Durante la época cafetalera que vivió El Salvador las diferentes fincas contrataron a cientos de trabajadores para que cosecharan las tierras. Dada la falta de moneda, en ese momento se pensó en las fichas de trabajo con las cuales se pagaba salarios. Estas eran válidas para un producto o un servicio y se podían cambiar únicamente en la misma finca o hacienda que las emitía.
Dentro de las haciendas se encontraban trabajadores y colonos, estos últimos tenían un beneficio extra como empleados: recibían un plato de alimento, el cual era controlado a través de fichas.
«Estas no se pueden considerar como fichas de trabajo, eran diferentes. Una decía vale por un desayuno, otra por un almuerzo y la otra por una cena. De esta manera, se entregaba y se controlaba la cantidad de comida que se iba a preparar durante el día o para el siguiente, para que no hubiera un desperdicio o para que no se repitieran, que es algo bien típico en Latinoamérica» detalla Leonel Barillas, arquitecto, numismático y presidente de Asociación Numismática Salvadoreña (Anusal).
Las fichas colectadas en el país pueden clasificarse por su uso: unas funcionaban como vales para ser cambiadas por un tiempo de comida, otras funcionaban como regalías y otras más eran para pagr una actividad laboral.
Un dato importante a resaltar es que los datos que aparecen en las fichas no son los productos por los cuales se cambiaban, sino por la tarea o trabajo que había realizado.
Por ejemplo, una ficha puede decir «vale por una camionada de tierra», pero no significa que era el producto a recibir, sino que evidenciaba lo realizado y se entendía el pago a realizar.
«No todas las fichas eran para cambiarlas al canje por bien, sino que eran fichas de control, es decir, que valían su valor en efectivo. Este era un control para que no se perdiera el dinero en el transcurso de la quincena. Por ejemplo, venía un cortador que hacía doce arrobas diarias de corta y le daban una ficha por cada arroba. Al siguiente día hacia diez y así sucesivamente. Al final de su quincena tiene un montón de fichas y por esas le iban a dar efectivo en moneda legal, era como un vale al portador. No todas eran consumibles dentro de la finca», agrega Barillas.
Como regalías
En el amplio mundo de las fichas había unas que pertenecían a establecimientos como farmacias, constructoras, zapaterías, minas y cervecerías.
«En el caso particular de la cervecería, el dueño, Rafael Meza Ayau, lo que buscaba era dar a conocer su marca. Él obsequiaba un vaso o una copa de cerveza a cambio de publicidad. Posiblemente, en alguna feria repartía a la población asistente esta ficha para que fueran a tomar una cerveza y, si le gustaba, se convirtiera en un cliente a futuro. Entonces, sus fichas eran mandadas a acuñar con el diseño de su viñeta que, como se puede ver era una abejita», manifiesta, Leonel Barillas.
Con las fichas que pertenecían a farmacias el procedimiento era un poco diferente. Cada dueño de farmacia o botica las entregaba a sus clientes luego de comprar algún medicamento. Eran para tener clientes fieles.
«Si yo llegaba a la farmacia del doctor Palomo y le consumía cinco pesos de medicina, él, probablemente, me daba una ficha que decía vale por un refresco al gusto. En ese entonces, era muy popular que en las farmacias hubiera dispensadores de refrescos para que el público. Se puede decir que estas fichas eran como regalías», añade el coleccionista.
Antigüedad
Según lo investigado por el arquitecto Leonel Barillas, las fichas más antiguas son de Eugenio Aguilar y Ángel Guirola.
Aguilar fue presidente de 1846 a 1848 y posterior al mandato presidencial se dedicó a sus empresas familiares relacionadas con la caficultura, así que posiblemente la ficha fue acuñada en 1860. Ángel Guirola tienen unas fichas del 8 de junio de 1864.
En cuanto a las últimas fichas creadas, hay algunas que datan de 1940. Oficialmente, la ficha dejó de funcionar en 1934, cuando se creó el Banco Central de Reserva y con él un decreto específico que abolía el uso de las fichas de finca y hacienda.
«Uno de los decretos de la Ley de creación del Banco Central abolía su circulación, o sea, quedaba prohibido el uso de las fichas porque nunca fueron legales. Sin embargo, algunos siguieron utilizándola por la necesidad de pagarle a los jornaleros. Incluso, algunos amigos de mi abuela me comentaban que aún se pagaba por el desayuno o la cena, y decían que eran pedazos de madera, hojalata, es decir, se había perdido la necesidad de que fueran hechas en fábrica, sino que eran hechas localmente», relata.
UN LIBRO PARA CONSERVAR LAS FICHAS
Leonel Barillas es arquitecto de profesión. Desde muy pequeño se sumergió en el mundo de la numismática. «Mi interés es totalmente nato, no heredé ninguna colección ni nadie me inspiró, sino que desde los siete años de edad comencé a guardar todos los tipos de moneditas que encontraba», afirma.
Su interés creció más cuando intercambió monedas con su profesor de segundo grado y su colección aumentó con las monedas que sus compañeros le vendían.
Además de coleccionar, Barillas se ocupó en conocer su procedencia y características. En 2005 se vuelven miembro de la Asociación Numismática Salvadoreña (Anusal), y desde hace dos años es el presidente de la entidad.
En su trayectoria como numismático, ha tenido la oportunidad de escribir algunos artículos y dar conferencias internacionales en los congresos de numismática a nivel latinoamericano. Además, ha contribuido con aportes para algunos autores como José Luis Cabrera Arévalo.
«Tuve la oportunidad de trabajar con el libro “Las controversiales fichas de fincas salvadoreñas”. Ese fue un libro presentado en 2015. Yo fui el creador del inventario oficial y en ese momento tuve la oportunidad de identificar 1,532 piezas que he visto en libros o en colecciones privadas. Lo que hice fue tomar el registro de diámetro, de valor, si se puede tomo una foto y ya pasa a mi registro. A la fecha he podido identificar 2,021 fichas», asegura.
A finales de este año, con la información recopilada, espera producir un libro donde se detalle el inventario de las fichas, su ilustración, descripción, ubicación geográfica y todos los elementos históricos sobre los patronos o caficultores dueños de las piezas.
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