La guerra contra las pandillas que libra el Gobierno de El Salvador, con el liderazgo del presidente Bukele y la incansable y coordinada acción del Gabinete de Seguridad, la Fiscalía General de la República y los jueces y operadores del Órgano Judicial, ha permitido identificar intereses y opiniones que se mantenían ocultos, agazapados y expresándose anónimamente a través de rumores y especulaciones, jamás comprobados.
Hoy han salido a flote, lo hacen a coro o de manera aislada, según sea el sector del que emergen. Hemos podido identificar al menos tres de ellos.
1. Los que tienen negocios, vínculos o vasos comunicantes con las pandillas, generalmente asociados a la operatividad de estos grupos criminales en el pasado, cuando hicieron diversos negocios, fueran estos de carácter económico o político. Ahí encontramos empresarios y financistas que lavaron dinero y políticos del FMLN y ARENA que transaron con ellos para obtener ventajas electorales. Los casos más conocidos y publicitados son los del exministro Arístides Valencia y el exdiputado Benito Lara, grabados con celulares mientras les ofrecían millones de dólares en proyectos a los líderes criminales. Luego Norman Quijano y Ernesto Muyshondt fueron grabados cuando les entregaban miles de dólares, les ofrecían ventajas políticas y les consultaron incluso sobre la persona que, si Quijano ganaba la presidencia, sería el ministro de la Defensa.
2. Los defensores de los Derechos Humanos, la democracia y el Estado de derecho, que en su buena fe y con auténtica preocupación, pero sin el rigor académico ni la responsabilidad de verificar los hechos, simplemente toman por ciertas las mentiras o medias verdades que los medios de comunicación hostiles al Gobierno y en permanente campaña contra el presidente Bukele, desde que era candidato, se han encargado de difundir, repiten argumentos, reportan o denuncian situaciones que no les constan, y a diferencia de lo que muchos de sus íconos en el pasado solían hacer en la defensa de esos valores, coartados o violentados por las dictaduras militares, como fue el salir de la comodidad de sus despachos en ciudades seguras, vinieron a jugarse la vida, literalmente, y varios de ellos la perdieron en estas tierras plagadas de violencia. Gracias a ellos, nombres de periodistas, misioneros, luchadores sociales, demócratas, etcétera, están grabados con gratitud de la memoria colectiva del pueblo salvadoreño. Ahora algunos oportunistas usan esas siglas, esas historias para vivir de ellas. Sin arriesgar su cómoda existencia, cobrando jugosos salarios y elaborando reportes o poniendo tuits a partir de lo que leen o les cuentan fuentes parcializadas o «monitores» que deben justificar sus sueldos o consultorías.
3. Los que tienen una agenda política y encuentran en la crítica destructiva y nada propositiva el micrófono o la pantalla que les brindan los medios hostiles para atacar de manera sistemática y permanente, no solo la guerra contra las pandillas y el estado de excepción, sino cualquier actividad del presidente o su Gobierno. Por supuesto, que ese eco y la amplificación de sus críticas cuenta con el incondicional apoyo de los sectores que se han visto afectados por las medidas de este Gobierno: universidades, ONG, gremiales y «tanques de pensamiento», sea porque se terminaron algunos privilegios que tuvieron en los gobiernos del Frente y de ARENA o porque su «modus operandi» durante el régimen corrupto anterior se terminó.
Son ellos los que hablan de dictadura, de cierre de espacios, de amenazas a las libertades públicas, convocan a marchas que nadie atiende, que repudian el éxito del Gobierno en esta batalla y resaltan los errores que como en toda obra se pueden cometer, sin la valentía y honestidad para reconocer lo que más del 90 % de la población reconoce: la operación de seguridad nacional y ciudadana más grande jamás hecha en ningún país del mundo en tiempos de paz.
Una operación de este calado, sin disparos, sin muertos, sin la violencia en los niveles y a la escala que estos anunciaron es digna de ser reconocida más allá de las fronteras salvadoreñas. Pero, al contrario, líderes «progresistas» de Europa y Estados Unidos lo que declaran es su preocupación por el Estado de derecho o los derechos humanos, como si estos estuvieran en riesgo en El Salvador. Mayores riesgos se observan en sus propios países sobre estos temas: masacres frecuentes en supermercados, escuelas, en el metro; crímenes de odio en sus barrios y calles, constantes ataques xenofóbicos y supremacistas, etcétera.
Peor aún, en cuanto a la libertad de prensa hay casos como el del periodista español Pablo González, capturado en Polonia durante la noche del 27 de febrero. Reporteros Sin Fronteras informó el arresto cerca de la frontera con Ucrania y denunció que permaneció retenido al menos «72 horas» sin permitirle hablar con su abogado y los servicios consulares. Tampoco se ha escuchado alzarse a esas voces desde Londres o Washington, D. C. por el acoso a Anatoli Sharí, periodista ucraniano independiente, perseguido por los neonazis del batallón Azov, refugiado en España y libre bajo medidas cautelares dictadas por el juez de la Audiencia Nacional José Luis Calama; menos aún protestar por la arbitraria captura del periodista chileno Gonzalo Lira, detenido en abril por expresar una opinión crítica contra el presidente Zelenski. No, para nada. Silencio cómplice.
Están más preocupados por la ¡posibilidad! … de que en algún momento… que solo ellos imaginan… en El Salvador se viole la libertad de prensa. Sin ruborizarse piden que se aplique a funcionarios salvadoreños la Ley Magnitsky por atentar contra la libertad de prensa, y miran hacia otro lado cuando Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, echó al cesto de la basura siglos de libertad de expresión y de prensa y anunció que se prohíbe en Europa la agencia de noticias Sputnik y se sacó del aire a una de las cadenas televisivas con más audiencia en el mundo: la RT.
Estos son los hechos del presente. Solo se pueden apreciar y valorar porque El Salvador de hoy es totalmente nuevo y cualitativamente superior a los viejos modelos del pasado, que solo plañideras nacionales y extranjeras vinculadas con el corrupto régimen añoran con nostalgia.
Adelante, presidente Bukele, su pueblo está con ustedes y en el mundo entero se valoran su coraje y determinación.