No hay nadie que en este mundo no haya peleado, perdido y ganado cientos de batallas en la vida. Todos los días nos hemos levantado, a veces heridos de muerte, pero otras tantas llenos de vida y con ganas de aprovechar toda oportunidad que nos llegue sin importar las consecuencias. Mostrando una fe inquebrantable y asumiendo una actitud combativa y desenfadada, de hacer lo que haya que realizar.
Nos hemos decepcionado de la gente, de la que nunca pensamos que actuaría con desidia frente a nuestros problemas y necesidades; aunque no dudamos de haber actuado igual sin querer hacerlo o deliberadamente, de lo cual nos arrepentimos una y otra vez, pero seguimos adelante, pedimos perdón y nos perdonamos a nosotros mismos. Es imposible seguir cuando ni nosotros mismos queremos perdonarnos.
La vida es como cruzar una esquina, la sorpresa de un mal o buen momento es un hecho con el que viviremos para siempre, y dependerá de la actitud que mostremos, si fue feliz, disfrutarlo hasta llorar de alegría o llorar tristemente hasta que superemos el dolor, el trauma de lo ocurrido o muramos en el intento.
Es de humanos encarar cada momento con estoicismo, amor y raciocinio. Si se acabó un amor, empezamos uno nuevo, o nos quedamos solos por un tiempo; si no hay trabajo, ver qué hacemos para generar ingresos; si enfermamos, ajustarnos al tratamiento, o incluso prepararnos para la posibilidad de la muerte; el ser humano debe tener clara su misión en este mundo y saber que siempre debe estar listo para protagonizar en todo tipo de escenario.
Pero nunca bajar la guardia. Por ejemplo, en algo tan cotidiano como el no tener un ingreso económico, las necesidades nos abaten y no sale una oportunidad laboral. ¿Qué hacer? Pues pedir si es necesario, pero nunca quedarse de brazos cruzados. Siempre habrá alguien que de lo poco compartirá y quien reciba esa bendición lo sentirá como mucho, y su gratitud será casi eterna.
En fin, la vida es bella y bestia al mismo tiempo. Cantamos, abrazamos y reímos un día y al otro, la enfrentamos cual bestia que hay que vencer porque nos hace temblar, llorar, arrodillarnos de miedo y hasta querer desaparecer. Pero pasada la tormenta o viene la calma, o hay que levantar los escombros de un huracán que destruyó todo. No será fácil, pero tampoco imposible.
Pero no solos. ¡Absolutamente no! Cuatro compañías infaltables en esta parte del proceso: El maestro de Galilea, mostrando sabiamente el camino a seguir; el carpintero de Nazaret, trabajando en el taller de la vida (el hogar, el trabajo, la familia, el estudio, el hospital, donde sea); el Hijo presentando nuestro caso al Padre misericordioso; y junto con los familiares que estén y los amigos reales (con palabras y acciones) esperar haciendo lo que haya que ejecutar para alcanzar el milagro.
Y aunque la vida sea bella y bestia al mismo tiempo, vivir el momento que nos propone el Señor sin renegar y conscientes de que hay un propósito en todo será suficiente para entender que la historia terminará bien.