Los casos de corrupción dentro de la misma FIFA le restan autoridad a esa organización para corregir las irregularidades que se dan en las distintas federaciones que le están adscritas, con el agravante de que, además, las blinda bajo las exigencias de no intervención so pena de recibir sanciones en caso de que no se acate esa norma. Es un círculo vicioso que fomenta la corrupción comenzando desde el techo hasta terminar en sus cimientos y en el cual los Gobiernos y las instituciones de justicia parecen estar con las manos atadas.
He escuchado de casos de corrupción en la FIFA desde la época de Joao Havelange, pasando por las demás administraciones hasta llegar a la actual. Casualmente (o quizá no de forma tan casual) lo mismo ha sucedido en la federación de fútbol de nuestro país, donde los presidentes han hecho lo que han querido bajo el argumento de una autonomía que el mismo ente rector les da. Ha habido presidentes de la federación procesados y hasta uno extraditado. Pero lo más grave es que en la mayoría de los casos estos se han escudado en su independencia para intentar evadir la justicia y, además, siempre se pone de manifiesto una posible sanción en contra de nuestro fútbol.
nción en contra de nuestro fútbol. Pedir a un país que no intervenga en asuntos que involucran a sus connacionales y donde hay un probable cometimiento de delito también es intervencionismo, también es injerencia. Está bien que la FIFA promueva la no intervención en asuntos puramente deportivos, pero no en asuntos de justicia, pues eso es algo que las instituciones competentes están obligadas a hacer.
El problema de ese blindaje con que la FIFA cubre a los federativos es que eso los envalentona y creen estar siempre por encima de las leyes y los convierte, además, en ciudadanos especiales protegidos bajo una coraza. Es algo parecido a lo que sucedió en nuestro país con los gobiernos anteriores, donde los corruptos se protegían y se cubrían bajo un fuero.
La FIFA no permitió la intervención de nuestras autoridades que buscaban solucionar los problemas por los que reiteradamente atraviesa nuestro fútbol, todo bajo la amenaza de desconocer cualquier ente federativo que se nombrase, de no reconocer oficialmente ninguna competición local, además de la no participación nuestra en justas internacionales. Lo triste, y también contradictorio, ha sido que la misma intervención de la FIFA, por medio de la comisión normalizadora que esta nombró, lejos de solucionar la situación, la ha empeorado, pues se escogió a personas que desconocen la realidad de nuestro fútbol y encima no tienen ni siquiera la mínima intención de buscarles solución a las crisis eternas por las que transita esta disciplina. Me parece que el error fue haber optado por estos individuos tan solo porque se oponían a quienes, desde otra perspectiva, intentaban corregir el rumbo errático de nuestro querido deporte. Fue esa posición detractora en algunos de ellos la que, paradójicamente, les valió para elevar la voz y ser tomados en cuenta sin que tuviesen la capacidad necesaria.
No nos equivoquemos, al Indes nadie le dobló el brazo, si retiró la directiva con la que pretendía hacer la transición y dio paso a la nombrada por el ente que rige estos menesteres fue porque quiso dar un compás de espera, un voto de confianza con la esperanza de que las personas directamente involucradas en este deporte retomen el camino y hagan conciencia de que en sus manos está la posibilidad de corregir el rumbo. Deben estos darse cuenta de que no está bien, por simple comodidad, ver para otro lado cuando las cosas se están haciendo mal y alzar la voz únicamente cuando sus intereses se ven amenazados. Eso es exactamente lo que sucedió en la crisis anterior con las distintas divisiones de fútbol y las asociaciones de árbitros y de jugadores, que solo dieron la cara cuando la situación los involucró directamente a ellos; mientras tanto, guardaban silencio. Ver que las cosas se han hecho (y se siguen haciendo) de manera incorrecta y, sin embargo, quedarse callados es lo que ha llevado a todo esto y los ha convertido en cómplices de esa mala administración.
Lo dicho en el párrafo anterior indica que en la situación de nuestro fútbol hay una responsabilidad compartida y que, incluso, a muchos periodistas deportivos les toca comer una buena tajada de ese amargo pastel en el que ellos han puesto parte de los ingredientes, pues hubo quienes igual despotricaron contra aquellos que solo intentaban reencaminar un deporte cuyo rumbo era (y es aún) incierto. Esa es una actitud que, lejos de ayudar siendo informativa y constructiva, ha empujado más al descalabro.
Este Gobierno ha demostrado ser firme en sus acciones y en la toma de decisiones. Por eso creo que si después de todo esto las cosas en nuestro fútbol siguen iguales, tomará por fin una decisión sin importar que se nos venga un castigo.
Jamás he estado de acuerdo con que la FIFA se arrogue ese carácter todopoderoso, sobre el cual solo parece estar Dios, y que incluso pasa sobre la soberanía de los países y del derecho que estos tienen de buscar solución a los problemas de un deporte que ha pasado a ser parte de su patrimonio y que significa para su gente la alegría de compartir juntos una hermosa pasión.