La administración pública de los gobiernos anteriores —en los últimos 50 años— se convirtió en el botín de las élites políticas o de grupos de interés que la utilizaron para beneficios personales y el clientelismo político, para proporcionar dádivas y puestos a sus activistas políticos, tuvieran o no los méritos o las capacidades.
Hay que renovar y reestructurar la administración pública, volverla más eficiente, reducirla según las necesidades y dotarla de todas las herramientas tecnológicas para agilizarla y evitar la tramitología y la burocracia que la caracterizan.
La administración pública es el nexo entre los ciudadanos y el poder político de turno para atender las demandas de los ciudadanos y se estructura mediante un conjunto de instituciones y organizaciones, que pueden ser secretarías, ministerios públicos, etcétera. Por lo tanto, un servidor público debe conocer sobre políticas públicas de gobierno y gestión de procesos que buscan el bien social de la población; sus principios deben estar fundamentados en una base de planeación central, organización y evaluación de todos los procesos. Por ejemplo, una buena administración pública procura aspectos como estos: que siempre haya agua potable en las casas, que los hospitales estén bien asistidos con el personal adecuado y el suficiente abastecimiento de medicinas, que las escuelas tengan infraestructura adecuada y una educación de calidad, por citar algunos.
Cuando la población habla de un mal servicio o de un buen servicio, se refiere a la eficiencia de la administración pública. Por ejemplo, una buena administración pública procura un servicio eléctrico eficiente para la población, que la basura no se acumule en las calles, un transporte público ágil y ordenado, atiende la problemática de seguridad y violencia con todas las herramientas que permitan combatirlas, combate la desigualdad social, la pobreza, la corrupción y la impunidad.
Se debe romper el sistema de botín que ha caracterizado el servicio público en el que no llegan los más capaces o con los créditos académicos indicados para el puesto, sino los que tienen a un ministro o a un dirigente político de padrinos.
Muchos excelentes profesionales ven frustradas sus aspiraciones de optar a un cargo público por no tener un padrino político que los promueva, a pesar de contar con la experiencia y los créditos académicos; esa es una realidad. En los países de primer mundo, especialmente en los países asiáticos, se considera la promoción por méritos, para optar a puestos públicos, que van a concurso, y a aquellos que presentan los mejores proyectos y calificaciones en las tablas de evaluación se les adjudica el puesto gerencial o ejecutivo. Esto asegura el éxito de los procesos.
La administración pública tiene como cometido primordial la gestión de los esfuerzos estatales y de las diversas empresas e instituciones que componen el Estado, de manera que se garantice el cumplimiento eficaz y satisfactorio de las necesidades sociales generales y se salvaguarde el orden interno de la nación.
Un buen funcionario es aquel que sabe que su cargo es para servir a la población, es el empleado del pueblo, por lo que debe mantener un contacto permanente con la población; no solamente una comunicación de acciones y logros en redes sociales con un perfil importante, pero que adolece del contacto directo con la población que lo elige, o, en el peor de los casos, se encierra en la caja de cristal y, para tener una audiencia, hay que pasar todos los filtros de los empleados asistentes para que al final digan que el funcionario está muy ocupado. Esto es propio de aquellos funcionarios que fueron nombrados, pero desconocen los principios que fundamentan la administración pública, desconocen la función principal: el arte de servir y de mantener no solo una comunicación, sino un contacto o diálogo directo con el pueblo que los elige para identificar sus necesidades.
Una buena administración pública es aquella que cumple con su función democrática.