Luchar contra los abusos del poder ha sido el aparente estandarte de la Universidad de El Salvador (UES). Los gritos de consigna se escuchan en las calles cada 30 de julio exigiendo justicia para los estudiantes masacrados en 1975. La gritería quiere que olvidemos que esos jóvenes masacrados también fueron víctimas del adoctrinamiento que los miserables impusieron cuando abandonaron el rol institucional de la UES y trastornaron así las mentes de los ingenuos.
Los miserables que adoctrinaban a jóvenes para utilizarlos como carne de cañón en contra del Gobierno del coronel Arturo Armando Molina no fueron los masacrados, sino fueron aquellos a quienes les faltó prudencia para percibir el engaño y el peligro al que se exponían por seguir las ideas de otros miserables. Los sobrevivientes pueden contar ahora la historia de terror que vivieron en aquellos días de gobiernos atroces. Muchos siguen experimentando el terror de la pobreza porque las promesas que les hicieron nunca se cumplieron y ahora siguen en las calles gritando, como aprendieron hace tiempo, sin comprender que se los enseñaron unos hipócritas que les mintieron y los traicionaron.
En la UES también les gusta hablar de justicia para las víctimas como una manera de conseguir dinero. Aunque la comisión de justicia y derechos humanos de la Asamblea Legislativa invitó a la UES a presentar propuestas de justicia transicional en favor de las víctimas, el rector se enfocó más en presentar quejas sobre lo que considera un estrangulamiento presupuestario y a pedir más dinero aprovechándose del sufrimiento de las víctimas.
En la UES se enseñan derechos humanos y justicia sin practicarlos. Lo que practican con determinación es el abuso de poder y el atropello a los derechos humanos. En los órganos de gobierno universitarios y en los cargos de dirección la violación a los derechos es un estandarte fijo. La Asamblea General Universitari+a pisotea derechos en los procesos eleccionarios para conseguir que quienes están en el poder lo conserven. Las juntas directivas acostumbran a violentar los derechos de quienes participan en los concursos de oposición, despojándolos de las plazas que legítimamente han ganado. En el Consejo Superior Universitario, que es presidido por el rector que se siente estrangulado por el presupuesto que le otorga el Gobierno, también violentan el debido proceso sin ningún remordimiento. Estas son las rutinas de los hipócritas que gobiernan la UES.
Ahora bien, la hipocresía es tal que parece que, según les conviene, cambian el discurso. La UES, siendo parte del comité de seguimiento y veeduría ciudadana del fondo de emergencia, recuperación y reconstrucción, ha exigido transparencia al Gobierno; por otro lado, continuamente se niega a cumplir sus obligaciones con la transparencia. Esto es así porque el grito de la UES es hipócrita.