En diciembre de 2019 fueron reportados varios casos de pacientes hospitalizados con una enfermedad nueva caracterizada por neumonía e insuficiencia respiratoria a causa del coronavirus (SARS-CoV-2) en la provincia de Hubei, China.
El 11 de febrero de 2020, la Organización Mundial de la Salud la nombró COVID-19 («coronavirus disease» 2019). Posteriormente, y a pesar de las extensas medidas de contención, la enfermedad continuó avanzando hasta afectar al mundo. El 11 de marzo, la COVID-19 fue declarada pandemia. Más de 6.3 millones de personas han fallecido por este virus, las economías y los sistemas de salud de muchos países fueron doblegados. Algunas naciones aún no logran su recuperación.
En febrero de 2022 estalló el conflicto entre Rusia y Ucrania, un episodio bélico de gran escala que ha provocado miles de muertes y millones de refugiados como no se vieron desde la Segunda Guerra Mundial. Las consecuencias para el mundo han sido devastadoras: caída del crecimiento económico mundial, fuerte subida de los precios del petróleo, de la energía y de los alimentos, problemas en la cadena de suministros y un fuerte aumento en los precios de las materias primas.
Hablamos de tres años trepidantes y desgastantes no solo para los países en desarrollo, sino también para las grandes potencias.
En Europa, las economías habían comenzado un camino de fuerte recuperación y crecimiento pospandemia, pero con la guerra, la UE recortó su previsión de crecimiento del 4 % al 2.7 % y elevó su previsión de inflación.
En Estados Unidos, las grandes empresas, los analistas y Wall Street vaticinaron una extendida recesión económica acompañada de una inmobiliaria que se complicará este año que recién iniciamos. A esto se suma el impacto de las altas tasas de interés para contener la inflación, y que la Fed asegura continuarán en alza. Resultados: millones de compradores ya no califican para préstamos hipotecarios ni personales; la mayoría de los índices económicos siguen en negativo; hay más desempleo, afectando el envío de remesas, entre otras consecuencias.
En fin, cada vez más economistas y empresarios en el mundo coinciden en que 2023 será otro año fatídico para las economías. El Banco Mundial advierte que 2023 se encamina a ser el año de la recesión, mientras que el Fondo Monetario Internacional advierte que el mundo enfrenta «un año más difícil que los que dejamos atrás», en el que un tercio de la economía global estará en recesión.
Sin duda, enfrente tenemos una situación más que compleja y delicada que obliga a recomponer las apuestas, a priorizar aspectos que protejan a nuestra gente y le sigan dando sostenibilidad a nuestra nación.
Ante esta situación, no hay duda de que Dios permitió que contáramos con un verdadero líder para estos tiempos de crisis, uno que no se durmiera en la silla o que despilfarrara el tiempo con jagger y habanos a las 10 de la mañana; un presidente que no descansara hasta ver a su pueblo en un lugar seguro y en paz, y que al mismo tiempo tomara las decisiones correctas en materia económica y de salud ante los embates internacionales.
Nayib Bukele lo tiene claro: debe sacar adelante el país este año como lo ha hecho desde 2019, consciente de las caóticas previsiones de los organismos financieros en torno de la economía mundial, en un año preelectoral en el que sobrarán los todólogos, los perversos con ansiedad política y promotores de caos.
Un año más en el que deberá mostrar su valentía, coraje, perseverancia e inteligencia para lograrlo. Es un momento de la historia del mundo en el que solo los verdaderos estadistas saldrán adelante. Y no tengo ni la más mínima duda de que nuestro presidente comandará la legión de líderes triunfadores, por encima de los mezquinos políticos y las luchas terroríficas de aquellos que quieren volver al pasado.