No hago promoción desde una tribuna de las obras realizadas y por realizar, ni siquiera considerando la conmoción del proceso electoral. Lo que expongo lo he vivido, he sido impresionado y no puedo esconder la reacción que me producen los impactos de la reconstrucción, la transformación que se viene haciendo en estos cuatro años de nuevo Gobierno.
No puede taparse el sol con un dedo, «lo que está a la vista no necesita anteojos». Solo un absurdo y necio oscurantismo político puede intentar negar ese
proceso que estamos viviendo, el cambio abismal que está imprimiendo en el estado emocional del pueblo cada acción en beneficio de su superación; y también
sería absurdo imaginar que en ese corto período puedan lograrse todas las transformaciones necesarias y urgentes que no se hicieron a través de la historia, aún de la más reciente historia democrática, 30 años después de la guerra en los que tuvimos todas las posibilidades para superar, o por lo menos intentar esos cambios; y por el contrario, esos gobiernos se dedicaron a la demagogia, al enriquecimiento ilícito, al desperdicio de voluntades, al compadrazgo y a la complicidad con la delincuencia.
Agotaron la paciencia de un pueblo golpeado por la corrupción, depauperado, hundido en la desesperanza y la impotencia ante esas camarillas de politiqueros que conformaban el Ejecutivo para ejecutar solo corrupción y fomentar la impunidad en todas las instancias del Gobierno.
El pueblo, definitivamente, tomó en sus manos la gran decisión de cambiar radicalmente ese Estado que no le estaba produciendo nada positivo; por el contexto, estaba hundiendo el país en el marasmo de la miseria y la ignominia. El pueblo decidió asumir el poder representado por una propuesta democrática de nuevas
ideas, de un nuevo quehacer político sobre los hombros de una nueva generación de políticos «no impregnados» por los vicios que venían arrastrando y arrastrándose desde hacía mucho tiempo.
¿Quién o quiénes pueden refutar o negar esta nueva realidad? Una oposición vencida, sin autoridad moral, con esa ceguera típica de los retrógrados insurgentes contra la verdad, los maniquíes que invitan a esos
«encuentros» a desahogar sus frustraciones y la marginalidad que les causó esa decisión popular, apartándolos del lucro que devengaban en el poder con detrimento del Estado.
Ahí están las obras a la vista del mundo, ahí está la respuesta del pueblo en las últimas encuestas de empresas nacionales e internacionales, rondando del 92 % al 98 % a favor de esta gestión de Gobierno, y
la aprobación de una nueva administración del presidente, por sobre todas las críticas y argumentaciones negativas que se inventa la oposición.
El pueblo quiere que el presidente continúe construyendo este nuevo país, que termine sus proyectos de transformación y siente las bases de una nueva concepción de país para quienes quieran detentar el poder en el futuro.
Sí, porque lo que ha estado construyendo Nayib Bukele es un nuevo futuro. Y terminará su obra y su gestión y otros candidatos seguirán en el poder, pero con una nueva idea de país, aprendida en el fragor de
este impulso democrático y social que le han
dado estas últimas administraciones.
No podrán dar marcha atrás a este proceso, estas
actuaciones positivas e ilustradoras de cómo
debe ser dirigido, guiado, más que «gobernado» nuestro El Salvador.
Los agoreros y resentidos señalan que no se han resuelto los cordones de miseria, desempleo, la óptima y definitiva salud, carencia de viviendas y de muchos otros servicios, que no ha hecho milagros en cuatro años, por todo lo que dejaron de hacer ellos en más de 30. Pero hoy vas al hospital Quirúrgico y encuentras un hospital de primer mundo, igual reconstruidos muchos otros centros de salud y hospitales, como
el de Especialidades y el Bloom. El hospital Rosales avanza en sus estructuras, con un proyecto innovador impresionante. No todos, claro, ni en 20 años se reconstruye nuestro sistema de salud, ni se resuelve
el déficit de viviendas y desempleo que se arrastra hace muchos años.