tampoco tendrá alcaldes en los municipios.
El partido que durante una década fue Gobierno y manejó millones de dólares del presupuesto y otros millones más de la cooperación venezolana ahora ve con envidia cómo un partido recién creado se agencia una alcaldía. Pero, por el otro lado, tiene la satisfacción de que ya no hay críticos internos.