La exposición «Gritos y silencios. Historia provocada» que expone Wixnamickcin en el Museo Forma hizo posible reencontrar a cinco grandes talentos de la pintura salvadoreña: Edmundo Otoniel Mejía, Héctor Hernández, Augusto Crespín, Aleph Sánchez y Mauricio Mejía.
Se formaron como grupo hace 34 años (en 1989) y cada uno ha labrado su propio sello artístico a lo largo del tiempo, incluso antes de formarse como colectivo.
En el Forma, tres de los artistas (Edmundo Otoniel Mejía, Aleph Sánchez y Mauricio Mejía) hablaron sobre sus inicios en el arte, su inspiración, sus recuerdos, su sentir, sobre todo, de los fragmentos de sus vidas que plasman en los lienzos que pintan.
En la exposición pueden apreciarse 50 obras, 10 de cada miembro de Wixnamickcin. Se decidió que tres fueran en formato grande, el resto dependía de cada autor.
EDMUNDO OTONIEL MEJÍA: EL PINTOR DEL CAFÉ
«A mí se me conoce como el pintor del café. En realidad, mis inicios, fueron de pintura primitiva. Era un pintor de domingo como lo nombraban en Francia, o pintores de corazón puro, porque soy un artista visual con formación no académica, sino autodidacta. Cuando Mauricio (Mejía) decía que tuve la oportunidad de estudiar en Venezuela y en México, fue Diseño Gráfico con especialidad en literatura infantil. La pintura era como un hobby. El sábado o el domingo pintaba. Me gustaba hacer un cuadro a ratos porque hacía publicidad, trabajaba en Televisión Educativa como diseñador. Hacía animación para televisión y la pintura la dejaba para fines de semana.
En mi oficina siempre tenía dos cuadros míos. Una vez llegó alguien y vio las obras sobre cortas de café. ¿Por qué cortas de café? Porque yo nací en el cantón Ojo de Agua, en Huizúcar, La Libertad, donde la gente se dedicaba exclusivamente a trabajar todo el tiempo en fincas de café, por lo menos en esa época. Hoy van desapareciendo y ya son pocas las que se mantienen en un estado productivo, pero en ese momento todos nos dedicábamos a eso. A los 10 años ya andaba en los cafetales, no me podía inscribir en las cortas porque era menor de edad, pero ya después sí ya era cortador de café calificado, y eso lo hice desde los 10 años hasta los 18. Conozco todo el quehacer de las fincas, era mi entorno y la pintura era plasmar esas escenas que veía. Y esto lo hice durante mucho tiempo.
En Europa también me conocen como el pintor del café. Trabajo con una galería en Tel Aviv que distribuye obras en Europa de solo pintura naif, de Brasil, Colombia, Estados Unidos y Asia. Aquí el boom del café desapareció, en su momento, en la pintura, pero en Europa me conocen siempre como el pintor del café. Ese título no me lo voy a quitar y no me disgusta. Es más, son mis orígenes. Tengo el ombligo enterrado en las fincas de café. Y sigo haciendo cuadros de café porque lo disfruto, es como revivir. Los mejores días de mi vida los pasé ahí, al tener mi primera novia y todo eso».
ALEPH SÁNCHEZ: MITOS Y LEYENDAS DE EL SALVADOR
«Muchas de las cosas que yo pinto es con lo que yo jugaba. A los siete años ya pintaba. Un tío me dio el ánimo y me dijo “Vos sos Aleph. Así tenés que firmar tus cuadros”. Y yo ensayaba la firma, muy ilusionado, por lo que él me dijo y aquí están los resultados.
Toco temas que pocos pintores lo hacen, en el sentido de que siempre he estado interesado por eventos alucinantes. Yo abordo lo enigmático de las temáticas que muchas veces implica que sean exitosas, como en mi caso. Como dice (Edmundo) Otoniel, el artista naif está imbuido en el encanto, en el carisma, en el amor. En mi caso, a mí los burros me pegaron mordiditas cariñosas. Yo les llevaba un canasto con mangos, un manojo de zacate tierno, que era lo que más les gustaba y me pegaban las mordiditas dándome las gracias, porque si hubieran sido con odio me sacan sangre.
De niño, yo tenía cuatro mulas y dos burros. Al mediodía, yo siempre que paraba en el trabajo llevaba esa fruta para ellos, repollo, zacate tierno. Nosotros cultivábamos todo eso. Los tomates sazonotes, no tan maduros, les encantaban. Para los bueyes también un canasto de mangos maduritos, se los metían al hocico y después sacaban la semilla. Entonces, todo esto está en mis cuadros, los burros, los bueyes.
Yo siempre he pensado que al escoger una temática tiene que ser exitosa, sino para qué embarcarse en ella. Ahí tienes los burros, que es una figura que está en grandes historias. Para la Semana Santa se habla que Jesús iba en un burro. Está el burro de Sancho Panza, que yo espero que se vuelva más heroico de lo que ya es. [Josemaría] Escribá de Balaguer también adoraba los burros, los amaba. San Francisco de Asís protegía a todos los animales, por supuesto, yo no he tenido grandeza o santidad de esos hombres.
En mi casa, yo tenía un palomar inmenso, eran cientos de palomas. Yo les daba maicillo, maíz picado en la piladera. Me peleaba cuando les tiraban piedras con las hondillas, yo las cuidaba. Ni los perros las molestaban […] Se me despertó la sensibilidad con todo esto que vivía».
MAURICIO MEJÍA Y SU REALISMO MÁGICO
«Lo mío siempre ha estado alrededor del hombre, ese es mi gran tema: captar la vida cotidiana de las personas que están en nuestro entorno. El esfuerzo de sus vidas, la pobreza, el desarraigo, los éxodos. Por ejemplo, este cuadro habla de eso, de los éxodos. Este es un tema que el país ha vivido durante años.
A mí me interesa el drama de la vida cotidiana, pero desde el punto de vista mágico, como decía Mercedes Sosa, cuando la realidad se vuelve mágica a partir de los ojos del arte.
En el caso de [Augusto) Crespín, él está haciendo valoraciones siempre de tipo social, con una intención que va mucho más allá, o sea, su obra siempre ha tenido ese carácter.
La obra de Héctor Hernández es casi como un impresionismo. La lectura que se puede hacer de la obra de Héctor es única en El Salvador. No hay otro artista que maneje ese tipo de expresión. Te recuerda los grandes impresionistas alemanes o de los países nórdicos. Entonces, es un caso inédito a través de su expresión».
Mauricio Mejía ha recibido numerosos reconocimientos. Entre estos se encuentra la distinción como Pintor Meritísimo que le entregó la Asamblea Legislativa en el 2008. En el 2018 recibe homenajes de parte de la Universidad de El Salvador y el Ateneo de El Salvador. Por su trayectoria, su obra se encuentra en los museos Marte (2006), Forma (2012), la Pinacoteca Nacional de El Salvador (2013) y el Museo Internacional de las Ciencias y las Artes (2014), en McAllen, Texas. Estados Unidos.
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AUGUSTO CRESPÍN Y SU SERIE TRANSEÚNTES
Nació en julio de 1956 en San Salvador. Ha participado en más de 100 exposiciones colectivas en tres continentes y ha realizado 40 muestras individuales en América, Europa y Asia. En la exposición «Gritos y silencios. Historia provocada» presenta un fragmento de la serie Transeúntes en espacio escarpado, que son obras tratadas en las técnicas de óleo y tinta-acuarela donde los personajes se mueven con colores simbólicos generados por la incertidumbre, la improvisación y la ficción de este tiempo. Cada obra existe y comunica en su individualidad como pieza de arte aun siendo parte de la serie.
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HÉCTOR HERNÁNDEZ PROPONE: «ACERQUÉMONOS»
Nació en julio de 1953 en San Salvador. Estudió Diseño Gráfico en la Escuela de Artes Aplicadas de la Universidad José Matías Delgado. Se formó en dibujo y pintura en la Escuela Libre del maestro Valero Lecha, del Centro Nacional de Artes. Sobre su obra expuesta en el Forma comenta: «El llamado es a acercarnos, contarnos las historias ya trazadas, explicarnos quiénes somos y de dónde venimos. Pensarnos en cuarta dimensión y que nuestra imaginación racionalice un nuevo espacio donde la coherencia y la solidaridad crezcan frondosas, dándonos sus sombras y frutos cotidianos».
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EN EL MUSEO FORMA
La exposición «Gritos y silencios. Historia provocada» presenta la visión naif de Edmundo Otoniel Mejía, el expresionismo de Héctor Hernández, el realismo social de Augusto Crespín, los mitos y leyendas de Aleph Sánchez y el realismo mágico de Mauricio Mejía. Estará disponible hasta el 3 de noviembre en el Museo Forma, ubicado en la Alameda Manuel Enrique Araujo pasaje Senda Florida Sur, San Salvador.