Ethel Pocasangre Campos, cuyo pseudónimo en la guerrilla era Crucita, se integró a las FPL en los años setenta. Era psicóloga y trabajaba en la UCA. Tenía cabello castaño y ojos claros. En 1981 fue enviada al frente paracentral. Sus colegas, alumnos y compañeros de militancia la consideraban un ángel por su delicada belleza, su dulzura y su entrega a la lucha revolucionaria.
Ethel fue acusada de traición por el mando de las FPL. El 22 de septiembre de 1986, en un punto ubicado en el cantón San Bartolo, cerca del cerro Buena Vista, en la jurisdicción de San Vicente, sus jefes guerrilleros la amarraron y la tumbaron semidesnuda sobre un lodazal.
Durante varias horas la torturaron, golpeándola con un garrote de guayabo, mientras le exigían que confesara y entregara a sus cómplices. Después fue ejecutada y enterrada en una fosa común junto a otros 15 combatientes asesinados de la misma manera ese mismo día.
La madre de Ethel, doña Clelia Campos de Pocasangre, tuvo noticias del asesinato, y en 1987 le envió una carta al máximo comandante de las FPL, Salvador Sánchez Cerén, pidiéndole una explicación y que le entregara los restos de su hija. Doña Clelia, ya octogenaria, murió sin haber recibido una respuesta.
La historia de la muerte de Ethel y de más de mil combatientes y colaboradores de las FPL asesinados en las mismas circunstancias por sus propios jefes, bajo la falsa acusación de que eran «infiltrados», me fue narrada en el lugar de los hechos por los testigos y protagonistas directos de aquellos terribles acontecimientos.
Registré en audio y video todos esos testimonios y, en 2008, tal como lo había anunciado públicamente, entregué una copia íntegra de esas grabaciones a Benjamín Cuéllar, que por entonces era director del Instituto de Derechos Humanos de la UCA.
Lo hice así porque esperaba que esa institución confirmara y denunciara aquella matanza perpetrada por la dirigencia de las FPL, pero lo que ocurrió fue que engavetaron ese material y hasta el día de hoy la UCA no ha dicho una sola palabra sobre el asunto. ¿Por qué? No lo sé.
Ese mismo año publiqué el libro «Informe de una matanza», que era la suma de los reportajes que había escrito y dado a conocer en forma de entregas periódicas. Pero ese libro, que tuvo una demanda extraordinaria, se agotó muy pronto.
No quise reeditarlo de inmediato porque consideré que esa simple y algo cruda sumatoria de textos escritos y publicados al calor de la investigación realizada en forma paralela requería de una reelaboración más cuidadosa y reposada. Sin embargo, un comerciante vivillo, sin mi permiso y sin consultarme ni avisarme siquiera, lo publicó en versión electrónica para su propio y exclusivo beneficio.
Ahora estoy a punto de terminar la edición debidamente ampliada y corregida de aquel libro que mis lectores me han pedido y que pondré a su disposición en las próximas semanas.