Silvia Maribel Ayala Ayala tiene 35 años, y durante 19 de estos se ha dedicado a elaborar piezas de barro, un arte que no solo le da la satisfacción de haber mejorado la calidad, sino que su emprendimiento es generador de ingresos económicos para su familia.
Ella reside en el caserío que lleva su apellido, en el cantón San Nicolás, de Apastepeque, San Vicente, quien contó que cuando tenía 16 años un experto en este tema llegó a dar un taller al lugar y se interesó.
En este participaron 27 personas, y de ellas solo quedaron tres dedicándose a este arte.
Ella fue una de las que vieron una oportunidad en este aprendizaje, que asegura ha sido el sostén de su hogar.
Entre los productos que elabora se encuentran platos soperos, azucareras, floreros, ollas, adornos, jarrones, entre otros, los cuales asegura que tienen aceptación, según comentó.
Antes, sin precisar hace cuántos años, dijo que iba a vender sus piezas a la ciudad de Apastepeque, que ofrecía sus productos en la calle; pero luego pensó en ir al mercado de Ilobasco, Cabañas, lugar donde encontró la oportunidad de clientes interesados en su arte.
«A la gente le gustó el producto. Comenzaron a hacerme pedidos por docenas, dos docenas de ollas para cocer frijoles, y así fui haciendo mi clientela. Después la gente veía que llevaba producto y así me encargaban otros clientes», expresó la artesana.
El lugar donde reside, aproximadamente a siete kilómetros de la carretera Panamericana, no ha sido obstáculo para crecer en su emprendimiento, que ha llamado Alfarería Darlín, el cual atiende por pedidos, y ella dice que sus tres hijos son su inspiración.
«Hice mi hogar, pero me fue mal con el papá de mis hijos, y desde entonces saco adelante a mis hijos yo sola», sostuvo la apastepecana.
Agregó que ha recibido apoyo del Fondo de Inversión Social para el Desarrollo Local de El Salvador a través del programa Emprendimiento Solidario (PES), principalmente con estantería.
Para realizar su trabajo requiere de la materia prima, que es el barro, que extrae de un lugar cercano a su casa; un torno, que le fue donado gracias a que tras finalizar el curso ella lo utilizó por 10 años, una condición cumplida a Conamype y San Vicente Productivo.