Parece increíble que hasta estos días aún sobrevivan muchas actividades de nuestros antepasados. Fragmentos de aquellas raíces que nos identifican como pueblo, son invaluables y nos remontan a épocas de originalidad, sencillez, sobre todo esmero y creatividad.
Este es el caso del telar de cintura, una esplendorosa forma de apreciar cómo las manos de algunos salvadoreños, sobre todo mujeres, son capaces de mantener siglos de tradición.
La técnica, registrada en Panchimalco, San Salvador, se ha heredado de generación en generación.
El telar de cintura es un instrumento que desde la antigüedad auxilió a la mujer en la elaboración de la indumentaria, y debe su nombre a la forma en que la tejedora lo ajusta a su cuerpo: un extremo está atado a su cintura, con un ceñidor llamado mecapal, y el otro extremo se ata a un árbol o se usa un soporte fijo posiblemente enclavado en una pared.
Una vez que es amarrado a la cintura, de cada telar van surgiendo piezas de sabiduría milenaria transformadas en paños, manteles, caminos de mesa, servilletas, cintas, telas para vestimenta y más. Este asombroso arte ha sido una tradición inseparable de las tejedoras de Panchimalco, que con el correr de los años ha sido guardada celosamente y, además de ello, fomentada entre los pobladores que ven con mucho orgullo esta hermosa tradición.
La belleza de estos textiles ha penetrado la religiosidad del municipio, y se evidencia por medio de los ajuares que visten a la santa patrona de Panchimalco, la virgen del Rosario.
La inmaculada imagen, a menudo, es engalanada con hermosos mosaicos finamente elaborados con un telar de cintura, piezas que resaltan mucho más durante las festividades en su honor haciendo que con ello se entrelacen dos tradiciones, la colonización española y el legado indígena.
En la memoria del pueblo, aún se recuerda cómo esta técnica se convirtió en eje fundamental que marcaba un patrón de vestimenta para distinguir ciertas características sociales como el caso de «el paño de soltera» y «el paño de casada»
Según información proporcionada por la casa de la cultura de Panchimalco, en tiempos antiguos era usual que las mujeres portaran paños para identificar su estado civil ante la sociedad.
El «paño de casada» o «paño negro», por ejemplo, se distinguía por llevar más hilos de color negro. Y lo utilizaban las mujeres que ya habían contraído formalmente nupcias.
Por tradición, este accesorio era parte de la vestimenta de las personas que fallecían. A las mujeres, se les era puesto sobre la cabeza y a los hombres se les colocaba cubriéndole los hombros.
El «Paño de soltera» este era tejido de colores vivos y alegres, predominando el rosado y rojo. Lo ocupaban aquellas mujeres que nunca habían contraído matrimonio.
En ambos casos, generalmente el tamaño de los paños era de aproximadamente 98 centímetros cuadrados.
Independiente al uso social de las prendas, todas pueden considerarse verdaderas obras de arte que atesoran la ideología y la cosmovisión de los pobladores de Panchimalco.
Gran tradición
Actualmente, en Panchimalco, son pocas las personas que se dedican a este hermoso arte prehispánico. Según registro de la casa de la cultura, los actuales tejedores, son el resultado de la dedicación y la enseñanza de María Cleofes Rivera, quien se encargó de transmitir el legado a sus descendientes.
La «niña Cleofe» como era llamada, nació en Panchimalco en 1891, y comenzó a tejer a la edad de 8 años, oficio que aprendió con su madre.
A partir de ahí, es que surge el arte de una de las tejedoras actuales, doña Claudia Vega, quien decidió dedicarse exclusivamente a esta técnica, mostrando sus creaciones y su dedicada labor en la casa de la cultura del lugar.
Siempre sentada en su sillita y atenta a cada uno de los movimientos que van hilvanado las piezas que ella finamente elabora a través de su telar de cintura, comenta con mucha alegría, la riqueza que le fue otorgada por medio de sus antepasadas.
«Yo comencé a tejer cuando tenía 11 años y lo aprendí de mi abuela. Ahora, me encargo de enseñar a todo el que quiera aprender, he vivido toda mi vida de esto».
Una sola prenda, dependiendo de las medidas y el diseño, puedo llevar horas o en algunas ocasiones semanas completas para ver el resultado final, comenta.
Además de las tradicionales piezas elaboradas por doña Claudia (paños, mantas, manteles, etc.) se están incorporando nuevas como ropa para damas y caballeros.
También se crean diferentes accesorios como sandalias, bolsos, bufandas y mascarillas.
ARTE FAMILIAR
EXPERIENCIA: Con una paciencia determinada, Ronald Vega, ordena cada hilo que será parte de alguna de sus piezas elaboradas con el telar de cintura. Desde pequeño, aprendió el oficio de su madre, sin embargo, fue hasta 2007 que decidió trabajarlo a tiempo completo.
VIVENCIA: «El tejer me desestresa, el ir ordenando cada hilo hasta que todo esté bien es algo que me gusta mucho», comenta Vega mientras elabora un Huipil, una prenda tradicional de las indígenas. Ronald es el único hombre de su familia y de Panchimalco que utiliza el telar de cintura.