El Salvador, una nación definida geográficamente más allá de su tierra firme por 317 kilómetros de costa y 200 millas náuticas (370.4 km de mar), guarda una cantidad inimaginable no solo de vida marina, sino también de historias relacionadas con embarcaciones que rememoran sucesos que acontecieron hasta hace más de un siglo.
Se trata de barcos hundidos, algunos de los cuales en su momento se vincularon a la entonces pujante actividad comercial que mantenía El Salvador con el mundo y que lastimosamente naufragaron sobre todo por accidentes con rocas, arrecifes o bancos de arena.
De occidente a oriente, el país cuenta con vestigios sorprendentes de embarcaciones que ahora es posible conocer gracias a la arqueología subacuática, que ha rescatado las historias sumergidas entregando en tierra firme todo un legado histórico denominado «Patrimonio cultural marítimo de El Salvador, registro de pecios».
El libro, publicado en 2016, registra 10 barcos hundidos que navegaron en nuestras aguas. Según Roberto Gallardo, arqueólogo subacuático y autor de la publicación, su trabajo se centra en conocer y proteger todos esos sitios arqueológicos, ya que cada pecio (nombre técnico que se le da a un barco hundido) ahora cuenta con un registro y una documentación histórica que lo hacen valioso cultural y patrimonialmente.
«El proyecto comenzó en 2011. Lo que hicimos fue comenzar a buscar, registrar y documentar los sitios arqueológicos subacuáticos, que básicamente son todos aquellos espacios que se encuentran cubiertos por agua temporal o parcialmente, y que cuentan con restos de pecios o materiales creados por el ser humano que representan un valor histórico nacional», comenta.
En el libro, Gallardo relata que con el establecimiento de la República de El Salvador, en 1821, además de otros sucesos acontecidos en el itsmo, potencias como Gran Bretaña y Estados Unidos decidieron incorporar a Centroamérica a nuevas actividades económicas marítimas que representaron la activación del comercio, principalmente de Acajutla.
«Venían para intercambiar bienes por productos frescos y agua. A finales del siglo XIX, las visitas eran más recurrentes y obviamente el comercio creció mucho. El tráfico marítimo aumentó dando una nueva vida a nuestros puertos», menciona.
La necesidad de transportar bienes prevaleció al punto que demandó cambios en el puerto de Acajutla, como la construcción del muelle de hierro, así como dinamizar las actividades relacionadas con el recibimiento y transporte de la carga
«Ahí se transportaba toda clase de productos agrícolas: añil, café, azúcar, tabaco, bálsamo, entre otros productos. Era lo que exportaba El Salvador. A cambio venían importados vinos, licores, lana, seda, herramientas», comenta el arqueólogo.
Como en toda actividad marítima, el riesgo fue inminente y los accidentes comenzaron a ocurrir. No hay número certero de los naufragios ocurridos ni de las causas o muertes sucedidas; sin embargo, el registro de estas 10 embarcaciones se considera el punto de partida para llevar a cabo más investigaciones sobre el tema
Reconstruyendo la historia
Para el arqueólogo subacuático Roberto Gallardo, el estudio y la búsqueda de barcos hundidos (pecios) crea una línea de historia perteneciente a la identidad nacional, que revela sucesos ocurridos en el comercio marítimo y datos importantes acerca de los productos que se exportaban e importaban.
En ese sentido, la protección de estos pecios es de vital importancia para la preservación de un legado histórico, que recurrentemente se ve amenazado por varios factores que terminan en la depredación o destrucción de estos.
«Es importante el registro de los pecios. No podemos proteger ni podemos investigar lo que no conocemos. Entonces, el primer paso es buscarlos, encontrarlos y registrarlos, porque desafortunadamente el saqueo de materiales culturales es cada vez más frecuente y esa pérdida es irreversible», señala.
El arqueólogo también manifiesta que hasta la fecha se ha encontrado un total de 11 pecios en diferentes puntos, 10 de ellos registrados en su libro. Sin embargo, no descarta la existencia de muchos más, especialmente en el golfo de Fonseca, una zona poco estudiada hasta la actualidad.
«Hemos encontrado barcos de vapor y de vela. Siete son de vapor, tres son de vela y uno, el más reciente, es de diésel. Estuvieron funcionando entre 1850 y 1900. Personalmente, no creí que hubiera tantos, y definitivamente ahora estoy seguro de que hay más. Esto apenas va comenzado; sin embargo, necesitamos otro tipo de tecnología para investigar zonas como el golfo», señala.
Gallardo indica que a pesar de las limitantes en recursos y arqueólogos capacitados para este tipo de investigaciones en El Salvador, la identificación de estos sitios ha permitido una nueva ventana de conocimiento que ha contribuido al crecimiento patrimonial del país, algo que él considera como el nuevo amanecer de la arqueología subacuática en nuestro territorio.
Lo anterior, comenta, permite un exitoso proceso de registros de sitios arqueológicos cubiertos permanentemente u ocasionalmente por las aguas marítimas.
«La iniciativa empezó más o menos en 2010. Vinieron unos arqueólogos subacuáticos argentinos y nos dieron una capacitación. De ahí surgió la pregunta de si habría patrimonio subacuático en El Salvador, y se comenzó a investigar. Hicimos las visitas, buceamos y confirmamos la existencia de los pecios. Solamente así se logra registrarlos y, de alguna manera, brindar protección, ya que al encontrarlos también buscamos la historia y les otorgamos así un gran valor cultural», puntualizó el arqueólogo, quien confía en que tras la publicación de su libro surgirán nuevos y ambiciosos proyectos para descubrir más pecios.
SS COLUMBUS
El 8 de diciembre de 1861 por la noche, el capitán Ludwing guiaba el Columbus para desembarcar en Acajutla. En esos momentos se encontraba fondeado el velero Giullieta, y el capitán del Columbus lo confundió con una roca, por lo que al desviarse de su curso en la búsqueda de la boya de amarre, el Columbus colisionó con el arrecife de Punta Remedios. La embarcación se hizo pedazos y se perdió toda la mercadería, valuada en $150,000. Afortunadamente, el vapor Guatemala, capitaneado por John Melmoth Dow, se encontraba cerca y rescató a los sobrevivientes. Este era el viaje número 93 hacia Acajutla del capitán Ludwing
BRUCKLAY CASTLE
El Brucklay Castle fue construido por A. Hall & Co. en Aberdeen, Escocia, en 1867 y fue lanzado en febrero de ese mismo año. El 8 de octubre, cuando el velero salía de la bahía, encalló mar afuera en la barra. Un buque llamado Celia intentó remolcarlo, pero la fuerte corriente y el peso de la carga de madera que transportaba el Brucklay Castle hicieron que el cable de remolque se rompiera y se enredara en la hélice del Celia, inutilizando el pequeño vapor. No fue posible rescatar al Brucklay Castle, por lo que el capitán y los tripulantes lo abandonaron y el oleaje lo encalló definitivamente al poco tiempo. Hubo una pérdida total.
ANDEN
El Anden era un barco de diésel de 110 m de eslora que tenía bandera peruana cuando arribó al puerto de Acajutla, a principios de septiembre de 1982, para cargar café. Estuvo anclado por 14 días en el muelle industrial. El domingo 19 del mismo mes comenzó una tormenta tropical de grandes proporciones que ocasionó estragos a escala nacional. Las consecuencias en el territorio, especialmente en el occidente y en el centro del país, fueron desastrosas y están bien documentadas. La tormenta arrastró al Anden con 26 tripulantes a bordo desde Acajutla hacia la Barra de Santiago, unos 30 km hacia el noroeste del puerto, donde quedó encallado en la arena
PSJ-1
El sitio arqueológico PSJ-1 fue identificado por primera vez en 1954 por el geólogo Gierloff-Emden (1976) y se menciona en el libro «La costa de El Salvador» (1986), que describe la formación morfológica de la península de San Juan del Gozo. El pecio PSJ-1 naufragó a principios del siglo XX, alrededor de 1920. Gierloff-Emden incluye un mapa muy interesante en el cual aparece la ubicación del pecio y una comparación entre el mapa hecho por el USS Bennington entre 1896 y 1897.
KIRKDALE
El Kirkdale era un velero del tipo bark de 790 toneladas, cons- truido en 1877 en Inglaterra. El 14 de octubre de 1908 salió de puerto El Triunfo con una carga de madera «para teñir», pero antes de salir encalló en un banco de arena al este de la bo- cana El Bajón. Los propietarios de la embarcación eran Lever Brothers, de Liverpool, y al momento del desastre su capitán era Robert Rowland. La tripulación abandonó el barco sin in- tentar salvar el cargamento. El Kirkdale yace a una profundi- dad de entre 60 y 65 pies de la bocana El Bajón, al oeste de la isla San Sebastián.
SS HONDURAS
El sitio arqueológico SS Honduras se ubica aproximadamente 4 km mar adentro de la península de San Juan del Gozo, en el departamento de Usu- lután. El 24 de abril de 1886 por la noche, el Honduras zarpó de La Libertad hacia La Unión. En la madrugada del 25, cuando navegaba a cerca de 3.5 kilómetros frente al extremo este de la península de San Juan del Gozo, en la bahía de Jiquilisco, el buque encalló en un banco de arena que se había formado por la corriente que sale de la bahía. Considerando la oscuridad de la noche y que el lugar de la colisión estaba a más de 4 km de la costa, debió ser un acontecimiento confuso y preocupante para los pasajeros y para la tripulación.
DOUGLAS
En su última travesía en 1890, el Douglas zarpó del puerto de Acajutla con un cargamento de 19,000 sacos de café, pero colisionó con el arrecife de Los Cóbanos y naufragó a 2.5 km frente a la costa en Punta Remedios. Terminó a una profundidad de entre 20 y 45 pies. La tripulación y los pasajeros abordaron los botes de emergencia, llegaron a Acajutla y vieron la embarcación desaparecer en el océano en 10 minutos. Actualmente, la familia Gallont, que habita en San Salvador, es descendiente del tripulante alemán Arnoldo Gallont, quien viajaba en el Douglas y se radicó en Sonsonate después del hundimiento del barco.
CHERIBON
El Cheribon fue construido por William Denny & Brothers en Dumbarton, Escocia, para la Compagnie Nationale de Navigation, de Marsella, Francia, y fue lanzado el 15 de julio de 1882. Salió del puerto de Acajutla con un cargamento de 24,000 sacos de café cuando colisionó contra el arrecife de Punta Remedios. Cuando el capitán Pitt se percató del incidente, los pasajeros y la tripulación abordaron las lanchas de emergencia y remaron hacia la playa, mientras el capitán se encontraba en Acajutla notificando sobre la pérdida de la embarcación.