Ya estamos en «el día después» de lo que viene después; qué tedio leer los dicterios de la oposición tratando de justificar lo injustificable y de echarle la culpa de su fracaso al pueblo. Las elecciones ya pasaron y, como era de esperarse —por todas las encuestas y la motivación que se desbordó más allá de nuestras fronteras— el triunfo de Nayib Bukele fue lapidario y sepulcral. Como proceso democrático que remonta lo restrictivo del bipartidismo, las elecciones tienen múltiples aristas a analizar, rigurosamente, si se quiere evitar que el pasado vuelva a pasar.
1. Participación política. Como evento que reproduce el lado formal de la democracia, las elecciones tuvieron, por primera vez, un carácter de participación política, no de participación electoral, pues fueron un acto de poder popular en el que el punto central fue refrendar la continuidad del proceso de reinvención del país y revalidar la constante reinvención del liderazgo de Nayib (esa es la clave esencial de este), lo que las convirtió en un plebiscito. En tal sentido, las elecciones fueron el tiempo-espacio de opinión de los salvadoreños —dentro y fuera del país— sobre el rumbo del país y sobre las instituciones que le dan materialidad al territorio, en tanto nación. Para consolidarse como participación política, las elecciones tuvieron el porcentaje de aprobación más alto de la historia nacional e internacional, lo cual es más significativo si consideramos que se logró después de una gestión presidencial. Tal margen de aprobación no fue sorpresa y mucho menos un escándalo, pues era lo que vaticinaron todas las encuestas, cuya performance predictiva, de las últimas dos décadas, ronda el 88 %.
2. Democracia universalizada. Por primera vez en la historia electoral, el 4 de febrero votaron, ágilmente, los salvadoreños dentro y fuera del país. Sin duda, la democracia se universalizó desde que «los salvadoreños internacionales» (diáspora) fueron habilitados para votar (el voto remoto más entrañable), recuperando plenamente sus derechos políticos, o sea, recuperando la nacionalidad que les fue robada al nomás cruzar la frontera, lo que los convirtió en doblemente indocumentados. Al sumarse los compatriotas en el evento electoral (los «alegres más alegres del mundo» , comiendo pupusas mientras esperaban en la fila, de los que la oposición dijo que no son salvadoreños), nuestra democracia se universalizó, el territorio nacional se extendió por todo el planeta y lo electoral se volvió político al no excluir a ningún salvadoreño.
3. Elecciones masivas: estas elecciones fueron políticamente masivas, lo cual fue evidente en el entusiasmo orgánico de los ciudadanos por asistir a votar, sin que fueran cobijados por la bandera del miedo o los indujeran bajo amenaza, y por la magnitud en que los salvadoreños internacionales han hecho uso del voto remoto. Al ser masivas, tal como lo pidió Nayib Bukele y, no obstante, muchos no fueron a votar por exceso de confianza (lo cual no es lo mismo que abstenerse), se empezó a superar el formato electoral del bipartidismo, el cual consistía en fomentar el abstencionismo y la apatía, en tanto que para los partidos (hoy en la oposición) la democracia debe ser excluyente y restrictiva, razón por la cual recurrían a desmovilizar a los votantes poniéndoles trabas logísticas, negándoles el derecho por tener el DUI vencido, o fomentando el hartazgo en los electores que, indefensos, eran obligados a elegir al ladrón de turno.
4. Un escrutinio final adelantado: por primera vez, también, el escrutinio final de las elecciones para presidente ya estaba dado con muchos meses de anticipación, por lo que el 4 de febrero el pueblo únicamente acudió a las urnas para ponerle casi 3 millones de firmas al acta de dicho escrutinio, firmas simbólicas que ratifican que se le debe dar continuidad, tanto a la gobernabilidad democrática en el Gobierno (sin recurrir a maletines negros ni a capiruchos de oro) como al Plan Control Territorial que se concreta como gobernabilidad en y desde el territorio. Además, dentro de ese escrutinio final quedó reflejada la geografía electoral tal cual, ante todo aquellos ansiados «400,000 votos» (no dijo ciudadanos, dijo votos) de las familias de los presos por actos de terrorismo, quienes fueron señalados como «nicho electoral de la oposición» por un tal Eugenio Chicas.
5. Una oposición mediocre, deslegitimada y negacionista: en cada urna quedó evidenciado que estamos frente a una oposición perdida, ilegítima, obtusa, carente de un plan de nación para el pueblo y, sobre todo, negacionista de los daños que causó durante todos los años en que fuimos «el país más peligroso del mundo», pues su idea de democracia es la oscura institucionalidad que cocinaron y endulzaron con la sangre de los salvadoreños, institucionalidad que fue protegida por el Estado delincuencial que, muerto sobre muerto, construyeron los partidos ARENA y FMLN para darle rienda suelta a la corrupción con impunidad. A eso la oposición le llama «democracia perfecta». Hay que reconocer que esta oposición es incansable, ya que no se cansa de robar, mentir y traicionar al pueblo, y hoy quiere orquestar otra gran traición: robarse el sistema electoral alegando fraude, sin fijarse que, como partidos, en las elecciones de 2024 perdieron casi 1 millón de votos respecto a las de 2019.
6. El pueblo será el peso y contrapeso que le dará equilibrio a la gestión gubernamental: los resultados de las elecciones son contundentes; los pesos y contrapesos ya no estarán en manos de los partidos en proceso de extinción, para quienes solo eran la coartada idónea para el reparto del botín del Estado entre ellos. De esa forma, estamos frente a una nueva versión de lo que significa el equilibrio político, el cual se sostendrá sobre la base de la consulta popular constante.
7. Nayib, referente político, no referido: en materia de liderazgo (es decir, como singularidad sociológica) el escrutinio final afirmó que, por un lado, Nayib es el referente político más importante de nuestra historia y que, al contar con el apoyo de más de 2.7 millones de votantes, él debe ser el referente de los otros, no el referido; él debe ser el que invite, no el invitado. En ese sentido, es Nayib quien debe decidir —con el pensamiento puesto en los nuevos tiempos sociales en proceso de construcción— a cuáles líderes mundiales unirse y a quiénes no le conviene tener cerca porque empañan su liderazgo transnacional (el referente decide con quiénes sentarse en la mesa), cuya característica principal ha sido la capacidad de reinventarse a sí mismo constantemente.
En síntesis, las elecciones del 4 de febrero fueron un triunfo histórico del pueblo sobre la perversión de una oposición con tinte fascista. Triunfó la democracia universalizada sobre la democracia restrictiva; triunfó la asistencia masiva sobre el abstencionismo; triunfó la utopía social del pueblo sobre el proyecto de muerte y corrupción de la oposición; triunfó la reinvención del país a imagen y semejanza del pueblo sobre la destrucción del país; y triunfó la democracia real sobre la era de la gran delincuencia. El Salvador, el país más pequeño en territorio, con los sueños más grandes en el imaginario colectivo, un imaginario que cabe en una urna por la misma razón que el universo cabe en una tortilla recién hecha.