La dualidad sigue siendo el sello distintivo de los objetos de arte que crea Ronald Morán. Ya antes encantó con una habitación de blanco puro, con guata, donde todos los elementos estaban tapizados con esta fibra que parecía volverlos inocuos, pero nada hacía olvidar lo mortífero que pueden ser unas bien afiladas tijeras o un enorme y puntiagudo cuchillo.
Ahora, el artista vuelve a sorprender con su más reciente exposición «Por encima del jardín», donde ha usado como pieza magistral el tosco, frío y peligroso alambre de seguridad, popularmente conocido como «razor» (en inglés cuchilla), para crear hermosos cuadros monocromáticos, rememorar una antigua técnica creativa oriental y elaborar bellas flores caseras, aunque estas últimas son un verdadero riesgo para quien se anime a tocarlas.
«Ha corrido sangre», expresa sin titubeos Cristian Escamilla, mientras mira sus manos en busca de cortes o cicatrices que le dejaron las piezas metálicas con las que elaboró las flores para el proyecto de Ronald. «Por suerte cicatrizo rápido», añade.
Cristian es un joven y habilidoso artesano, especializado en joyería, que se encargó de producir uno a uno los pétalos que forman las peligrosas flores de Morán; unas flores que en estado natural son delicadas y perfumadas, como la rosa, el galán de noche, la azucena o los enigmáticos lotos, pero que elaboradas con «razor» son temibles, intocables.
Es la primera vez que ambos artistas trabajan juntos, pero en el proyecto «por encima del jardín» no dejan de mostrarse sorprendidos por lo que han logrado y el impacto que causan en quienes ven su trabajo.
CONCEPTO Y REALIDAD
El confinamiento sacudió la mente del Ronald. Recuerda que antes de encerrarse tuvo tiempo para ir a su taller y tomó las cosas que pudo. Ya en su casa, comenzó una vorágine de pensamientos y como buen artista empezó a plasmar lo que vivía.
Lo primero en surgir fueron puntos y líneas: «Comencé a improvisar en mi casa. Hice esta serie de dibujos, la marca de los días […] Es una representación de una especie de terapia, punto con línea, y eso de alguna manera crea una trama y esa la veo como la trama social, es como vivir en un confinamiento en espacios mínimos, con poca privacidad».
En su jardín, el artista fijó la mirada en el alambre de seguridad -que siempre estuvo coronando los muros- y lo pensó como la mejor representación del encierro que se vivía en aquel momento, sin obviar la idea de la inseguridad que simboliza.
De un momento a otro, Ronald tenía en sus manos trozos del alambre y fue cuestión de tiempo para que encontrara el camino artístico de cómo usarlo.
«por encima del jardín» presenta, al menos, ocho formas o maneras de uso del alambre industrial. La forma peculiar del producto, un alambre en espiral con afiladas cuchillas a los costados, se recreó en tinta y esto fue el principio del estallido creativo del santaneco.
Creó un libro donde volcó pensamientos y, por supuesto, imágenes en claroscuro del alambre: «La razón duele y deja cicatrices en cuerpos desenterrados embriagados de equivocaciones, utopías, sueños estúpidos, pero sueño al final», ha escrito.
Después del libro, y echando mano de sinnúmero de hojas de papel de arroz que había adquirido en viajes anteriores pensó en una instalación: no solo reprodujo sinnúmero de veces la forma del frío alambre si no que empezó a formar figuras como un corazón con cuchillas o las ramas afiladas de un árbol. Para esto recurrió a la antigua técnica oriental de Sumi-e.
«En este segundo libro se quedaron los primeros trazos, de este estudio, de la forma del razor. Yo agarré los pinceles de ese ritual japonés que es el Sumi-e y comencé a experimentar trazos», comparte el artista.
Con ayuda de su amigo Rodrigo Guardado el artista pensó que se plasmaran en formato grande imágenes del «razor». Así surge una serie de grafito sobre lienzos, de 153×90 cm, la mayoría titulados «Mancha» y su respectivo número secuencial.
Además, se pensó en un cuadro más grande con las imágenes de un valle y un volcán, en alusión a la ciudad San Salvador, en el cual se decidió colocar en primer plano la imagen grisácea del alambre con cuchillas.
«A través de esas tintas (Sumi-e) que se conservan se sabe cómo era Kioto, Nagasaki. Me interesó mucho esta parte por pensar en un paisaje», comparte Ronald sobre el cuadro «Paisaje urbano».
En paralelo a todo esto, surgen las propuestas de cómo usar el alambre como tal para crear obras: así nacen las peligrosas flores metálicas, filosas, mortíferas y junto a estas unas peligrosas enredaderas de casi tres metros de altura.
